En parte estaba contenta que su destino fuese aquel y no el de su amiga… Aunque, lo que más le dolía no era todo el desgaste físico que tenía, sino el daño psicológico que acarreaban las despedidas de la gente que iba conociendo, pero que nunca volvería a ver.
Pero su vida, si es que podía llamarse vida, era así.
Esta vez el Oráculo la había destinado a viajar a una dimensión un tanto extraña según le habían comentado, pero, dentro de esa dimensión, viajaría a un planeta en concreto: la Tierra, a algo así.
Decidió dejar de lamentarse y ponerse en marcha de una vez por todas. Aunque, antes debería pasar por su hogar para poder recargar energías y poder ver a su familia.
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Ahora solo le faltaba pasar por casa y emprender la nueva misión.
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-Hola…- fue lo primero que dijo al entrar en casa. Como pudo comprobar, nada había cambiado durante su mes de ausencia. En parte, eso le agradaba. Aunque solo les viera unas horas cada vez, amaba a su familia y ellos a ella.- ¿Cómo estáis?
-Bien hija- dijo su madre, y, acto seguido se levanto de la mecedora para ir a abrazarla.- ¿Y tú?
- Cansada.
- Ya sé que ser sacerdotisa es difícil y agotador.- Le decía su madre mientras le besaba la frente.
-Y aún más cuando tan solo tienes dieciséis años, ningún acompañante y no tienes todos los poderes mágicos desarrollados.
-Pero no tienes más opción.
-Lo sé, y eso me duele.
-Respecto a lo del acompañante… ¡Ya te han asignado uno!
-¡Oh!, ¿en serio?- Mientras decía esto, una sonrisa se le iba dibujando en su hermosa cara.
-Sí. El Oráculo nos lo dijo hoy mismo, pero le pedimos que no te lo dijera para así poder darte nosotros la sorpresa.
Le encantaba eso de su madre, aquellos pequeños detalles que para ella significaban tanto. Realmente le debía bastante a su madre, por todo lo que la había apoyado.
-Por cierto. ¿Y papá?
-Lo siento pero no está, no podrás verlo hasta el mes que viene. Lo siento.
-No pasa nada, de todos modos dale recuerdos, como siempre.
-Claro que sí, cielo. Deberías irte yendo, tu acompañante te espera en la otra dimensión.
-Adiós mamá.-Y, acto seguido se esfumo.
Como todas las otras veces que viajaba de dimensión en dimensión, se sentía aturdida, no solo por el viaje, sino por encontrarse de repente en lugar que no conocía de nada.
En cuanto se le pasó el mareo, vio que un chico castaño de unos diecisiete años más o menos se acercaba a ella.
-Hola,-sonrió- tú debes de ser Ruth ¿me equivoco?
-No, no te equivocas. ¿Y tú eres…?
- Me llamo Gabriel, y según parece ser a partir de ahora seremos compañeros.
Qué bien pensó Ruth, por lo menos su compañero parecía majo.
-Por cierto, ¿dónde estamos?
-Oh, claro, estamos cerca del Parque de las Cruces en Carabanchel, Madrid.
-Lo siento, no entiendo nada.
-De acuerdo, la tierra se divide en cinco continentes, nosotros estamos en uno de ellos, Europa, y dentro de cada continente, hay países. Nosotros estamos en un país llamado España. España se divide en provincias y nosotros estamos en Madrid que, además, es la capital de España.
-OK, creo que lo voy cogiendo. Es…bonito. Según me contaron la Tierra empezaba a estar bastante dañada por la intervención humana. Pero, por lo menos, parece ser que este parque no está demasiado dañado.
-Si…, deberíamos movernos e investigar un poco.
-Sí.
-¿Eh?, que es esto-dijo Ruth señalando algo que no sabía que era.
- Se llama metro, son vagones que circulan bajo tierra. Este se llama Metro Eugenia de Montijo.
-¿Mmmm...? ¿Un instituto?
-Sí, es el instituto Iturralde, y un poco más lejos el Larra.
-Ya veo. ¿Por cierto, de que modo se pueden sanar los corazones de la gente de aquí?
- Según me informó el Oráculo con cualquier cosa que no sea material.
-Ugh…tendremos que tener cuidado de lo que hacemos entonces ¿no?
-Si- y de nuevo sonrió. A Ruth le pareció una risa hermosa.
Los dos, por un momento, se quedaron mirando fijamente.
-Bueno, pues comenzaremos a trabajar por la noche. Así que no te retrases, por favor – Pero, al instante Ruth se sintió mal por el tono en el que dijo esto, no pudo evitar sonrojarse, asique aparto la mirada.- Nos vemos esta noche aquí a las diez en punto.
-Cla.. claro.-dijo Gabriel también sonrojándose.
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-Ya son las diez y Gabriel todavía no ha llegado…-decía Ruth mientras movía nerviosamente el pie.
De repente. vio que algo iba corriendo hacia donde se encontraba.
-Lo siento.-Se disculpaba Gabriel- Perdona, no pude llegar a tiempo- decía asfixiadamente.
-No…no pasa nada.
-Bueno, pues pongámonos a ello, ¿has conseguido algo de información sobre el lugar?
-Sí, pero no demasiada,...
-Bueno, siempre se ha sabido que las personas tienen un mejor corazón si se sienten a gusto con el entorno ¿no?
-Sí, cierto, entonces deberíamos alegrar un poco estos parques ya que no en exceso, pero con el tiempo se han ido deteriorando.
- Veo que has estado buscando imágenes de cómo era Carabanchel hace unos años ¿no?
-Sí, y la verdad, era muy hermoso.
-Lo sé.
Así que, juntos, Gabriel y Ruth durante un mes se esforzaron en hacer Carabanchel un lugar agradable en el que vivir. Y además, se esforzaron en llenar cada rincón de cierta carga mágica para que las personas que sufrían enfermedades se fueran recuperando.
Aunque sabían que su esfuerzo no se notaría al instante dentro de unos años, la gente lo agradecería.
Cuando terminaron de hacer todo el trabajo, la noche antes de partir estuvieron cenando en un restaurante y más tarde salieron a dar una vuelta.
-Gabriel…¡yo te quiero!-dijo Ruth sonrojada pero por una vez en su vida, dejándose llevar por sus emociones.
En ese instante Gabriel se quedó sin palabras.
-Yo…también.
-¿En serio? Qué bien.-Ruth abrazo con toda su alma a Gabriel.
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Por la mañana quedaron en encontrarse.
-Vamos Gabriel, es hora de irnos-decía Ruth con una sonrisa de oreja a oreja.
-Ruth,… hay un problema…¿nunca te has preguntado cómo es que se tanto sobre la Tierra?-dijo con tono apenado.
-Pues sí.
-Ruth, soy humano-decía llorando- no puedo salir de la Tierra, tengo poderes, algo muy extraño, pero demasiado pocos.
-¡¿Qué?!-Ruth también se puso a llorar- no, no puede ser, ¡no es justo!, yo te amo.- y mientras lo decía lloraba más. So…solo se me ocurre una idea para que puedas viajar conmigo.
Acto seguido, puso sus manos sobre su cuerpo y una luz salía de Ruth y entraba en Gabriel.
-¡¿Pero qué has hecho Ruth?!
-Ahora podremos estar siempre juntos- decía Ruth medio desmayada en los brazos de él.
Sonreían.
Así quedó plasmada aquella imagen, en el mismo lugar donde se conocieron, en el Parque de las Cruces.
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