Lo dudó durante unos instantes, pero... ¡No! ¡Era cierto! Estaba seguro de haber visto a alguien, entrar por la ventana del consejero suplente Gaguin. El movimiento de la capa hizo que se percatase de ello. ¡Qué suerte la suya! Iba a poder detener a un ladrón en casa de un mandamás. Eso, le haría sumar puntos de cara a una vacante en el departamento. El tenía cualidades, pero no recomendación. Por ello la última vez, se quedó en sereno, y fue el hijo del panadero quien entró, pues su madre no paró de regalarle bollos a la esposa de Gauguin. En cambio ahora, cogiendo a un ladrón, ¡fijo que lo conseguía! ¡Qué bien le iba a quedar el uniforme!, y lo mejor, no tendría que hacer la ronda todas las noches, sólo las de guardia. ¡Todo un lujo! Además, el sueldo era un poco más alto.
Entró decidido a darle. Nada más saltar vio cómo estaba de pie, en la cocina, de espaldas a él, con la capa todavía puesta. Enfrente, la cocinera permanecía estática, atónita, con cara de espanto. ¡Claro!, se dijo, la pobre mujer está asustada. El caco también se hallaba inmóvil, pues no debía conocer la casa y se había dado de bruces con la Pelagia. No lo pensó un ni un instante, y le asestó un golpe certero en toda la cabeza.
¡Pam!
El intruso cayó redondo al suelo.
- ¡Animal! ¿Qué haces? -Gritó Pelagia.
- Salvarte la vida, ¡tonta! -Le contestó él.
Ella se agachó y, bajo la capa..., Gaguin yacía aturdido en el suelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario