Isabel Fraile
En una estación de la que no importa el nombre, dos trenes se encuentran en paralelo. Su destino es diferente, contrapuesto. De uno de ellos desciende una figura. El chorro de vapor que expele la máquina parece un saludo militar, acorde con la vestimenta del viajero. En un ademán mecánico el hombre coloca la gorra de plato que cubre el oscuro cabello. Los negros ojos recorren con rapidez el andén. Nadie. Solo se escucha el sonido de sus botas en el frío pavimento.
La cantina de la estación está abierta toda la noche y el militar se dirige a ella. Entra. Se despoja del grueso abrigo que le protege y se acerca al mostrador. Tiene hambre, pregunta al encargado qué puede ofrecerle, este le contesta con amabilidad:
- A estas horas no hay mucho donde elegir, pero le puedo preparar unas salchichas.
Nuestro viajero niega con la cabeza. El no come carne, ama a los animales. Se decide por unos huevos, pan y café caliente.
La puerta del establecimiento se abre de nuevo dando paso a un viajero del otro tren. Es una persona menuda, también lleva un cuidado bigote, como el militar, pero este de color blanco debido a su edad, el cráneo brilla bajo la luz de la lámpara. Sus ojillos vivaces se pueden apreciar a través de unas gafas redondas. A pesar del frío reinante calza unas sandalias y, por toda vestidura, un shari casi blanco envuelve su cuerpo delgado.
La mirada de los hombres se cruzan cuando el hindú se acerca al mostrador. Su destino es tan distante como el de los trenes.
-Por favor, una taza de té -pide cortés al mozo de la cantina.
-¿Algo para comer?
El recién llegado mira el plato humeante del militar y señala con el dedo.
-Lo mismo, por favor.
Él tampoco come carne. Considera a los animales criaturas a las que cuidar, piensa que el ser humano puede prescindir de ella en su alimentación.
Se han reconocido. Allí, en la lejanía de una estación cualquiera, dos formas distintas de entender el mundo, de mirar al ser humano.
-¿Le importa compartir mesa conmigo? -Pregunta el anciano.
Su interlocutor coge el plato y le acompaña. Cuando están sentados frente a frente el militar alemán toma la palabra:
-He leído algunas cosas sobre usted. La forma de llevar “La lucha” en defensa de la independencia de su país. Su oposición a los ingleses. ¿En realidad cree conseguir algo con la resistencia pasiva, con la desobediencia civil...?
-Yo le hago a usted otra pregunta: ¿Por qué tanta violencia, por qué imponer su visión del mundo por la fuerza, por qué ese odio a los que usted cree diferentes? Los resultados de combatir al enemigo de forma pacífica puede que sean más lentos, pero causan mayor desgaste en el adversario. El ser humano está preparado para contestar siempre a una agresión, para eso se entrena a los militares de cada país, pero se desarma ante la no respuesta..., ante lo que no entiende.
El oficial bebe un sorbo de su taza antes de contestar.
-Yo defiendo el nacionalismo alemán de la mejor manera. Alemania es una nación fuerte que hay que limpiar de parásitos. Solo los fuertes sobreviven. Le voy a contar algo que pocas personas saben. De niño mi padre me azotaba con asiduidad, hasta que un día decidí que no volvería a llorar más. Las lágrimas no conducen a nada. Después, cuando no pude entrar en la Escuela de Bellas Artes, sobreviví vendiendo mis pinturas y, durante tres años, me alojé en un albergue para indigentes. Demostré ser fuerte al llegar donde estoy y eso es lo que le pido al pueblo, esa fortaleza. Los débiles no tienen cabida en la nueva Alemania...
El silbido del tren ahoga las últimas palabras dichas con vehemencia. Los dos hombres se ponen en pie al dar por terminada la conversación.
Ya en la calle, el frío de la noche hace tiritar al anciano bajo su shari. Antes de retomar su camino dirige hacia el oficial una última mirada.
—Jamás pensé que le conocería, Adolf. Tal vez, de habernos encontrado años atrás, el rumbo de la historia fuera distinto.
Y, dándole la espalda, Gandhi se encaminó a su tren.
3 comentarios:
Buenos d�as, Isabel. Soy Carmina Pazos. Acabo de leer tu relato de los trenes que van en direcci�n contraria, una buena imagen para definir la personalidad de los dos conocidos personajes hist�ricos, a mi juicio.Aunque no hubieses citado sus nombres al final, son perfectamente reconocibles. Tambi�n me parece oportuna las breves notas sobre la desgraciada vida de Hitler, porque no justificamos de ninguna manera su perversa actuaci�n, pero se ve c�mo hay seres que son incapaces de remontar una infancia desgraciada. Y a menudo estos locos sic�patas acaban arrastrando al infortunio a demasiada gente. Por eso la tolerancia y el cari�o con los ni�os y los j�venes es una magn�fica inversi�n...Ya ves ,Isabel a lo que me ha llevado la lectura de tu relato. Muchas gracias. Un abrazo. Carmina
Me ha gustado muchísimo, y desde luego, ojalá se hubiesen encontrado antes y la historía hubiese podido ser de otra forma.
Ha sido fácil reconocerlos.
Besitos. Pepi.
Buenos dias Carmina muchas gracias a tí por el comentario...Ante los dictadores y genocidas de la historia siempre me hago la misma pregunta¿como eran de niños?.Cuando nacemos somos inocentes,sin malicia...Cuando me plantee para este ejercicio las dos figuras tan antagónicas quise saber un poco más de sus vidas..y al buscar en Gloogle,vi una imagen de Hitler de bebe,tal vez no llegara al año..Me impacto ver a ese niño...y en lo que después se convirtio..
Un saludo Carmina y gracias a tí de nuevo
Isa
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