En la oscuridad absoluta el hombre respira ansioso y no se atreve a mover ni una mano. No siente nada, ha sido todo tan rápido después de la explosión... El estrépito de las rocas, un golpe fuerte y la pérdida total de conciencia por un tiempo, no sabe cuanto. Puede respirar, pero no se atreve a moverse. Cómo será esta eventual tumba. ¿ Eventual?
Hay alguien ahí, pregunta con temor, porque su voz, resonando en la pared, le dirá el espacio que tiene, el aire que le queda, aunque su instinto le dice que está solo, que no puede esperar ayuda para sobrellevar este trance que ahora le tocó a él, eso que no quieres ni pensar que te pueda ocurrir a ti, eso les ocurre a los otros, tú eres un tipo con suerte... No oye nada, nadie contesta, ningún sonido o lamento le da a entender que tenga compañía. Con mucho miedo tantea el techo, echado boca arriba como está no llega a palparlo, pero sabe que está cerca, algo le oprime las piernas, pero no duelen, y eso no es bueno Mira que si no puede moverse, sería mejor quedarse aquí quieto y acabar. Ya es mala suerte. Hoy era el penúltimo día. Llevaba semanas descontando jornadas del calendario. Ahora que se le ha presentado la oportunidad, ya estaba casi fuera, lejos de este infierno oscuro y profundo... Iba a volver a mirar el cielo abierto, a mudar las galerías por el andamio.
Cuando llegó de su tierra manchega, hace años, cumplido el servicio militar, pensó que la mina era buena, trabajo seguro, lloviera o nevara. Al principio fue muy cuesta arriba, pero a todo se acostumbra un pobre, que tiene mujer e hijo. Cuando el guaje nació se hizo el propósito de salir de aquí, de recoger un duro como fuese para mejorar su vida. Quitándole horas al sueño tiró tabiques, puso azulejos, las mil y una chapuzas para ganar la confianza de ese constructor que empieza a destacar en la zona y que ahora le estaba tendiendo la mano para abrirse camino en el mundo de la construcción, que tiene tanto futuro, si no te duele el trabajo..., pero..., mira, le ha tocado, ya es mala suerte..., mala, muy mala.
No, no, no puedo quedarme quieto, esperando resignado el fin, tengo que mover con cuidado los brazos, puedo, ahora voy a levantar el cuerpo. Dios, puedo mover el cuerpo..., y..., los brazos, no estoy paralítico... Aquí..., aquí.
La piedra golpea sin tregua, acompasada, la pared... Hay pausas para escuchar. Horas de desmayo, de rabia, rachas de ánimo reforzado. La imagen de los seres queridos viene etérea, a través de esta oscuridad densa y húmeda, animando la mano que busca ayuda de arriba. Entre tanto vienen a la imaginación historias de otros percances con un buen final que atraen la esperanza, por un momento, para caer al siguiente en la angustia, en la desesperación de tantos días negros, de espera, entre sollozos y cadáveres escupidos por la boca de la mina. Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita... Quiero vivir... Quiero vivir...
Cuando abrió los ojos vio un sol amarillento rasgando la neblina de la tarde invernal y allá arriba los picachos verdes, atrevidos, desafiantes contra el negro del carbón que invade toda la cuenca minera. Respiró aire fresco a fondo, y pensó que era un tipo con mucha, mucha suerte.
3 comentarios:
Tiene que estar muy bien escrito tu relato, te lo digo porque yo padezco de claustrofobia y a medida que te iba leyendo me iba agobiando. De verdad que se agradece el final. Para mi es muy bueno.
Un saludo. Pepi.
Carmina, con unos días de retraso quiero felicitarte por este relato tan magnífico que, de nuevo, has querido compartir con todos nosotros. Te doy las gracias por ello y espero que sigas colaborando.
Un abrazo enorme, Juana.
Buenos días Carmina.Opino como Pepi,se siente la angustia de tu protagonista,se "ve " la oscuridad de la galeria derruida.Es un buen relato.El final,una bocanada de esperanza..
Un beso..isa
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