No iba a ser fácil aquel ascenso, otros compañeros esperaban como él mejorar de situación. Por eso su actitud con el procurador fue casi de servilismo en aquellos últimos meses al llamar todas las mañanas en su despacho para brindarle sus servicios. Aquel ofrecimiento siempre tenía la misma respuesta, la franca sonrisa de aquel hombre de aspecto bonachón.
Nikolai Popov fue procurador es San Petersburgo durante toda su vida. La manera en que llegó a desempeñar ese cargo era un misterio. Según las malas lenguas, todo era gracias a su matrimonio con Tatiana Sergeyevna Ivanova. La mujer, que no era agraciada, contaba con una considerable dote .Su padre, un rico banquero, buscaba marido para su hija única. Cuando Nikolai Popov la conoció nada sabía de aquella dote, quedó prendado de la sencillez de la joven. Si bien era cierto que no era bella, su conversación la hacía atractiva, al menos para el futuro procurador, acostumbrado a las necias conversaciones de las mujeres conocidas hasta entonces.
Al poco tiempo de entablar amistad, los sentimientos de Nikolai fueron cambiando y decidió pedir la mano de Tatiana. Sergei Ivanov accedió de buen grado al matrimonio de su hija. Veía en su futuro yerno, por entonces estudiante de abogado, un joven capaz y honesto.
Después del matrimonio, el padre de la muchacha movió los hilos en su mano para que su yerno pudiera entrar en la Procura. Por todos estos rumores, ciertos o no, el consejero suplente no tenía el respeto que debiera al hasta entonces jefe. Para él un hombre tiene que llegar a conseguir una buena posición por sus propios méritos, y no a través de una esposa rica.
¡Las mujeres, siempre con sus reproches, son tan molestas! Sobre todo su esposa María Michailovna. Ella se encontraba preparando el equipaje para viajar a Samara, allí tenían pensado pasar el verano. Pelagia, la cocinera, y Vasilia, la niñera, le ayudaban en ese menester. Su mujer era tan simple que no era capaz de hacer las cosas sin ayuda.
Vasili interrumpió sus pensamientos al oír las campanadas del reloj de la plaza.
- ¡Terminó el trabajo! Mañana a estas horas estaremos de viaje hacia nuestra casa en Samara -se dijo y, cogiendo el sombrero, salió del despacho.
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