Zulma Fedrizzi
En medio, el bosque. Lo más parecido a un hogar que había tenido.
Detrás, una fuerza invasora. Un puño creador de masacres. Un reguero de humo y chozas destruidas.
Criada a destajo por su tío, usada para cuidar las porquerizas de la granja y ahora regalada a un viejo molinero renegado que haría de ella un juguete de sus últimos años. Huyó de eso, por milagro, paradójicamente, por acción de la gran fuerza de odio y guerra traída por los invasores, que no eran peor a muchas fuerzas que moraban en su pueblo. Nada en ese pueblo andrajoso. Estaba más agradecida a los conquistadores que a ningún otro espíritu por su accionar. Fue su única salvación ante un destino ya marcado de antemano por su tío.
El bosque. Ese terreno era como la palma de su mano. Lo misterioso para otros no lo era para Ella. Seguiría viva, como siempre, como hasta ahora, desde que abrió sus ojos en esta realidad.
Pasaron un par de lunas y decidió investigar los alrededores. No captó mucho movimiento. Fue al río. Siguió su orilla hasta sentir el rugido de las pequeñas cataratas cerca. El agua y sus arco iris en las rocas del fondo. Sus pies sobre el lecho de piedras redondas y negras. Era un río hermoso, extraño. Nunca lo llamó por su nombre. El Norte, pero eso era poco para él. Un nombre ralo. Para ella era Katempory, el inestable, el tempestuoso, con grandes crecidas y furiosos estiajes. Katempory.
A lo lejos divisó una silueta desvanecida cerca de la orilla opuesta. Precisó su visión con ayuda de su mano izquierda, con igual resultado. Un bulto no muy grande. Tenía que ir. Con sus zapatos en mano y la rústica pollera sujeta, cruzó el río por una parte más baja. Utilizó grandes piedras a modo de puentes de ayuda y se detuvo cautelosa frente a la mancha grisácea. Secó sus pies con la pollera, se calzó los viejos zapatones de cuero y madera. Caminó en derredor de la figura, inerte, su cara semi-escondida contra la orilla arenosa. Cuando se dio cuenta de que era una mujer se apresuró a ir en su ayuda. Se sentó junto a ella y tomó su cara con las manos, no se veía herida pero respiraba con dificultad. Le bajó la capucha y descubrió un rostro muy anciano con un cabello blanco trenzado. Colocó su cabeza en su falda y comenzó a hablarle acarició su frente para aliviarla un poco. Allí se quedó un gran tiempo, sin respuesta alguna.
- ¿Se encuentra usted, bien? -Dijo Mellery, con suavidad. La anciana tan solo movió sus ojos y repitió algo en voz muy baja-. Tal vez usted vino con los extranjeros, y no habla mi lengua, pero ya encontraremos cómo comunicarnos.
- Tú siempre te has comunicado bien conmigo, Mellery.
- ¿Sabe mi nombre? ¿Estaba en Lett, mi pueblo, sin yo saberlo?
La anciana se sentó a su lado y tomó sus manos entre las suyas, rugosas y frías.
- Si y no. Siempre estuve aquí en el bosque, desde antes de que tú nacieras. Te he visto crecer bajo estas frondas, correr y nadar en el río. Te he visto llorar, te he visto…
- Discúlpeme, entonces, ¿por qué nunca lo noté y tal vez estuve cerca de su propiedad sin permiso?
- Todo el bosque es mi hogar y no es propiedad más que de sí mismo.
- Pienso igual, pero… ¿Dónde vive?
- Aquí y allá, como tú ahora.
- De seguro que me ha visto por todas partes. Pero siempre elijo la cueva cerca de la cascada para pasar la noche, me siento segura allí. ¿Cómo está? ¿Qué le ocurrió?
- Estoy bien pero necesito que me ayudes con algo. Ven conmigo...
Mellery ayudó a la anciana a pararse y se internaron en el bosque. Fueron hasta un claro donde la anciana era habitante de una pequeña choza humilde y muy iluminada. Se sentó en una diminuta silla junto al hogar y le indicó la leña para encenderlo.
– Esto es algo común para mí.
- ¿Cuidar a alguien?
- No, encender el fuego de otros. Lo he hecho siempre y nunca disfruté sus llamas.
- Aquí no será igual, por el tiempo que decidas quedarte.
Mellery, la miró, se dibujó una sonrisa y se sintió bien con la propuesta.
- ¿Podría quedarme aquí?
- Sí, si no te es molestia estar con una vieja...
- Gracias ¿Cómo sobrevivió a los invasores?
