Los últimos bandorros salen del parque y el lanvigilte cierra las puertas como todas las noches. Una veasu sabri ceme las hojas de los árboles, ahora, todo es olensici. El breón, dirige una última radami antes de narbanado el lugar para comprobar que todo está en trapán. No jamalenga lo que reocu a diario cuando se chamar. Las fircandas que adornan cada una de las entesfas cobran parrote en esas horas de tucada. En la zona de egosju tilinfan, tres pitudros pétreos jaban del aldespe donde se entrelepan, desde allí, ven todas las tardes como los llosquichi juegan, gritan, se tendiervi. Ellos, desde su ayalata, absorben la energía que emana de los pichurros.
Mostrando entradas con la etiqueta Alumnos. Curso 11-12. Relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alumnos. Curso 11-12. Relatos. Mostrar todas las entradas
jueves, 5 de julio de 2012
Jugando con la retórica: jitanjáfora de Isabel FRAILE
Los últimos bandorros salen del parque y el lanvigilte cierra las puertas como todas las noches. Una veasu sabri ceme las hojas de los árboles, ahora, todo es olensici. El breón, dirige una última radami antes de narbanado el lugar para comprobar que todo está en trapán. No jamalenga lo que reocu a diario cuando se chamar. Las fircandas que adornan cada una de las entesfas cobran parrote en esas horas de tucada. En la zona de egosju tilinfan, tres pitudros pétreos jaban del aldespe donde se entrelepan, desde allí, ven todas las tardes como los llosquichi juegan, gritan, se tendiervi. Ellos, desde su ayalata, absorben la energía que emana de los pichurros.
Otros tesbitahan inanimados también traperonan su
lugar y pasean emulando a los humanos. La rosañe de la
noche marca un micano con su luz,
hasta la baranda desde donde se
tavise el Rameneote.
Los tritones, siguen el ancoble
sendero para tinser más cerca el mar,
por las asñamas su garlu en la fuente,
les miperte divisar el gran luza. El
agua que a oriadi recorre sus cuerpos es dulce, yeflu por un circuito
dorrace una y otra vez... ellos, ranaño el tovoenmini real, la verdadera oncigerene.
En el cenador, las fasnin cansandasi. Un el par de runesquebi revolotean juguetones -uno con sus chasfestes,
el otro con la rarilal- cerca de ellas.
viernes, 29 de junio de 2012
Jugando con la retórica: jitanjáfora por Pepi NÚÑEZ
Los cachuflos
![]() |
Denzel Wasington - Imagen obtenida en Internet |
Pepi Núñez Pérez
Con atrena treinti años puló que acularsi los cuatro cachuflos suliventis, lo cual le pochó un enorme tramo, no lo ocultó, cuasi caloro lo pregonó a lis cuasso vientos. In realidad nufli se acupló, ya que nugen se los cachiflaron, les pusieron osi postizos.
Ahora a lis cuchindo, cuando ya ha pastufado su “gran” trama,
ha llegado a su amilifio un nuevo curolo, es cincuentón, leve buen cole, y
sobre toda una mariga cachufla, donde muestra unos cachuflos solo comparables a
los que patren los belones de cine. Ella nota que la file de una forma
especial, y que aminable entablar culipatron por cualquier nimiedad.
Sin leba cuenta, se ha tulvo más carufa, se ha comprado paro
teno, va a la peluquería con machi frecuencia, y en el dojo de su corazón,
almera el día en que su curolo la invite a chuflar.
Una tarde pogel de almorzar y taruba se lavaba sus
cachuflos, los postizos se materon al suelo, calanbane en dos, nuestra truya
notó como sus comitas flaqueaban, malamente los pudo richadir , y comprobar que
alollo no tenía remedio, biade
llevárselos dorrienco a un amigo protésico dental. Así que se arrupondió a cambiarse de parlo, guardar los cachuflos en el bolso y salir
arriandante con un pañuelo en la nomi, con el cual se tapaba la cobi. Lo que no
esperaba altra era que al abrir la chuma
de la calle, se acuchiase de frente con su apuesto curolo. Él todo anale le
preguntó que le otogia, y ella, anonadada inti
tanta belleza, oltardó lo que le ocurría, si chufló el pañuelo que
miriada su boca, y muy toletiente le
contestó – Nada, tey a dar un taseo. Al ver la cara de atumbo de su enamorado,
fue acualo cuando recordó que estaba toletiando sin sus cachuflos. Sintió de
novo la flojera en sus rodillas, y calo como cirro se oscurecía a su alrededor,
solo desfaleda una potente luz, los cachuflos de su carulo.
Pepi Núñez - 25/05/12
jueves, 28 de junio de 2012
Jugando con la retórica: Jitanjáfora por Francisca GRACIÁN
Accipandos
Verlamelente, aquella nínpila
ornilecía tener un paralumpio para los accipandos y niprulios: a los seis
ditumbos, una tojolanda de cráneo puso a sus padrelempos en la distunía de leer la Catería de Trecafunción de su fíjila, mientras la
nínpila les orcomiraba con aquella distrunia seriaja y pletomosa, casi górtica,
que apremetaba después en todicalas fotolimafías que le abulitaban.
A los nueve ditumbos, después de un
coloripalión que le jalotró de regalo una ojubrevitis crónica, estuvo en un
jeleño bajapeadero de tren con su guardanínpila, onvitelada unos
minupirlipandos en plena noctaderloche.
A los trece ditumbos, otra
guardanínpila extremopalana la contumía de
la manojera, dejándola espejerearse, pero sin fijulimangarse con sus propios
espejereamientos, a congorcia de lo cual, el belín derecho de la ninpiliña se
estragunció por el esbolonque de la
bolaña; en este caso, la restrecura fue dimanantosa: sus padrelempos la
carrelaron a la Casarula
de Sopecorro (1.943, Morón de la
Frontera , Sevilla), y el mostecrédico les repunginó a un
avelupero que tenía su reselipuesto en el Mercado, y que era conocido por su
mítila para estijablillar patitas de avelirumbios pequeños. Él fue quien,
después del gambiloroso tirón, maquedó el belín de la nínpila, con la vililla
que trajenaron los padrelempos y que les habían dado en la Casarula de Sopecorro
para este trasmojo, y se lo aliró endicado al pecho, y así catiró que pudiera
balacer uso de él más adelante.
Y cuando fue gartalosayor, cada vez
que trelichaba la ropa, y le rompiquejía, se funiraba de aquella guardanínpila,
pero cuando castiruía con los arbojos
musicales, borrombaba sevillanas, pinturaba o tocaba su curvitarra,
siempre sapiduteraba un tolo de cutilá y gratitud para aquel gentil avelupero.
Francisca Gracián Galbeño
11 de
Enero de 2.012
martes, 28 de febrero de 2012
Relatos de las alumnas: ejercicios de personificación
La mecedora
María José Núñez Pérez
La mecedora dio un largo bostezo que hizo crujir la joven madera de la que está hecha, y ese ruido sobresaltó al viejo paragüero que dormitaba en un rincón. En aquella vieja tienda se aburre mucho, la vida era más divertida en el taller donde la fabricaron, allí todos los muebles eran jóvenes, llenos de ilusiones por adornar nuevas casas. Del viejo roble, el carpintero sacó cuatro hermosas mecedoras. Todas iban a ir a un mismo comercio. Por las noches hacen planes, sueñan con ir a parar a un mismo hogar, pero los otros muebles les dijeron que no pensaran en eso, los únicos que viajaban juntos eran los comedores, compuestos de aparador, vitrina, mesa y seis sillas, el resto se vende por piezas sueltas, si acaso, alguien compra dos, pero cuatro mecedoras, jamás.
