No puedo más.
Sé que me reitero muchas veces, pero esto sobrepasa el límite, el límite entre lo irremediablemente aceptable y lo realmente insufrible.
Se acabó.
También sé que no tengo que hacer pagar a los demás por mis errores, y mucho menos, culparlos. Simplemente estoy escribiendo por órdenes de María, mi nueva psicóloga, a la cual, para variar, no soporto. Dudo que progrese en absoluto, aunque, según ella, confia en mí. Está tratando de alegrarme un poco, cosa por la cual no la odio del todo, pero eso es difícil que ocurra, pues parece que no llega a entender que sus repetitivos y monótonos "¿Qué-tal-estás?" no sirven de nada.
Como bien iba diciendo, nunca creí en estas cursiladas de los diarios, entre otras cosas, porque temía que mi madre pudiera leerlos. Esta claro que, sin duda, debí haber guardado la desconfianza para otro momento, ya que todo esto podría haberse evitado.
Escribir es inútil ahora cuando nada tiene sentido, pues esto tampoco lo tiene. Entro así en una espiral de desesperación, angustia e impotencia, una sensación de verdadero arrepentimiento y dolor.
Es como si mi vesícula hubiera estallado mansamente para que una amarga bilis inundara sus venas extendiéndose arteramente por cada célula de mi cuerpo, envenenando mi sangre y mis pensamientos, produciéndome un dolor tan hondo y tan sordo que mi cerebro no alcanza a encontrar una forma de expresarlo abiertamente.
Ahora, y sólo ahora, puedo recordar momentos concretos de aquella fatídica noche de sábado, cuya fecha nunca lograré olvidar.
Puedo recordar, también, aquellas frases de ánimo que mi abuelo sorteaba durante mi infancia. Pudo ser él quien consiguió hacer de mí un pequeño niño con ilusiones, virtudes y sueños. "Nadie puede cambiar de un día para otro" decía.
Ojala estarías aquí para comprobarlo, abuelo, ojala pudieras volver a alegrarme con aquellas acertadas y sabias palabras. Pero, ojala, pudiera demostrarte que, aunque sólo fuera una vez, tu nieto tuvo razón: se puede cambiar totalmente. Aunque, a decir verdad, prefiero dejar las cosas como están, pues prefiero no añadir la decepción al saco roto de sentimientos que inundan mis delgadas y deterioradas venas.
Y pensar que fui, hasta entonces, un chico totalmente normal, un chico con virtudes, defectos y aficiones, como escuchar el grupo The Killers, motivo por el cual solía ser apodado el Killer por amigos y conocidos que me rodeaban.
Aún me acuerdo cómo mi madre vino a visitarme a la comisaría, y de cómo, a mi parecer, lo peor había pasado. Pero me equivocaba. Ni siquiera estoy seguro de que las cosas lleguen a mejorar algún día.
Aquella noche visitamos los bares que solíamos frecuentar, yo y mis otros seis amigos, íntimos hasta entonces. Me encontraba cansado, extraño para algunos, pues había dormido poco la noche anterior. En el bar de aquella céntrica calle de Madrid cuyo nombre no quiero nombrar, dejamos nuestras pesadas mochilas con nuestros libros que acabábamos de estudiar momentos antes en la biblioteca de la universidad.
Fue ahí donde, sin más propósito que hacer burla a las primeras horas de la madrugada, bailamos para quitarnos el frío. Pronto volveríamos a casa., o al menos eso
pensamos.
De pronto, un grupo de asaltantes irrumpió en el local, sorteando tiros al aire, con tan mala suerte que uno de ellos dio en el abdomen de mi amigo Miguel.
Todos, horrorizados, pasamos a una esquina de aquella entonces pequeña sala, cegados por la iluminación, ausente debido a que los tiros hicieron estallar las bombillas que la hacían posible.
Algunos tuvimos la suerte de salir, siendo yo el único entre mis amigos. Quise llamarlos al móvil, pero entonces me di cuenta de que la mochila me la había dejado en el interior. Era demasiado arriesgado volver.
Huí a mi casa, donde encontré el refugio de mis queridas sábanas de franela, que daban la mejor bienvenida que pude esperar.
Al día siguiente la policía llamó a mi puerta, preguntándome si aquella mochila y que por tanto, todo lo que contuviera en su interior me pertenecía. Lo afirmé, cosa que hizo que dijeran aquella frase célebre de "acompáñenos".
Nadie me creyó, a excepción de mis padres, cosa que aún dudo.
Al parecer, el arma con la que mataron a Miguel y tanto escándalo produjo, se encontraba en el interior de mi mochila, junto con la dirección e información de, según ellos decían, mi víctima.
El odio por parte de mis amigos y de los familiares del fallecido, la impotencia de el no ser creído y las oportunidades que nunca más tendría, hicieron una gran pelota a la cual se fueron sumando la tristeza por la falta de Miguel y la incertidumbre que abarcaba mi total preocupación. Pelota que, como le gustaba decir a mi abuelo, iba de culo, bocabajo y sin frenos.
Aquello me causó enorme trastornos, los cuales psicólogas como María están intentando curar. Es inútil hasta que no me crean.
Mientras eso ocurra aquí seguiré, entre estas cuatro paredes blancas que cada día se acercan más y más a mí, provocándome un ahogo insoportable, unido a la fuerza que aprisiona mis brazos contra mi cuerpo.
¿Ves, abuelo? ¿Ves cómo todo puede cambiar? Tampoco debí creerme aquello que decías de sólo es viejo quien tiene más recuerdos que ilusiones. Dime, ¿qué ilusiones voy a tener a partir de ahora? Abuelo, ahora sé que viví en una mentira, en tu mentira.
Y sí, ahora soy el temible killer, quien hasta hace dos meses era un notable estudiante de medicina con grandes proyectos por delante. Pero, ¿a quién le importa? ¿Quién va a perder el tiempo en escucharme? ¿Quién va a creer mi historia si tan siquiera hubo testigos suficientemente sobrios como para narrar los hechos?
Escúchame, por favor... no estoy loco...
¿Es necesaria la asistencia al acto para la adjudicación del premio si se ha resultado ganador/a?
Pertenezco a la categoría juvenil y soy de Pamplona, motivo por el cual mis padres no tienen modo de llevarme (ya que en sus centros de trabajo deben avisar con una semana de antelación) y no conozco a segundas personas que pudieran asistir. ¿Perdería entonces el derecho al premio? ¿Puede, por favor, alguien del jurado, hacerse cargo del mismo?
Es una pena, porque si hubiera sido viernes en vez de jueves hubiéramos hecho el esfuerzo de asistir al acto .
Mil gracias, un saludo. Amaia Goñi Vega.
Lunes, 19 de abril de 2010
A mi e-mail responde de nuevo:
Hola Juana,
Soy Amaia, recibí tu correo y te agradezco mucho la compresión que has tenido. Pese a lo que pase en el certamen espero que todos paséis una feliz y entrañada tarde.
Escribo en las siguientes líneas la carta para el jurado que, aunque me hubiera gustado mejorar, he sido incapaz de hacerlo debido al poco tiempo y al estrés que ha supuesto esta semana.
Gracias, que pases una tarde estupenda, Juana
Soy Amaia, una joven pamplonesa. Ante todo os envío mis felicitaciones por organizar este certamen literario que, espero, tantas satisfacciones os haya aportado como a mí el imaginar las mil y una historias que poder relatar, contar, imaginar.
Me hubiera gustado poder compartir esta especial tarde con vosotros, pero me ha sido imposible debido al trabajo de mis padres, distancia, y diversos factores, motivo por el cual pido perdón por mi ausencia.
Pese a haber ganado varios certámenes anteriormente, he de admitir que me ha hecho mucha ilusión y que, sin duda, guardaré este recuerdo entre aquéllos más agradables.
Deseo que paséis una feliz tarde; mis más sinceras felicitaciones a los finalistas y ganadores. Por último, ya que se celebra el centenario de Miguel Hernández, quisiera terminar con una frase que dicho poeta escribió: Aquí tengo una voz enardecida, aquí tengo una vida combatida y airada, aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.
Muchas gracias, mis más sinceras felicitaciones de nuevo y feliz día.
Amaia - Jueves, 22 de abril, 2010
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Nota 2.- Los relatos están copiados tal y como llegaron al concurso, sin corrección ortográfica ni estilística. Éste será leído en la emisora de radio Onda Latina (www.ondalatina.es) el miércoles día 26-V-2010, hacia las 19,15 horas. El programa se repite el viernes y el domingo por la mañana (consultar los horarios en la parrilla de la radio).
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