Marcos Alberto Paredes Calderón
- ¡Una fiesta!, ¡no lo pierdo por nada en este mundo! –Exclama Fabiola, morena de rostro largo y ojos pequeños–. Bacán, ahí estaré sin falta –luego, despide a Luisa con un beso en la mejilla mientras el viento matutino ondula su vestidura, un polo ancho, algo simple, denotando en ese afán su esbelta figura–. Nos encontramos en Lagunilla.
-¡Vale! –Le responde Luisa, mientras baja las pequeñas gradas de la casa de su inseparable amiga.
- ¡Que noticia maravillosa! –Exclama Fabiola al quedarse sola.
Faltan pocas horas para la diversión prometida y Fabiola no piensa mucho para decidir: “Qué va, hoy faltaré al trabajo”. Se toma todo a la ligera. “La vida se vive solo una vez”, es su frase predilecta con la que justifica su existencia disipada. Tiene que preparar todo para asistir a su velada, sin vicios, pero con mucha bulla y desenfrenados bailes de posturas eróticas, prohibidas en las fiestas de familias de alta alcurnia y en algunas reuniones de padres cucufatos.
“Fiebre alta y reposo absoluto”, fue su autodiagnóstico y la mentira que le exige su conciencia parrandera. Todo está planeado, recoge su pequeño vestido negro, tipo minifalda, y lo abraza con mucha alegría.
- ¡Lagunilla, mi lugar preferido! –Exclama–. Sin lugar a dudas hoy será el día.
Ya en la noche, al llegar, ve que la fiesta es todo un éxito. Se escucha en los parlantes el sonido de la música. Las parejas, entre arrumacos, danzan al ritmo de la melodía y al compás armonioso de las figuras que tocan sus cuerpos calientes. Ella, con traje exótico, que escogió exigida por el agobiante calor. Quiere impresionar. Siente que sus ansias locas forman un torbellino de ilusiones en su cabeza, pero se obliga a esperar, no pretende ser impaciente.
- ¡Fabiola! –grita Luisa, esforzando su voz para que la escuche–, vamos, te pierdes lo mejor de esta juerga...
- ¿Ya llegó? –Inquiere algo incrédula.
Caminan hacia el balcón que da al gran lago, entre empujones y risotadas. Algo común en ella, presa de los nervios.
- ¡Lo mejor! –Le dice su amiga-. ¡Aprovecha tu oportunidad! ¡Será la última que tengas!
Se encuentra atónita, petrificada, mientras lo mira: un apuesto joven de tez blanca y cara larga, cabello negro, corto, lacio y desordenado, algo revuelto. “Dios mío”, piensa en ese momento.
En el fondo, la muchacha liberal, guarda un corazón destrozado. Todos los fines de semana, después de los desvelos y fiestas sin sentido, llora muy triste. Se promete una y otra vez que se armara de valor y decirle que lo ama en silencio. Para ella gozar es sólo verlo; cegada, refresca su memoria y recuerda aquel día de febrero, cuando lo conoce, y la sonrisa que él le dio para hechizarla completamente.
- ¡Anda! –Le insta su amiga.
“Con mucho cariño”, piensa de nuevo. Tres años que parece una loca, lo sigue a cuanta fiesta él concurre, “y con mucho dolor”. Cierra sus ojos y entre el gentío alborotado, comienza a caminar a ciegas. Queda decidida en recoger cada pedazo de corazón que quedará después de aquel bochorno, que seguro lo esperaba y, de pronto...
- ¡Fiebre alta..., y reposo absoluto! -La susurran.
Abre los ojos al instante, es Ignacio, su jefe. Un hombre testarudo, pero siempre rechazado por ella.
- ¡Fue una de aquellas calenturas pasajeras...! –Responde con mucha pena.
- Anda ven...
Caminan algunos metros, él habla, la música se entromete, y ella no lo escucha, pero no importa, era mucho tiempo que no lo presta atención y no quiere empezar en ese instante, sabe que es su última noche de bohemia obligada. ¡Su amado se iba y, talvez, jamás volverá!
- Hay alguien que desea conocerte. Hoy fue al trabajo..., y tú brillabas por tu ausencia –dijo su jefe, mientras se acercan al grupo donde se encuentra él.
Ella mira al apuesto joven que contempló antes. Sus ojos pequeños, color pardo, la observan sin disimulo.
“Divino”, piensa Fabiola, tan cerca y tan lejos de su amado. Siente que el pecho se le abre y que del corazón adormecido, con mucho pavor, brotan borbotones de lágrimas rojas.
- ... Insiste en conocerte –continúa Ignacio-. Se irá por mucho tiempo..., ganó una beca de estudios..., bendito Juan. No lo trates como a mí. Yo sólo lo quise ayudar.
- ¡Él! –Exclamó asustada.
Quiso marcharse pero ya era muy tarde. El pequeño espacio fue el culpable de que sus miradas no se desprendieran ni un segundo.
Pobre muchacha, alargó su enfermedad, desconocía que su cura estaba a unos pasos; en su trabajo, en su jefe. ¡Se encuentra confundida!
“Maldita tarada”, piensa autoinculpándose. Luego, tiene un aire de misericordia “Pobre chico, él también andaba en mi búsqueda...”.
- Ahora entiendo, quisiste ayudar pero yo... ¡Disculpa!, no pretendí ser arrogante... –Él le respondió con un ademán y después, los presentó.
- Hola –dijo Juan muy parco, mientras le extendía la mano. Luego le susurra algo a su amigo, quien se ríe y se marcha dejándolos solos en el balcón, por donde resplandece la luna y algunas estrellas que bailan a su alrededor.
- Es hermoso contemplarlos, es augurio de felicidad –le dice Fabiola embobada.
- Sí, sí..., es de buen auspicio. ¡Esta es la fuente de mis deseos! –Exclama Juan–. Tiré varias monedas desde este sitio... Todas por un solo pedido.
- ¿Qué le pediste? –Inquiere ella.
- Tan sólo besarte, sería un buen comienzo...
Juan y Fabiola se conocen aquella noche, mientras el cielo amenaza con llover y sólo cayó una garúa infinitesimal. El suelo está mojado, no de la imperceptible llovizna, sino de pequeñas lágrimas que brotan de los ojos de los jóvenes llenos de júbilo y pasión.
3 comentarios:
Hermoso relato!
Me gusto mucho!
No soy lectora del género romántico pero esta narración es tan llevadera y tan dinámica que la leí sin pausas!
Muy buena historia!
Gracias por compartirla!
Zulma
Hola Marcos, cuando publicaste tu relato, yo tenía el ordenador roto, después vinieron las fiestas, y ya dejamos los estudios aparcados. Ahora al leer lo que nos está mandado Juani, recordé que no te comenté tu relato, lo hago por aquí, ya que sigo teniendo problemas para contestar por el grupo.
Me gustó tu historia romántica, en el fondo yo lo soy, y mucho, aparte te quedó muy bien, casi como una moraleja, el que fuera su jefe quién la acercara a su enamorado, a veces tenemos las cosas muy cerca, pero no las sabemos ver. Un abrazo. Pepi.
Hola marcos, muy buen relato, espero algún día conocer lagunilla.
Saludos: Danny Dan.
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