Pepi Núñez Pérez
Las lágrimas le caían como cataratas, mientras miraba su querido balcón derribado en el jardín. Su dolor es tan grande, que piensa que no podrá soportarlo. Durante años él había sido su vida, su amor, su compañía. Cuando ella coloca sus brazos alrededor de los cristales, interiormente es como si el balcón le devolviera su abrazo. Él le habla a través del color de sus cristales, y de esa forma le explica de quién puede fiarse y de quién no.
Fue él quien le dijo al verle pasar por el cristal verde, que el pianista era un hombre solitario, que amaba las plantas, que podrían ser buenos amigos, por eso le aceptó desde el primer instante.
Recordó las noches en que no pudiendo dormir, salió al balcón con su camisón blanco. Se recostaba en los cristales, y estos, lejos de estar fríos por la humedad de la madrugada la envuelven en una suave tibieza como si de unos cálidos brazos se tratase. Muchas noches el alba la encontró en la misma postura. Entonces regresaba a la cama feliz, se separaba del cristal despacio, como si no quisiera despertar a su fiel amante y, caminando de puntillas, se alejaba del balcón.
Pero ahora él yacía en el suelo, destrozado. Sus cristales rojos, hechos añicos, eran como su sangre vertida sobre la hierba del jardín. Con las manos se tapó los ojos, en un intento de no ver la cruel realidad y comenzó de nuevo a llorar de forma desconsolada. Ella era la única culpable de tanta desgracia, nunca debió ir al dormitorio del pianista, fue una locura. Aquella noche las palabras danzaban en su cabeza, y ella las intentó parar sin conseguirlo, quería hacer el más bello poema. Pensó que el balcón dormía, por eso aprovechó y subió muy despacio al dormitorio de su huésped. Pero él se enteró, y le mandó la horrible araña negra, fue su forma de decir:
– Sé dónde estás y no me gusta.
Pero Irene sólo fue a leerle lo que le había compuesto a él, a su balcón. Quería la opinión de su nuevo amigo. Claro está que los celos no comprenden nada. Desde esa noche lo notó frío, distante, sentía que aún la amaba, pero se imaginó que la duda ya se instaló en su alma. Pensó que, con el paso del tiempo, olvidaría aquél incidente, pero no fue así. No pudo soportarlo, por eso se suicidó. La dejó sola, terriblemente sola y triste. Jamás se recuperaría de la pérdida de su amado. Para el resto de su vida sería: la viuda del balcón.
Pepi Núñez 11/11/08
Relato inspirado en El Balcón de Felisberto Hernández Ejercicio de intertextualidad
Comienza con una frase hiperbólica de Avelina Chinchilla
1 comentario:
¡¡Estupendo Pepi!! Me gusta mucho. Parece que ha sido el propio Felisberto el que ha escrito este relato. Es un apéndice perfecto de su historia. ¡¡Felicidades de verdad!!
Un abrazo fuerte… Isa.
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