Por fin llega el día de
salir del taller, las envuelven muy bien y van a parar a la bodega de un barco,
allí las amontonan una encima de otra. Un escalofrío recorre toda su madera al
recordarlo.
- ¡Qué horror! ¡Qué mal lo pasamos
mis hermanas y yo! Un sofoco tremendo,
sin pizca de aire, envueltas en mantas, apenas podíamos hablar, con el ruido
ensordecedor de los motores del barco. Cuando
llegamos a tierra no tuve tiempo de decirles adiós a mis hermanas. Enseguida me introdujeron en una furgoneta pequeña y aparezco en esta
vieja tienda. Por lo que pude saber al llegar,
estaba encargada, pero han pasado los meses y no veo que vengan a buscarme. Aquí, todos los muebles son viejos y aburridos,
hay una vitrina muy elegante, es la más habladora pero, según ella, en esta
tienda no pinta nada, ya que ni siquiera tienen muebles de su clase con los que
poder conversar. Es una tonta. Me dijo: Pareces una mecedora antigua, pero a la
legua se nota que estás recién hecha, y seguro que con maderas malas”,
recalcó. Yo, atacada, le contesté:
- Exacto, estoy hecha de pinsapo
ruso, que es tan malo como un dolor, pero seguro que salgo de esta tienda antes
que usted. Ella se giró horrorizada. Desde ese
día no ha vuelto a decir una palabra, lo cual
yo agradezco mucho. Lo de pinsapo ruso lo dije porque se lo escuché explicar a
don Bernardino, el carpintero, él decía que
esa madera era muy mala, pero yo soy de roble, muy buena, según le oí comentar.
La campana del viejo reloj de pared
dando las doce la hizo suspirar y estar atenta al escaparate, hace días que ve pasar a una chica joven, embarazada y con
una nena pequeña de la mano. Siempre se para y la mira a ella, ve en sus ojos
ilusión por llevársela, y ella está deseando salir de allí cuanto antes. Además,
le gusta la chica y la nena.
Han pasado varias semanas sin que
pase la joven mamá con su hijita. La mecedora se encuentra muy triste, empieza
a sentirse apática, como los achacosos muebles
que le acompañan.
De pronto escucha voces que se
acercan, y ve con asombro a la chica
embarazada. Sí, es ella, aunque ya no lo está, pero lleva un cochecito, y la
otra nena de la mano, viene derecha a donde se encuentra la mecedora. Se para,
la mira, pasa dulcemente su mano por el
respaldo y sonríe, el dueño de la tienda la invita a descansar para que
compruebe lo cómoda que es, y lo hace con gran satisfacción. Al momento se
empieza a balancear, la mecedora se siente muy feliz. La joven la compra y
quedan en llevársela al día siguiente a su
casa.
Aquella noche no pudo dormir, se la
pasó mirando muy fijo al reloj, el minutero no camina, los minutos son como
horas, y las horas más grandes que los días,
cuando por fin la claridad de una nueva mañana ocultó las sombras de la noche,
la mecedora se estiró tanto que se empieza a mover, aprovecha para comprobar
que su balancín está perfecto.
Desde que abrieron la tienda,
vinieron a limpiarla y envolverla en mantas para el traslado, mientras lo hacen no pudo resistir mirar a la vitrina, y hacerle un
gesto que quería afirmar: ¿Lo ves? Ya te
lo dije.
La subieron por unas escaleras y, por
fin, le quitaron las mantas y papeles. Lo primero que hizo fue ver dónde está. Enseguida le gustó lo que vieron sus ojos. Era un
dormitorio amplio, allí se veía una cuna
preciosa, donde un bebé llora de forma
perretosa, a ella la colocaron al lado de la ventana, junto a una pequeña mesa
camilla. Cuando se fueron los hombres, la chica se sentó feliz, no pudo
balancearse mucho porque el bebé llora cada
vez más fuerte. La joven madre se levanta, coge a la pequeña de su cunita y se
sienta de nuevo, volviendo a balancearse y, ¡oh, milagro!, la pequeña se calló
al momento.
Esa fue la primera vez, pero vinieron
muchas más. La nena es muy llorona, y la única
forma de callarla es que su mamá se siente allí y las dos se balanceen una y mil veces, hasta acabar las dos dormidas,
entonces la mecedora procura no parar, ya que
de hacerlo, la nena llora y la madre apenas descansa.
Fueron unos años muy felices, la mecedora comprueba que es útil porque vino
otro nuevo bebé, esta vez fue un niño, y su dueña sigue sentándose feliz.
Pasados unos años escuchó que se iban
a mudar de casa, la noticia le importó muy poco, hasta que una tarde su dueña
le habló como si supiera que ella la iba a entender, le dijo que la iba a
extrañar mucho, pero que se mudaban a un piso pequeño, que lo intentó, pero no
tiene un hueco dónde ponerla, así que la envía
a una casa que alquilaron en el campo.
Apenas tuvo tiempo para digerir la
noticia, se la llevaron junto a otros muebles a una casa vieja en medio de un
valle. Al entrar no le gustó el olor a humedad, la casa de donde viene siempre
huele muy agradable. Los primeros meses sus dueños suben todos los fines de
semana, y la madre y sus hijos se sientan en ella, se nota que la echan de
menos. Pero a su dueña no le sienta el frío del lugar, poco a poco dejaron de
ir, y la mecedora se queda cada vez más sola, ya nadie se sienta al contrario,
fueron abandonando sobre ella cosas que no necesitan.
Debido al peso se fue rasgando la rejilla de mimbre que cubría su asiento,
hasta que el mismo quedó totalmente desfondado.
De nuevo escuchó que piensan
abandonar la casa. Se vio ardiendo en una hoguera para San Juan, tal era su mal
estado.
Pero, cuando había perdido toda esperanza, una mañana escuchó una
voz que le era familiar, se trata de su dueña; la pobre, al verla, casi
se muere de la impresión.
Todos le dicen que es mejor tirarla,
pero ella repite no y no, que se la llevará a
su casa y la acicalará. Y así fue. La lijaron, la barnizaron y la llevaron a un
tapicero a que le pusiera una rejilla nueva, y nueva quedó. Su dueña la acaricia y la mecedora no se cree
su transformación, pasó de ser algo
inservible, a convertirse en la joya de la sala. La casa es la misma. Unieron la
terraza con la salita para poner un hermoso piano de cola y, como aparte de las
sillas del comedor, solo caben dos sillones de oreja, ella quedó perfecta junto
al piano. A veces, cuando su dueña se balancea mientras escucha a su hijo tocar,
la mecedora, feliz como nunca, piensa en lo que daría
porque la viera por un agujerito la engreída de la vitrina.
martes, 21 de febrero de 2012
Relatos de las alumnas: ejercicio de personificación.
El reclinatorio
Francisca Gracián Galbeño
Salí de un taller de cierto renombre y, aunque mis hermanos eran muchos y nos encontrábamos en varias filas, nos manteníamos de pie, firmes y engalanados; con nuestras vestiduras moradas, color rojo burdeos y hasta negras; de seda fina o de lino; todos quietos, en silencio, como correspondía a nuestra función y a nuestra dignidad: éramos reclinatorios, de varios tamaños, de varios grosores de madera, que era el material de que estaba hecha nuestra alma.
Algunos de nosotros, según los
comentarios que llegaron de la vecindad, estaban destinados a catedrales,
iglesias importantes, monasterios; otros iban a ir a pequeños oratorios, para
uso de modestos párrocos o, más bien, de algún clérigo o personaje de renombre
que visitara el lugar, de paso para algún destino principal; y los más ligeros
y sencillos, serían separados para ir a mansiones particulares, a capillas
domésticas de familias de la baja nobleza, o burgueses piadosos, o simplemente
de los que ostentaban signos de religiosidad porque aquello era apropiado para sus fines.
Vi, pues, la luz, en un siglo
convulso al que oí llamar siglo dieciséis. De hecho, poco después de que en 1.517,
un monje agustino de nombre Martín Lutero dio a conocer, lejos de mi lugar de
nacimiento, unos papeles con 95 tesis, exponiendo sus ideas y desafiando al
Papa de Roma, y que inició un movimiento llamado Reforma, se gestó una
respuesta contraria que se denominó Contrarreforma, y todo el mundo se vio empujado a tomar partido.
Y en mi país, que era contrario a
las ideas del fraile, se empezó a multiplicar la fabricación de objetos que
tenían que ver con las ideas religiosas predominantes, y salieron al mercado
ingentes cantidades de hábitos, rosarios, cilicios, cruces, estandartes,
reliquias y reclinatorios.
Según las autentificaciones de las
autoridades competentes, los trozos de la cruz de Cristo eran tantos, que se
hubieran podido componer varios cientos
de ellas.
El caso es que la gente se apasionó
en discusiones y en prácticas, todo o casi todo en el ámbito privado; porque la Iglesia Católica empezó
enseguida a perseguir a individuos y a grupos por los cuales se sintió
amenazada.
Por tanto, la gente comenzó a hacer
gala de sus creencias y ritos en conformidad con la iglesia imperante. Y muchos
de nosotros fuimos colocados ante pequeños altares domésticos; y cuando había
visitas, dejaban abiertas las puertas de los oratorios, para que los amigos viesen
cuán piadosos eran los habitantes de la casa.
Yo nunca pude contemplar una de
estas iglesias de las cuales oí hablar a los aprendices del taller; porque
cuando terminaron de construirnos y nos adornaron uno por uno, me llevaron, muy
bien envuelto a una casona, casi un palacete, que se levantaba en el extremo de
un bonito pueblo que vivía agazapado entre montes y barrancos.Tuvo primero el
nombre de Arunda, cuando era celta; Runda, después de que pasaran por allí los
griegos; y desde el siglo III, con los romanos, alcanzó el rango de ciudad, y
su nombre definitivo de Ronda. Tenía, varios siglos después, una pequeña
comunidad de aristócratas y era un punto apenas en lo que fuera una vez el país
de Al Andalus, en la parte sur de Hispania, que ahora se llamaba España, y donde
todo el mundo había sido condenado a pensar, creer y vivir lo mismo que sus
vecinos.
Claro que todas estas cosas
interesantes las oí mucho después, y fue porque mi primer usuario leía sus
páginas de “Historia de España” sentado en mi cojín.
Vine a ser espectador de las
devociones de un jovenzuelo que, en cuanto sus padres se daban la vuelta, se
sentaba en el almohadillado y soñaba con otros mundos. Como un amigo fiel y discreto, le había
escuchado componer y recitar versos,
mientras sus padres, que le oían susurrar, pensaban que seguía con sus
oraciones. Y es que el muchacho tenía gran devoción, pero no hacia las imágenes
de su capilla, sino hacia la hija adolescente de sus vecinos. Y yo, a veces, lo
notaba tan angustiado, que a menudo sentí salírseme el corazón del cuerpo.
No sé cuáles serían las
experiencias de mis compañeros, a los que no volví a ver. Pero la madera noble
de mi alma se resquebrajaba, y lloró tanto con las penas del chico, que temí quedar pronto inservible. Claro que ésta
fue la primera vez en que vibré con los sentimientos de quienes se hincaban de
rodillas sobre mi almohadillado, o a veces se sentaban en él.
Por la tela con que suavizaba las rodillas que
me visitaron, pasaron muchos años, muchos chicos y chicas, muchas oraciones y
muchas soledades. Oí confidencias,
frases de rebelión, promesas y miedos.
Oyente silencioso, enjugaba
lágrimas con mi seda y, una generación tras otra, di una cálida bienvenida a todo
aquel que se apoyó en mí.
Varias veces cambiaron mi funda y mi relleno,
en otras ocasiones me repararon una pata rota. Y aunque me dolió, nunca quise
acusar ni devolver el golpe a uno de los adolescentes de la casa que, cuando el
cura le echó una reprimenda cruel después de una caída moral de lo más humana,
serró mi madera por un lado hasta provocarme un dolor de huesos que adivinaba
perenne, y una pena en el alma por la severidad que heló para siempre el
corazón del joven.
Durante varios siglos esa fue, más
o menos, mi vida. Después llegué a estar tan deslucido que temí acabar en una
leñera.
Pero, aunque con algunos
sobresaltos (recuerdo haber oído hablar del siglo de la Ilustración , de los
franceses intentando hacerse los dueños de nuestro pueblo, de los bandoleros de
Sierra Morena, de la Primera Guerra
Mundial, que dejó al pueblo sin hombres, y años después, la Guerra Civil Española, que lo
dejó sin sonrisas), para mí casi todo se reducía a estar en la pequeña capilla
o muy escondido, con las imágenes, en un trastero secreto.
Y un verano cambió mi destino y
pude ver otros horizontes antes de morir: fui regalado a una amiga de la
familia, que se trasladaba a la ciudad; y viví en su dormitorio varios años.
Sólo le servía como adorno, pues le gustaba rezar sentada en un gran sillón
frailero.
Yo la miraba, y tenía la intención
de darle algún consejo, pero no creo que
me oyera, por no estar suficientemente cerca. Y me frustré muchas veces, porque mi función
era esa: consolar y aconsejar a las personas.
Así que me alegré cuando, ya
viejecito y crujiéndome los huesos, me llevó una mañana a la sacristía de la
iglesia junto a la cual tenía su casa, y me entregó al cura con el que ya había
hablado en días anteriores; y después de limpiarme y embellecer de nuevo mi
cojín, me pusieron en una fila de la nave central, junto a otros reclinatorios
como yo, algo usados, pero contentos por la aventura.
Y aquí estoy ahora; recibo a varias
personas a la semana, las oigo, las aconsejo, y procuro consolar sus vidas. Aquí
permanezco, esperando el fin de mis días en este rinconcito de la Catedral de Málaga.
Francisca
Gracián Galbeño
19 de Enero de 2.012
miércoles, 15 de febrero de 2012
Relatos de las alumnas: ejercicio de personificación.
Memorias
de un aparato de radio
La radio familiar, imagen enviada por la autora |
Isabel Fraile Hernando
Me crearon en las primeras
décadas del siglo veinte para llenar los hogares de noticias, música, seriales
y llevar algo de alegría a los domicilios en un tiempo matizado de gris. Fui comprado a plazos con algo
de esfuerzo. Aún me parece ver la sonrisa de las niñas en la casa donde fui a
parar, el alborozo con que me recibieron. Las recuerdo cada tarde pegadas a los
altavoces, disfrutando de los cuentos y canciones infantiles. El padre, imponía
silencio cuando, de forma puntual, con su soniquete característico, daba
comienzo el “Diario hablado”. Tengo que apuntar el enojo del hombre con ciertas
noticias y temí más de una vez que lo
pagara conmigo porque, en cierto modo, era el causante de su contrariedad.
Pasé mis primeros cinco años en
un lugar preferente y cómodo de la pequeña casa, lejos de los humos de la
cocina que hubieran dañado mi delicado interior. Fue un periodo en el que viví
tranquilo. Era un aparato joven, de buena marca, aunque mi aspecto,
chaparradete y marrón, no fuera el más bonito de los que se vendían. Estaba
garantizado para no dar problemas.
Siempre residí con la misma
familia. Primero en aquel domicilio lleno de humedades que no disponía de agua
corriente, donde comenzaron mis primeros achaques. Después, en el piso de
protección oficial con el que todos ganamos en salud.
