Adriana Salcedo Jaramillo
¡Tan amigas, Ofelia y yo!
No hubo lugar sin recorrerlo juntas, en la finca de mi infancia. Lo más fascinante de su amistad era, ese no sé qué, que nunca olvidaré. Su felicidad inagotable, como el Titicaca en toda su extensión. Solamente la vi llorar una, una sola vez: al despedirnos. El tren ya había tocado su tercera campanada, reclamando a los últimos pasajeros. Sin dejar de abrazar su espalda, y ella la mía, sentí sus lágrimas mojar mis hombros hasta humedecerme los brazos y manos. Sin ventisca en sus párpados pues, como un sepulcro, se cerraron al subirme al tren.
Al sacar mi mano por la ventanilla, con el pañuelo amarillo que me regaló, sus ojos como la luna llena se abrieron y se cerraron lentamente. El pañuelo flameaba a su ritmo, mientras mi corazón se apretó en un estacato musical.
3 comentarios:
Hola Adriana:
¡Qué hermosa descripción del amor entre amigas!
Te salió tan redondo como la luna llena.
Besos.
Berta
Precioso relato que habla de algo tan hermoso como es la amistad. Me
imagino tu pelo al viento cuando tu amiga se ponía nerviosa y sus
pestañas se movían más de la cuenta. Me encantó ese detalle. Un
abrazo.
Pepi.
Hola ADRIANA. Me gusta Ofelia y sus desmesuradas pestañas. Pero, aunque el ejercicio sea hiperbólico, seguro que no exageraste en la amistad de las dos protagonistas..., quiero pensarlo así.
Un abrazo fuerte... Isa
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