Como se ha podido leer en los diferentes comentarios de las alumnas, se trata de un relato que, a pesar de parecer sencillo, no lo es tanto, es polémico y da lugar a opiniones encontradas como cualquier otra obra ya que autor y relato son uno, lectores y opiniones cientos o miles, tantas como lectores, y todas distintas.
En lo que sí estamos de acuerdo es en que se trata de un relato narrado en primera persona, con un narrador, por tanto, deficiente: sabe sólo lo que ve y sólo puede contar lo que ve y escucha, nada más.
Para mí, en este caso, se trata de un narrador de los que hacen que te preguntes: “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”, me explico, este narrador en primera persona bien puede decirse:
1) que es el protagonista de la historia, sin él la desconoceríamos,
2) es un narrador que se esconde, se camufla, nos cuenta pocas cosas de él para dar paso e importancia a sus personajes, además, porque quizá no desee ser reconocido.
Digo esto porque se trata de una primera persona que bien pudiera ser el mismísimo autor. Ese “YO-narrador” es músico, pianista itinerante al igual que lo era el autor, Felisberto Hernández: músico itinerante que se ganaba la vida actuando en bares y cines de las ciudades y pueblos de su entorno. Las preguntas que surgen de inmediato son: “¿Por qué esta historia no puede ser una simple anécdota? ¿Algo que en realidad le sucedió a ese yo que se camufla, ese yo-narrador-autor llamado Felisberto Hernández y que, en el relato, incluso obvia su nombre así como el de los personajes principales, el padre y la hija? ¿Los olvidó sin darse cuenta, o lo hizo a propósito para que nadie que leyese su historia pudiera reconocerlos? ¿Tan descabellado resulta pensar que en una de esas giras no conoció a alguien parecido y lo inmortalizó en un relato? Unos personajes que, en todo cuento que se precie, son anónimos”. Porque, leyendo despacio se ve que el trío principal: pianista, padre e hija, no tienen nombre; a parte está la personificación del balcón (que da título al relato y en torno al que gira la trama del mismo, podría ser considerado el antagonista del narrador, antagonista a través de la figura y de las palabras de la hija). Los únicos personajes femeninos que sí aparecen nombradas son: Tamarinda, la sirvienta enana, y una mujer llamada Úrsula, fruto de la imaginación de la hija que siempre anda ideando historias, son personajes “extras” que, como en las películas, están ahí para hacer bulto o, en algún caso como puede llegar a ser en el de Tamarinda, para inquietar. Lo cierto es que hay, al menos, una decena de personajes salpicados por el texto.
El entorno está descrito de forma rápida, como si no importara. En realidad la historia es un suceso de actos, como en una representación teatral, que tienen lugar:
- el primer acto en el teatro donde actúa el músico y luego, las otras dos escenas, muy rápidas, son unos instantes en la calle y luego en un bar en el que charlan el anciano con el pianista,
- el resto de los actos, hasta cuatro más, vienen dados por cortes temporales (el segundo cuando el anciano va a buscar al músico-narrador al hotel) se desarrollan en el interior de la casa en distintos escenarios: en el comedor, en el dormitorio de la hija, en el dormitorio que le asignan al pianista, en lugares de paso como el jardín o el corredor de las sombrillas…
Los personajes se mueven en una atmósfera pequeña, agobiante, como en el escenario de un teatrito, casi de juguete. Los diálogos que mantienen entre sí son fluidos, algunos directos y otros insertados en el texto, transcripciones del narrador de cosas dichas por sus personajes.
Existe una enorme personalización de los objetos a los que el autor les dota de una humanidad que, lógicamente, no poseen. Es una humanidad que viene dada por los propios personajes cuando estos se presentan en su estado más “puro”, digamos, más “lúcido”, cuando son personas cabales y educadas… Pero llega un momento en el que las personas, dejan de serlo cuando se sientan a la mesa: la cena pasa a ser casi una bacanal, donde el anciano y el pianista se dejan caer en los brazos de la gula y la bebida, añadido a todo ello la figura de Tamarinda, la criada enana, que en ese momento saluda casi como un bufón, todo hace que el encanto anterior, la humanidad, el buen gusto, desaparezcan, es entonces cuando esos objetos dejan de tener ese protagonismo, esa humanidad, ese alma de la que poco antes se les dotó, dejan de serlo con la imagen del anciano “agarrando al botellón por el pescuezo para doblegarlo y hacerle que escancie el vino”, se personifica al objeto, pero se embrutece al anciano.
Hay, también una presencia si no premonitoria, sí algo inquietante como es la “figura” de la araña, probablemente el artrópodo con presencia más intensa en el conjunto de creencias humanas primitivas. A lo largo de cinco continentes y de 5.000 años, la araña ha sido vinculada a importantes divinidades en las que residen al mismo tiempo tanto poderes creadores como destructores. La araña ha sido símbolo de vida (creación, fertilidad y sexo) por su capacidad para la construcción de telas a partir de sí misma, pero también de muerte (guerra y destrucción) por su capacidad predadora y la toxicidad de su veneno. Esta ambivalencia, puede rastrearse en antiguos mitos mediterráneos, pero también en el continente africano, en las culturas mesoamericanas y entre las tribus de nativos norteamericanos o en las islas del Pacífico. Indudablemente no aparece en el relato porque sí, sino que es un aviso de lo que sucederá: la hija está con el pianista en el dormitorio de éste, consecuencia: suicidio del balcón.
Hay cantidad de figuras retóricas: personificaciones (las más utilizadas), comparaciones, metáforas, hipérboles, oxímoron, catacresis…
El cuento es realista pero, ese toque mágico dado por la personificación de los objetos, es lo que le imprime ese halo de irrealidad, de casi cuento de hadas. Me gustó, es una historia que se lee bien, de la que se puede sacar mucho mayor partido de lo que por sí misma ofrece, es más, al menos yo así lo he sentido: hubiera querido que el autor nos permitiera conocer más cosas de todos ellos, porque son unos personajes con un mundo interior digno de ser explorado.
2 comentarios:
Mi querida Juani. Que bien haces tu análisis de "El balcón" (Felisberto Hernández), es que simplemente nos pone a pensar aún más allá de lo que uno lee y siente, e imagina también.
Gracias!! Adriana
Gracias a tí, Adriana, por tu comentario.
Se puede leer por leer, para pasar un momento agradable, para conocer otras historias..., pero en el taller tratamos de ir un poquito más allá, desentrañar la esencia misma de la obra y, una vez puestas sobre "la mesa" las diferentes opiniones, ver que cada lector (en nuestro caso lectoras), ha llegado a una conclusión totalmente dispar, o se ha fijado en detalles que a otro le pasaron por alto... Es una forma de enriquecer la lectura y la obra del autor propuesto.
Un abrazo en la distancia y la palabra, Juani.
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