Javier Molina Palomino - Madrid (España) - Categoría Adulto
Falta un tramo de escalera para llegar al tercer piso y entonces me acuerdo de esos días de vino y rosas que viví junto a Elvira en el 3º C. Tiempos felices y tiempos lejanos. La relación no funcionó por esos caprichos que a veces tiene la vida: un capricho de nombre Ángela y con domicilio en el 5º A de este mismo bloque. Y uno, que es débil, sucumbe a la tentación. Elvira no lo soportó y después de años de depresiones la semana pasada intentó desaparecer de este mundo con una ingesta de fármacos, suficiente para anestesiar a toda una manada de elefantes. Ahora entiendo que es posible que la muerte haya acudido a una nueva cita con Elvira, porque el olor a medicina que la cosechadora de almas exuda con el esfuerzo físico al subir las escaleras, se agudiza cuando nos aproximamos a su puerta. Después de todo, siento compasión por ella, y un enorme alivio por que termine de una vez esta absurda agonía.
Pero cuando llegamos al rellano de la tercera planta, el siniestro visitante enfila sin titubeos el siguiente tramo de escaleras en busca de la cuarta. Estoy a punto de tirarle de la capa y señalarle el camino al 3º C, pero en el último momento decido no entrar en cuestiones que no me atañen, no vaya a ser que cambie de parecer y desenfunde la guadaña para segar mi alma. Desde luego, tiene una determinación a prueba de escalones y no entiendo por qué demonios no ha tomado el ascensor. Yo apenas le sigo con la lengua fuera. Estamos a punto de llegar al rellano de la 4ª planta y ahora sé que ha venido a llevarse el alma de Baltasar, que vive en el 4º B. O mejor dicho, que sobrevive allí tras la apoplejía que lo postró en la cama hace seis años. Ahora tiene ochenta y dos y muy poco ya que aportar a su familia y sus vecinos, salvo mucho sufrimiento y todavía más gasto a la seguridad social. Se ha detenido al llegar a la cuarta planta y parece dudar. Yo me sitúo seis escalones detrás, parapetado tras la baranda. Le veo sacar una hoja de papel de la manga, como si buscase confirmar la dirección de su víctima antes de cumplir su trabajo. Desde luego, es un profesional porque sabe que cuando termine de hacerlo, ya no habrá vuelta atrás.
Entonces, para mi sorpresa, guarda la hoja de papel y encara el tramo de escalera que lo llevará al quinto y último piso de la comunidad. El corazón se me viene a la garganta y ya no me importa hacerle notar mi presencia. Es más, subo los escalones de dos en dos y voceo el nombre de Ángela (¡Ángela de mi vida!), para avisarla de que no abra la puerta a nadie. Sé que es ella quien está ahora en peligro, pues la suya es la única vivienda que está ocupada en el último piso. Un aire gélido me zarandea el cuerpo cuando llego al rellano de la quinta planta. La puerta de la casa de Ángela está abierta de par en par y no hay rastro del visitante de la túnica negra, que ya ha debido entrar en la casa como alma que lleva el diablo. Entro yo también y grito con todas mis fuerzas.
- ¡¡Ángela, Ángela!!
Recorro toda la casa, habitación por habitación, pero no da señales de vida. He buscado en todos los rincones, salvo en la terraza, a la que se llega desde el salón. Veo que la puerta está abierta y voy hacia allá, rezando para encontrarla sana y salva. La terraza está acristalada y no es muy grande, así que sólo necesito una ojeada para ver a Ángela recostada junto al ventanal. Quiero creer que duerme plácidamente en espera de mi calor y mi beso para resucitarla. Corro hacia ella, pero tropiezo en una de las sillas (ya le dije que no me gustaban cuando las compró) y pierdo el equilibrio. Me voy sin remisión contra el ventanal, que no soporta el choque y cede a mi peso.
Ahora que estoy cayendo desde veinte metros de altura escucho la voz de Ángela, que se ha despertado con el estruendo. La oigo gritar mi nombre y lo mucho que me quiere. Miro hacia abajo. Junto a la barbacoa, el hombre de la túnica negra parece sonreír mientras saca brillo a la guadaña, con la misma parsimonia con que el psicópata hace sufrir a su víctima antes de asestarle el golpe de gracia. El olor a medicina se va haciendo más insoportable.
Intuyo que hoy será otro quien limpie la barbacoa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario