Conocí a Penélope por mi trabajo en Asuntos Sociales hace más de un año. Recuerdo la fecha. Aunque estoy acostumbrada a visitar personas con problemas, ella me impresionó más de lo habitual. Tal vez fue su enflaquecimiento extremo. La melena cana, que sobrepasaba los hombros, se precipitaba por la espalda para morir en las corvas, o el hueco que dejaba la falta de un par de dientes. El caso es que, los primeros momentos, aun contra mi voluntad, fueron algo incómodos.
Años atrás fue una joven de belleza espectacular y eficaz secretaria. Mano derecha de un gerifalte según me contó después. Con buena situación económica y varios pretendientes, aunque al parecer todos con defectos de diversa índole. Es probable que nunca conociera el amor.
Así, refería, pasó el tiempo: entre viajes y congresos, enfrascada en el trabajo, en espera, pero con miedo de que alguien digno de aquel dechado de virtudes que era su persona llegara. Como testigos mudos de esa etapa una serie de recuerdos esparcidos por aquí y por allá: estatuillas mexicanas, palos de lluvia de la Polinesia, y un sinfín de objetos varios difíciles de enumerar. Aquella juventud dio paso a una madurez solo cronológica por la relación con unos padres castrantes de los que nunca se alejó.
Esa mañana se había levantado pronto. Iba a recoger unas pruebas al Hospital. Temblorosa, como cada seis meses, al enfrentarse al examen de la analítica. Por eso me ofrecí a acompañarla. El reparo de los primeros momentos dio paso a algo parecido a la amistad con esa curiosa mujer. Aunque eso, la amistad, era algo prohibido por nuestro jefe. Según él, teníamos que ser asépticos en nuestra valoración, para aplicar las ayudas. Fue algo que no pude evitar.
Yo con mis divagaciones, y ella afanada en buscar algo adecuado qué ponerse. Tarea difícil. Todo su fondo de armario, en el que se perdía por su enflaquecimiento, era anterior a la enfermedad, y le quedaba muy grande. El contratiempo quedó solucionado con unos imperdibles que a veces le dieron algún que otro pinchazo dejándola sin sangre apenas.
Mientras concluía de vestirse, me fijé en la puerta cerrada a cal y canto del fondo. Alguna vez mi curiosidad me llevó a preguntar por el contenido de aquel cuarto. “Ya te lo enseñaré”, contestaba con aquella voz grave, casi gutural, nada acorde a su imagen frágil.
Parece que aquel era el momento. Decidida, la vi acercarse a la hoja de madera, empuñar el picaporte e intentar abrir. La maniobra se quedó en un mero conato. La puerta no se abrió. Al acercarme para ayudar hice la pregunta:
-¿Te hace falta algo de ahí dentro?
La contestación no se hizo esperar:
-Sí, creo que tengo el bolso.
Agarré la manilla y empujé con fuerza. La hoja cedió de golpe. Un olor a algo más que cerrado se extendió por toda la casa. Pude ver entonces el contenido de aquella habitación. Era una estancia diminuta en la que apenas podía pasar de lado. Eso, o que los millares de cajas almacenadas no dejaban apreciar su tamaño real. Desde encima de una de esas cajas los ojos de vidrio de un zorro gigantesco se clavaron en mí. El grito recorrió el edificio.
Al recobrar el sentido me vi otra vez en el comedor, sentada en un sillón decimonónico. Penélope me arrimó un frasquito a la nariz. Del tufo casi vomito. Me pregunté de inmediato cómo demonios había llegado allí, si ella no tenía fuerzas ni para abrir un picaporte. La manga rota de la chaqueta, y la cola peluda que desapareció tras la puerta me hizo comprender… Un segundo grito se escuchó esta vez en toda la calle. A consecuencia del alarido se vino abajo el edificio colindante apuntalado la semana anterior. En cuanto a mí, sigo soñando con el contenido de la habitación cerrada y con Penélope…
9 comentarios:
Me encanta tu forma de narrar y de aprovechar pocas palabras para decir mucho.
Pero esta vez no he comprendido bien el final.
¿Quieres decir qe había una especie de hombre lobo o que tenía
amaestrado un zorro o un perro que parecia un zorro pero de mayor
tamaño?
Besos.
Berta
Hola BERTA, dejo abierto el interrogante para que la imaginación
del lector haga el resto. He querido dar un toque fantástico a este ejercicio...
Un abrazo... Isa.
Isa. Es muy bello tu relato, mantiene en atención permanente. El final tiene algo de confusión pero eso lo hace bello también. A ver si me aclaras. Ella, la anciana -Penélope- tenía en su cuarto secreto a un animal como compañía o algo así??
Un enorme abrazo.Adriana
Veo que tenía que haber aclarado un poco el final, pero como verás lo dejé con puntos suspensivos, quería que participarais de él, que cada una imaginara lo que quisiera... Puede que lo retome en ese punto y le de otra "vuelta de tuerca".
Un abrazo fuerte... Isa.
Hola, chicas, buenas tardes.
Deciros que el relato de Isa es una historia con final abierto, un final en el que cada lector (en este caso, y hasta que lo publique en el blog, sólo somos lectoras) debe de sacar sus propias conclusiones. Por tanto, el relato, Isa, debes dejarlo como está, sin añadirle ni quitarle nada.
Isa, como escritora, no debe darnos todo mascado, sino espolear nuestra imaginación, de hecho lo ha conseguido...
Sólo debo añadir que se trata de un cuento con dos posibles finales:
- Uno lógico: que la cuidadora de asuntos sociales está tan intrigada, tan fascinada por Penélope y con ese cuarto cerrado que, cuando las puertas de éste se abren y ve lo que hay dentro de él, del puro susto, se desmaya pero su cerebro trabaja de manera inconsciente y "sueña" cosas que no existen. Al despertar no es capaz de asimilar que Penélope, a pesar de sus pocas chichas, haya podido con ella, que la haya arrastrado hasta el sillón y esa manga rota sea el resultado de sus esfuerzos. El caso es que chilla de nuevo porque "cree" ver la cola de un zorro escapándose por el pasillo. Una "cola" que está en su mundo onírico.
- Uno mágico: que en aquel cuarto cerrado guarde Penélope sus "trofeos", sus historias inconfesables e, incluso, ¿por qué no? un novio/amante transmutado en hombre-zorro, en este caso, que sale en ayuda de su amada y que, por descuido, antes de regresar a su "guarida", su hermosa "cola" es percibida por la mujer-cuidadora que chilla ante su visión, algo que le hace sentirse, en el fondo, segura de todo lo que hasta entonces sólo pensó que eran conjeturas e ilusiones.
Un abrazo y ¡avivemos el ingenio!
Juani.
Un bello relato....azpeitia
A través de tu lectura es como si hubiese visto a Penélope y su
casa, hasta me ha parecido sentir ese olor a lugares cerrados, que
no soporto. Describes muy bien, y el final, pues a dejar volar la
imaginación, que eso si pretendemos escribir, nos hace falta que
trabaje todo lo que pueda. Un besito fuerte.
Ah!
Me parece perfecto Isa.
Besos.
Berta
De eso se trataba..., dejé el final abierto para que participárais de algún modo en la historia. Me alegro que te guste,creo que por primera vez he dejado volar un poco mi fantasía...
Un abrazo fuerte... Isa
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