jueves, 13 de septiembre de 2012
Relato de Juan Palazzo: Mi patio
La casa por dentro - 1921
Juan Palazzo (1893-1921)
Mi patio
A Albino Chiariello, intenso, individual y estremecedor paisajista de
extramuros.
Yo también tengo mi patio, un patio
pintoresco y humilde, alegre y sombrío; un patio que en las tardes invernales
se sume en penumbra y durante la primavera resplandece de luz. Yo siento por mi
patio un apego orgánico, que aumenta con los años. Es una especie de íntimo
cariño, como el que sentimos por un rostro familiar, por un objeto querido, por
el retrato de un ausente, por la voz templada y afectiva que oímos de la madre
al regresar de un largo viaje... Lo quiero, porque en él aprendí a caminar,
porque ha sido el sitio de mis primeros juegos y el mudo testigo de las
nacientes ilusiones. Lo considero mío, porque allí pasé horas gratas y feas,
felices y trágicas. No en balde transcurrieron veinte años, la mitad de una
existencia. En cuatro lustros ocurren grandes acontecimientos y se ven muchas
cosas; una vida santa, que cierra los ojos con la resignación del cristiano;
otra vida pura, que agoniza poco a poco en el cuarto silencioso; otra más,
tenaz y fuerte, que se quiebra a pesar de todo. ¿Hay algo de mayor intensidad
que esto? Luego, el mundo de sensaciones cotidianas, simpáticas y siempre
nuevas. Oír, al levantarse, pasos que se alejan, murmullos de voces, correrías
de niños. Contemplar la casa a distinta hora y en diversa estación. Sentir el
placer de estar solo y en compañía. Pasar, en fin, por una escala de matices
sensoriales, que en conjunto constituye la vida. Por lo tanto, emotivamente,
para mí vale más que una mansión señorial.
Esta noche el patio aparece blanco.
Mientras los demás duermen, yo lo miro extasiado. La luna derrama una
transparente claridad, que es gris de escarcha en la ropa tendida; capullo de
seda en los intersticios de las hojas; nieve, nieve pura, pero cálida, en los
cuadrados que tapiza el suelo. Por los rincones vagan las sombras. Algunas se
alargan, finas, traslúcidas; otras cortadas; otras curvas; otras densas,
voluminosas.
La magnolia que sirve de centro y en
cuya copa anidan gorriones, surge gigante, extraña, esquelética, reflejando en
el paredón el zigzag de su ramaje. Las plantas, húmedas de rocío, se abisman en
la sombra y parpadean en la láctea lunar. Las puertas cerradas, se dirían de
ermitas o celdas conventuales. En sus vidrios blanquea la cortina de la gente
pobre. Los postigos, sin embargo, atajan el claror nocturno. Pero en mi pieza
penetra, porque la he abierto de par en par, ansioso de verla siquiera un
instante envuelta en rica magnificencia. Es la hora del conticinio, la hora del
general silencio. Nadie lo turba, nadie anda. Todos yacen en la cama,
entregados al descanso, que es el egoísmo del único bienestar que gozan. Sólo a
intervalos interrumpe el silencio las armónicas campanadas de un gran reloj
cercano, cuyos golpes suenan en el fondo acompasados y lentos: pam, pam, pam.
Luego, otra vez la calma, el misterio, la idealidad.
Esta noche mi patio es la poesía
misma. Nunca termino de acariciar con los ojos su aspecto subjetivo.
Principalmente el octogonal aljibe y esas sábanas que caen de las cuerdas,
serenas, amplias como velas desplegadas. ¡Qué fresca sensación producen las
ropas tendidas! ¡Cuánta pureza y blancura! ¡Cómo atraen en la honda quietud de
la alta noche y en un patio original como el mío! Yo estoy solo, y lo mismo que
el inmortal poeta de las Noches,
Plego mi boca y callo
para escuchar en silencio,
mi corazón hablar bajo.
Yo estoy solo, y siempre quisiera que
mi soledad fuera así, mezcla de esperanza, de afirmación y ensanchamiento
emocional. Yo estoy solo, y velo por lo otros, tristes seres de caras
afligentes y miradas pálidas, que viven en la penuria. Mi aliento es para ellos,
mi espíritu los acompaña, porque son parte de mi existencia. En cada corazón
anhelaría depositar una luz que los guíe eternamente. En cada cueva desearía
que entrara una nubecilla de luna. Mas, ved; los postigos permanecen herméticos
y todos duermen ajenos a mi lirismo. No quieren saber nada de estas cosas. Pero
yo respeto esa indiferencia. Que duerman dichosos...
La noche avanza, el alba se aproxima.
Mientras el día viene, de súbito, bruscamente, oigo que un hombre tose, tose
fuerte, bramando, con sacudidas espasmódicas capaces de romper las entrañas.
Sus arranques me ataladran los oídos. Y me pongo a pensar. He ahí otro árbol
que cae y ya no sirve para nada; otra vida inútil que aguarda a la Ingrata.
Mi patio es así, pintoresco y
terrible, luminoso y sombrío, alegre y trágico. De día lo anima el ir y venir
de vecinos. De noche se recoge. En verano es algo que causa solaz y en invierno
nubla los ojos, atrista el alma y hasta provoca la tos. A veces me parece el
paraíso y otras el luctuoso patio de un hospital.
Por todo esto yo lo amo.
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