Envuelto en las sombras puede descubrir la silueta de Dimitri, aunque en realidad sólo adivina el blanco de sus dientes. El bombero atraviesa la ventana con rapidez, pasando a la cocina. Se abraza con fuerza a la joven. Después se despoja de su capa y la cuelga a ciegas en un clavo que hay cerca de la estufa. Pelagia tira al suelo la raída manta y se acuesta junto a su amor: el bombero que, desde que le conoce, la hace soñar con un mundo mejor. Permanecen en silencio, muy abrazados, hasta que sus cuerpos entran en calor. Sólo entonces empiezan a besarse con pasión.
Dimitri lleva dos años en el cuerpo de bomberos y espera que le llegue pronto el nombramiento de su plaza fija. Entonces su sueldo se incrementará en unos cuantos rublos más y, aunque Pelagia tendrá que seguir trabajando, ya no lo hará todo el día, sólo por las mañanas, las tardes serán para atender su propia casa y estar juntos.
También la cocinera sueña con ese mañana, no soporta la casa donde trabaja y mucho menos a los señores: los seres más mezquinos de todos los que ha conocido. Pero ahora no es cuestión de pensar en el futuro. Mejor dar rienda suelta a la pasión que les embarga. Dimitri deshace la trenza a la joven cocinera, al tiempo que le dice casi en un susurro.
- No soportaba otro día sin verte. Te necesito cada vez más junto a mí.
- Pronto estaremos unidos y en una cama mullida -contestó la joven-. Prométeme que será la cama más cómoda de todo el mundo.
El joven la besa con dulzura, al tiempo que le asegura:
- Aunque no podamos tener otros muebles, te juro que dormirás como una reina.
Pelagia empieza a quitarse el abrigado camisón de franela cuando le parece escuchar voces y pasos en la habitación de los señores. Le pone la mano en la boca a Dimitri al tiempo que le dice muy bajito que escuche.
La voz de la señora se oye muy fuerte. Pelagia le pide a su enamorado que corra a esconderse en la despensa. Mientras, ella a tientas, en la oscuridad, recoge la manta del suelo y se vuelve a poner sobre el baúl. Al momento escucha cómo se abre la puerta de los amos y oye cómo el señor se acerca al dormitorio de los niños y cruza unas palabras con la niñera, pero no puede entender lo que dice. En pocos segundos, y con pasos vacilantes debido a la oscuridad, se acerca el señor Gaguin que la llama:
- Pelagia, Pelagia.
La muchacha, intentando hablar con voz soñolienta, contesta:
- ¿Qué ocurre señor?
- Vamos, Pelagia, deja de hacerte la tonta, quiero saber ahora mismo quien entró por la ventana.
- ¿De qué me habla, señor? Le juro que no entiendo nada.
El señor Gaguin muy sofocado la increpa:
- Así que, ¿no sabes nada? Dile ahora mismo a ese bombero que salga por donde entró.
Pelagia comienza a llorar al tiempo que dice:
- ¿Cómo puede decir el señor una cosa así de mi? ¿Cuándo le he dado yo motivo de queja? El que sea pobre no significa que me tengan que humillar de esta manera.
El señor Gaguin algo confundido carraspea, al tiempo que intenta suavizar la situación.
-Vale, vale, no te pongas así, la señora estaba en la ventana y dice que vio entrar una sombra por la cocina, con tanta oscuridad se habrá despistado. Sigue durmiendo. Espera, ¿sabes dónde está mi bata?
Pelagia, con voz aún llorosa, responde:
– Perdone el señor, me olvidé de dejarla en su dormitorio. Está colgada en el clavo, junto a la estufa.
El señor Gaguin se dirige a tientas donde está el clavo, toca la bata, la descuelga, se la pone sobre sus hombros y se marcha.
Mientras, la cocinera aprieta con fuerza sus manos sobre el corazón que le galopa fuertemente. Cuando la puerta de los señores se cierra. Pelagia va a tientas a la despensa, llama a Dimitri y le dice que tiene que marcharse. El bombero obedece. Va hacia el clavo donde dejó colgado su capote, tantea, pero lo encuentra distinto, lo descuelga y busca su insignia de bombero, no la encuentra y se lo dice a Pelagia, quien busca una cerilla que se dispone a encender. Cuando lo hace los dos se quedan blancos, sin una gota de sangre en sus cuerpos. Lo que tiene Dimitri en sus manos, es la bata del señor Gaguin.
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