Uno de ellos, de estatura normal, vestido completamente de negro, sostenía un cigarrillo sin encender entre los dedos de su mano derecha. Su pelo, castaño oscuro, casi negro, descendía hasta la mitad de la cara en finos mechones.
- Fue una gran mujer -dijo mientras sacaba del bolsillo de su abrigo un encendedor de plata con las iniciales J. D-. No creo que mereciese acabar enterrada aquí.
Se colocó entre los labios el cigarro. La llama del mechero iluminó su rostro. Un poco de vello le comenzaba a asomar en forma de bigote y se extendía por la barbilla. Sus ojos marrones, atentos al cigarrillo, se llenaron de luz pese a las gafas de sol con los cristales azules.
– Sí señor, una mujer que valía mucho.
Dio la primera calada al tiempo que sus mejillas, ligeramente hundidas, se convirtieron en profundos hoyos. Después expulsó el humo de su cuerpo. Le echó un vistazo a la figura de su lado y su mirada, dura y medida, le preguntó:
-¿Cuándo la conociste? Siempre fue una persona amante de los sitios espectaculares, así que no pudiste encontrarla en un sitio común. La verdad es que se me hace difícil imaginarle en un parque, en una fiesta…, es imposible que ella fuese a sitios de esos.
El otro hombre, envuelto enteramente en blanco, sonrió mientras pensaba su respuesta. Sus ojos azules despedían la ternura infantil de un niño. Alzó la vista y se encontró el cigarrillo encendido.
-En un sueño.
-Sí, eso me lo puedo creer. ¿Qué clase de sueño era?
-Bueno, pues… -titubeó y pasó la mano por su pelo castaño deshaciendo el peinado que pretendía parecer revuelto haciendo que en realidad lo fuese-. En un sueño que empezó mal, creo que al principio era una pesadilla.
-¿De verdad que ella no creó la pesadilla? -Interrumpió el de negro después de dar otra calada-. Albergaba esas extrañas manías, ya sabes. Colarse donde no debía y revolver todo para que sufrieras, una de ellas.
-Conmigo nunca se portó así. Ella era dulce y suave como la brisa de primavera -y su voz se mezcló con nostalgia y cariño-. Todo un ángel.
-Un demonio -sentenció el otro pero el hombre de blanco no se dejó influir por su opinión y siguió con su relato:
-Era una pesadilla al principio en el que mi madre regresaba y me volvía a torturar. No tuve una infancia muy feliz, mi madre se encargó de amargármela con su tremendo y desinteresado amor de madre -dijo con agrio sarcasmo-. En la oscuridad su risa se me clavó como una flecha en la cabeza. Estoy seguro de que mi cara, mientras dormía, era de dolor porque de verdad lo pasé fatal. Cuando mi madre se lanzó sobre mí, apareció ella. Radiante como la luz y sonriendo disipó las tinieblas. Me saludó con sus ojos negros y su melena rubia, lisa como las ramas de un sauce llorón, que se movía suavemente por el viento.
-¿Seguro que hablamos de la misma persona? ¿Estás seguro de que es ella la que han enterrado hoy aquí?
-Estoy completamente seguro. No podré olvidarla mientras viva. Jamás hubiera venido aquí si no supiese que está muerta.
-Daniela no era muy ducha en los sueños. No has podido conocerla más que en una pesadilla.
-Daniela era la más bella mujer que he conocido jamás. No consentiré que la insultes y menos cuando está muerta -dijo encendiéndose como el pitillo de su interlocutor.
-Vale, vale. Tranquilízate -aceptó sosteniendo el cigarro con los labios mientras pedía calma con sus manos abiertas-. Sólo digo que no es la misma Daniela que conocí yo -expulsó la última nube de humo de sus pulmones y lanzó el cigarrillo contra el suelo. Después lo pisó y suspiró-: Daniela era la reina de un mundo de ilusiones que cualquier hombre, animal o bestia desea. Quizá yo la encontré porque soy un poco de las tres -buscó un punto en el infinito donde situarse y explicó con suavidad ronca-: Ella aborreció mi parte humana, mis miedos, mis sueños, mis aspiraciones, mis pensamientos e inquietudes…, todo aquello que le recordaba que era un hombre. Sin embargo, adoró mi parte animal, la bestia, y hacía lo que fuera necesario para sacarla a la luz. Me obligó a buscar todo lo malo que había en mí y me arrancó las pocas partes puras que quedaban en mi alma. Ella fue la encargada de pintarme tinieblas en los ojos cuando se introducía algo de luz por la ventana.
-¿No eres tú el que está equivocado? Esa no es mi Daniela.
-Quizá ninguno sabe quién era Daniela, quizá ninguno la conoció. Quizá a todos se nos presentó como la diosa a la que buscábamos adorar porque, aunque yo sufría con ella, me resultó imposible separarme de ella.
-¿Qué quieres decir?
-Daniela era el oasis que cada uno quería encontrar para alejarse de este frío mundo.
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