Pienso que ha llegado la hora de despedirme. Creo que eres mi vida, mis recuerdos, mi pasado. Pero el futuro se me lleva, sin apenas tiempo a respirar. Quiero que sepas que me has dado mucho. Todo. Dicen que la vida es formada por recuerdos, así que he vivido, y mucho. Y quiero que sepas también, que en todos mis recuerdos te encuentras tú. Me has hecho vivir, y me has dado alas. Aún me acuerdo del primer día de primavera. Me tenías algo preparado. Lo sabía, aunque dijera que no. Aunque para nada me imaginaba que sería un día tan bonito, e inolvidable como el que me hiciste pasar. Corrimos. Corrimos más que nunca. Debajo los arboles florecidos de marzo. En el trayecto, agarrada a ti sobre la moto, con los ojos vendados y el corazón acelerado soñaba, y desperté en un prado. Nunca había visto un prado tan bonito como aquél. El sol matutino proyectaba rayos sobre los arboles, que dibujaban sombras a su alrededor, para hacerse ver. Estábamos perdidos en un campo, lejos de la urbanización, del mundo, de la realidad. Aún recuerdo esos cerezos en flor. Grandes y esbeltos. Y las horas que pasamos juntos debajo de ellos, con la mente perdida entre los dos. Solo el cerezo fue testigo de nuestro amor, y solo él, bajo la dulce aroma de sus flores, callará entre sus ramas para siempre nuestra historia.
La tarde pasó rápida, como un perfume concentrado de risas y amor. De ternura y pasión. De nosotros. Creó también, que ése día selló nuestra historia, y empezamos a vivir frenéticamente los dos. Juntos, sin nadie más. Ni siquiera tuvimos tiempo de contarlo, simplemente vivíamos con fuerza los dos, marcando camino, dejando señales. Los otros se daron cuenta tarde o temprano, nunca dijeron nada. Nunca esperamos que nos lo dijeran. Nunca prestamos atención.
También el verano fue a tu lado. No nos separamos. No podíamos. Huíamos del mundo real, de la sociedad, y allí, concentrados en nosotros mismos, vivíamos. En ésa barca, Freedom la llamamos, pasaron nuestras horas. Con el único mapa de nuestros sentimientos, hicimos mar. Y perdidos entre las olas, siguiendo la puesta de sol, llegamos a más de un horizonte. Las noches eran frías para ser verano, aún así, nuestra aventura no cesaba. Era un placer estar contigo.
Fueron muchas también las horas pasadas en ése tejado. Nunca nadie nos prohibió estar allí. Creo que en el fondo vivían de nosotros, encontraban sus horas perdidas en nuestros atardeceres. Des de allí arriba, se veía todo. En nuestro pulgar cabía la ciudad entera. En cambio, el cielo nunca lo pudimos coger. Era el techo de nuestra historia, el límite.
Una noche me diste una estrella, la elegiste de un cielo estelado y luminoso. La encontrábamos cada noche, nos venía a visitar. Nuestro amor era como aquella estrella, un amor fundido en un punto brillante en el cielo, a quilómetros de distancia del mundo, y el más grande, aunque nadie lo viera.
La verdad es que nunca he creído en el tiempo. El tiempo lo eliges tú. Pero siempre he creído en el destino. Por eso, ahora es a mi destino al que no le quedan hojas. Ya no hay más historia. Lo sé, me lo ha dicho. Y por eso, he decidido parar mi tiempo. La vida se me lleva y no podría soportar la idea de irme a poco a poco, y tener miedo de dormir, para no saber si al despertar podré abrir mis ojos. Tampoco podría aguantar perder tantas horas muertas, y sobretodo hacértelas perder a ti, cariño.
No sé si me entenderás, no sé si nunca me perdonarás, pero es que mi espíritu es el de la libertad, cómo nuestra barca, y lo que más me asusta en esta vida es la idea de estar encerrada.
Por todo esto, lo siento. De veras. Pero es que quiero demasiado la vida, cómo para llevarme el recuerdo de una muerte lenta, de morir a poco a poco y tener que aceptar que no podré volver al campo de cerezos en flor, ni subir a mi tejado a contar las estrellas. Ni siquiera batallar entre olas, y vivir del mar. Has dado sentido a mi vida, y te agradezco esto, y mucho más. Te quiero demasiado, para verte sufrir. Solo quiero pedirte una cosa. Quiero que vuelvas al prado en el que un día huimos, cojas la flor más bonita y la dejes en nuestra barca. La cogeré en cuanto vaya, en cuanto me pierda en el mar, esta vez pero, me toca hacerlo sola. Creo que ya es hora de ir a buscar otro horizonte.
Con el más verdadero amor, tu estrella.
El motivo de este mensaje, es que me es imposible acudir a la entrega de premios, debido al caos que hay estos días en los aeropuertos ya que resido en Barcelona. He delegado a una segunda persona, Josep Santacreu Tañà, para acudir a la ceremonia, pero no se si podrá acudir a este evento. Les agradecería que me comunicasen si he sido ganadora, y en ese caso, que hicieran una excepción, teniendo en cuenta el motivo de este imprevisto, y me guardasen el premio, o se hiciera cargo de él alguno de los miembros del Jurado.
Les agradezco su atención.
Atentamente,
Gemma Puigdomènech.
Miércoles, 21 de abril, 2010
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