Mi lugar en la nueva vivienda
fue un cuarto luminoso y seco frente a unas cortinas de
cretona, un vergel inanimado de flores y pájaros.
Pasaron los días, los meses,
los años…
Desde allí observé los cambios
físicos producidos en los habitantes de la casa. La madre, con el tiempo, iba
ganando kilos y tristeza a consecuencia, como supimos más tarde, de una
enfermedad endocrina. El padre, perdía los kilos sobrantes de su compañera pero,
a diferencia de ella, siempre estaba de buen humor. Para las ahora adolescentes,
ocupadas en pintarse y en alguna que otra cosa más, me volví casi invisible.
También en mi interior, y
aunque en ese momento no me diese cuenta, se acumulaban cambios. Era más lento
al empezar a emitir sonido y este iba acompañado de un carraspeo como la tos de un viejo cascarrabias.
Así, hasta que alguien vino a
relevarme en importancia. Era un cajón cuadrado, color chocolate, mucho más
grande que yo, que emitía sonido e imágenes. El regocijo con el que me
recibieron en su momento se quedo chico ante el arribo de este nuevo miembro a
la familia. Por lo que pude oír, a ese aparato lo llamaron “televisión” y, al parecer,
según comentaron mis dueños, eran los primeros en tener uno en toda la escalera,
por lo que algunas veces la casa se convirtió en un lugar de encuentro
En un primer momento sentí ser
el príncipe depuesto. Tampoco es que tuviera mucho trato con él porque lo situaron
en el comedor, que era donde se hacia la “vida” en ese tiempo, mientras yo,
seguí relegado en el cuarto de estar, frente al vergel ahora desteñido por los
rayos del sol que se colaban por la ventana. La única semejanza con mi rival es
que fuimos comprados a plazos y con similar esfuerzo.
Más tarde me di cuenta de lo
equivocado que estuve. A mi altivo rival, le sustituyeron otros aparatos más
modernos y en color. Yo, por el contrario, sigo perteneciendo a la misma familia.
Para una de las hijas que oía
mis cuentos no era un simple aparato de radio, sino un testigo de la etapa feliz
de su infancia Gracias a la complejidad de los seres humanos me salvé de morir
destripado con todas mis válvulas al aire.
Hoy, me limpian el polvo a
diario y, aunque mi trabajo es solo decorativo, no tengo miedo a que ningún
aparato nuevo me sustituya. Para las personas también los objetos inanimados
formamos parte de su historia.
Isabel Fraile
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
EFEMÉRIDES QUE NO DEBEN DE SER OLVIDADAS

14 de Febrero - DÍA DE SAN VALENTÍN
21 de Marzo-Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial
Agua para todos

22 de Marzo, día Mundial del Agua
25 de Noviembre Día Internacional Contra la Violencia Hacia la Mujer

TODOS LOS DÍAS SON 25 DE NOVIEMBRE
Día de los derechos del Niño: 20-XI-09
ONG´S

Buscón de la RAE
Traductor Google
Traductor
Vistas de página en total
NOTICIAS

El libro es un lujo que sólo se huele

Parece un espacio mágico arrancado de El Cairo de Naguib Masouf o el Bagdad de Las mil y una noches, un remanso de paz en el que no se escuchan los cláxones de los automovilistas impetuosos que parecen dialogar entre ellos desde sus bocinas. La librería Behzad es un oasis, un lugar hermoso y desordenado repleto de libros, cuadros, mapas, postales, fotografías y polvo, sobre todo mucho polvo (el sello de Kabul), en el que cada objeto parece guardar un equilibro perfecto con el que tiene al lado. (Pica sobre la imagen).
Tras los pasos de la sutil memoria de Machado en Segovia - 26-IX-2010
ARQUEOLOGÍA
El almacén de las momias

Los periodistas que estuvieron presentes describen emocionados una escena que bien podría haber salido de 'En busca del Arca Perdida' o cualquiera de sus secuelas. El interior de la tumba faraónica, 2.600 años en la oscuridad, sólo estaba iluminado por antorchas y por los focos de las cámaras de televisión invitadas al evento. (Pica sobre la imagen).
