- Mira, Antonio, no me vengas con el puñetero protocolo de academia que, si además de estar encerrados en este Banco, currando un sábado por la noche mientras mis colegas siguen por ahí de parranda, le añades que tenemos que comunicarnos como autómatas, a mí me da algo, de verdad te lo digo.
- Puesto de control en planta, reclamo informe de la situación en el sótano, cambio.
- Pues… ¿Qué quieres que te diga? Por aquí todo sigue igual. A la caja fuerte no le ha dado por bailar y sigue tan gris como siempre… “Su tabaco”, gracias.
- ¡Me rindo! Abandono el protocolo de seguridad para decirte, queridísimo Damián, que, como me entere de que has bebido, puedes perder tu empleo. Yo me callo porque soy tu compañero, pero quiero que sepas que no me parece bien lo que haces.
- ¡Qué serio eres! Y este trabajo es tan aburrido… Es mejor que hablemos de algo. ¿Cómo dices? ¿Algo grande?
- Yo no he dicho nada. ¿Con quién hablas? Sabes perfectamente que no podemos usar teléfono portátil en el Banco.
- Antonio, guárdame un secreto…
- Lo que quieras, colega.
- No estoy solo.
- No digas sandeces: te estoy viendo por el circuito cerrado de TV y no hay nadie contigo.
- Verás, es que no sé si a quien me acompaña le incomodaría que hablase de él.
- Ahora no entiendo absolutamente nada. Explícate.
- Es algo extraño, pero no es malo.
- Sigo sin entender quién te hablaba de “algo grande”. Aquí no puede entrar nadie. Estamos solos. Tú en el sótano y yo vigilando la primera planta.
- ¡Buenas noticias! Mi amigo te considera racional y… ¡Me ha dado permiso para que te hable de él!
- Me estás poniendo nervioso. ¿Te encuentras bien?
- He estado en una fiesta antes de venir y ha aparecido este ser que, por lo visto, sólo oigo yo. Él me acompaña y aconseja.
- ¿Oyes voces?
- Te digo que no estoy loco. Todo ha empezado con aquel cóctel lisérgico. No lo había probado nunca, pero le voy cogiendo el gustillo.
- Tú no estás bien. Eso que has tomado es LSD. ¡Y después, vienes a currar! ¡Es intolerable!
- Yo me siento de buen humor. No es más que esta presencia en mi mente. Es como un duende.
- Así que, ¿tu duende te habla?
- Sí no te lo quieres creer, allá tú. Pero, por favor, no le ofendas. Oye todo lo que no oigo. Pero sabe más. Me ayuda mucho.
- Si te creo, o no, es lo de menos. Tú lo estás viviendo y creo que te conviene hablar.
- Me acaba de decir que eres un escéptico del carajo y que hemos de estar preparados para algo grande.
- ¡Tan grande como un elefante rosa!
- No me vaciles. Algo se avecina. Corremos peligro.
- Damián, no te preocupes, todo está cerrado. Descansa un poco y no tengas miedo.
- Está cerca, Antonio. Me voy a meter en la caja fuerte.
- Tú estás alucinando. Te despedirán. Sabes que está prohibido.
- Si no vienes conmigo vas a morir. ¡Antonio, por tu madre, baja ahora mismo!
- Damián, no va a pasar nada. Duerme un rato. ¿Me oyes?
- …
- ¡Este puto loco se ha metido en la caja! Pero, ¿qué son esos crujidos? ¡Hostias! ¡Se mueve todo! ¡Damián! ¡Damián!
1 comentario:
Buen comienzo Tahi..(siento la angustia del pobre hombre).
Nos vemos mañana
ISA
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