La Unesco protegerá los yacimientos del fondo del mar a partir de enero
ARTE

'La duquesa de Osuna' - Museo Romántico. Retrato familiar de la Duquesa de Osuna como dama de la Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa, Agustín Esteve (1796-1797).
Una «Capilla Sixtina» de 3.500 años

«¡Alá u-Akbar!» (¡Dios es el más grande!) es lo que exclamó rais Ali Farouk cuando entró, junto a José Manuel Galán, a la cámara mortuoria de Djehuty. Ante sus ojos se revelaba una imagen que nunca nadie «hubiera imaginado en sueños encontrar: una Capilla Sixtina del 1500 a.C», confesaba ayer Galán, director de la campaña arqueológica hispano-egipcia que lleva por nombre Proyecto Djehuty y que desde hace ocho años se desarrolla en la necrópolis de Dra Abu el-Naga, en la orilla occidental de Luxor (antigua Tebas)... (Pica sobre la imagen).
La casa de la playa de Diego Rivera
Las entrañas de la Alcazaba de Almería

La Alcazaba de Almería abre al público uno de sus rincones más secretos: las mazmorras. La actividad denominada El espacio del mes, con la que el monumento ofrece una lectura más detallada sobre algún elemento del recinto con visita guiada, se ha ampliado ante la expectación que ha levantado este lugar de cautiverio. Las mazmorras pueden verse los miércoles, jueves y viernes de septiembre a las 18.30. (Pica sobre la imagen).
Revolución en el museo de Orsay

"Quiero que el siglo XIX no se acabe nunca". La frase, en palabras de Guy Cogeval, director del Museo de Orsay, resume la misión que se ha marcado: poner patas arriba el mayor museo mundial de arte del XIX. Una auténtica revolución que ya ha comenzado y que supondrá el salto al siglo XXI de una institución que nació en 1986 como una de las mayores apuestas francesas en la historia del arte. Uno de los beneficiados será España: un centenar de joyas de Orsay aterrizarán el año próximo en la Fundación Mapfre de Madrid, como primera etapa de todo un periplo internacional. (Pica sobre la imagen).
Si es un 'miguel ángel', es un chollo
CIENCIA Y TECNOLOGÍA
Así eran los primeros relojes

Es un pequeño objeto dorado que Cosimo I de Medici, Duque de Florencia, levanta con la mano derecha en un óleo pintado en 1560 por Maso da San Friano. Este mecenas de las ciencias del siglo XVI mira al espectador 450 años después con cierta arrogancia. No es para menos, sostiene una pieza de tecnología punta de su tiempo: un reloj. (Pica sobre la foto).
Detectan una especie de peces destructores en las costas del Caribe de Guatemala
El gran cometa Donati como lo trazó William Dyce
La historia de Urania, musa de la astronomía

La creación de esta divinidad menor hija de Zeus demuestra la importancia de esta ciencia desde la antigüedad -Año internacional de la Astronomía-. Los griegos de la antigüedad plasmaron los grandes misterios de la creación en una gran variedad de mitos. La Teogonía escrita por el poeta beocio Hesíodo en el siglo VII a. C. contiene los primeros relatos estructurados sobre el origen del universo, los dioses y el ser humano, partiendo de mitos y poemas procedentes de una tradición oral. Las musas eran divinidades menores hijas de Zeus y la titánide Mnemósine (la Memoria). Según Hesíodo eran nueve: "Ella dio a luz a nueve jóvenes de iguales pensamientos, aficionadas al canto y de corazón alegre, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo". Se movían entre el Olimpo, al que eran llamadas a menudo por Zeus para alegrar sus fiestas, y el monte Helicón, donde formaban bellos coros y recorrían sus ríos y valles. (Pica sobre la imagen)