- No me ven -sus ojos hablaron antes que sus labios-. No me ven, como a una amenaza, susurró riendo.
- ¿Necesita algo del boque?
- Bayas de serbal, trae cuántas encuentres.
- Sé de un lugar que conozco bien, ¿Nada más?
- Por ahora, no. Luego veremos...
- ¿Podrá quedarse sola?
- No te preocupes y vuelve sana y salva.
Mellery corrió como el viento y juntó cuantas bayas entraron en su pollera andrajosa. Su vida cambia, muta. ¡Cuánto le gustaba conversar con alguien! ¡Tener un lugar dónde cobijarse! Juntó también un ramito de flores salvajes y las acunó un momento. Le pareció sentir pasos y se escondió. Los invasores instalados del otro lado de los cerros. De vez en cuando aparecían a buscar leña y cazar ciervos. Eran un grupo de cinco o seis. Mellery, no se movió hasta verlos lejos. Luego corrió. Encontró la cabaña. Golpeó la puerta.
- Adelante, niña, es tanto tu casa como la mía. ¡Adelante!
- Gracias, no estoy acostumbrada a...
- ¿A que te traten bien?
- Mira usted dentro de las almas, ¿no es así?
- ¿Te asusta?
- No. He visto lo peor reflejado en otros ojos, los suyos son extrañamente familiares y suaves. Su mirada abarca el bosque. Usted me agrada.
- Para quedarte debes hacer algo antes. No dudo de tu idoneidad, pero puedo equivocarme.
Mellery, se volvió.
– Tal vez nunca pueda estar en ningún lugar.
- Tal vez eres más que eso, eres más que una niña usada para criar cerdos.
- ¿Cómo lo sabe? Ya sé, leyó mi alma...
- Ven siéntate junto a mí. Cuéntame algo que no sepa.
- No sé qué no sabe.
- Bueno, con tiempo te darás cuenta. El agua hierve, ve y coloca las bayas en ella.
Mellery buscó las bayas, las limpió en una palangana y las fue poniendo de una en una en el agua en punto de ebullición. Les dio las gracias por brindarse, por estar allí para ellas. Cuando colocó la última las contempló saltó en una danza en el agua con ellas.
- ¿No es demasiada agua?
- Es la medida justa y tú lo has hecho a la perfección.
- ¿Me quedaré, entonces?
- Sí, si lo deseas.
- Gracias. ¿Me contarás para qué es?
- Mira y verás, es algo delicioso y especial. Muchos te dirán que es para protegerse de las Hadas Malignas. Pero esto es solo cuento -sopló sobre el agua muy caliente, el líquido se transformó en una jalea espesa y azulada–. Sácalo del fuego. Cuando se enfríe lo beberemos.
- ¿Para qué sirve?
- Cura enfermedades y te mantiene joven.
Mellery comenzó a reírse.
- No te rías, si supieras mi edad... Verías que no miento.
- ¿Qué hacía en el río?
- Te esperé. Era una prueba para ti.
- ¿Qué cosa?
- Ver cómo actuabas. Te quedaste conmigo me diste lo único que tienes.
- Que, ¿es...?
- Tu ternura. El río me habló de ti, es un buen amigo tuyo. Me dijo que eras de confianza, pero tenía que comprobarlo por mí misma.
Se sirvieron y paladearon un sabor único, suave y ligeramente ácido. Parecía alimentar algo más que su cuerpo.
4 comentarios:
Mil Gracias Juana por tan bella imagen!!! Zulhma
Mil "de nadas", Zulma. Tu relato, la historia, el paisaje sobre todo, es el que me hizo buscar un entorno como el de la imagen (que es, poco más o menos, como yo lo imagino, aunque me "faltan" cosas: las chozas, el poblado... ¡Pero todo no se puede conseguir ano ser que lo dibujes!). Gracias a tí por tus relatos.Juani.
Hola Zulma,precioso relato.Me gusta mucho como empezaste(y desarrollaste) la historia.Me ha "sabido" a poco,podría ser el comienzo de un relato más largo,contar las aventuras de la muchcha ,que yo imagino como una especie de hechicera(de las blancas)....¿te animas a contarnos más?..
Un abrazo..isa
Gracias por tu comentario a mi aportación del"ejercicio"
Zulma
Me encanta este relato que reúne en el mismo, la magia de la anciana, la belleza del bosque, la hermosura del alma de Mellery, los recuerdos de lo que ha sido su vida, y con estos ingredientes ha conseguido un bello relato con mucho dialogo, algo que a mí me cuesta mucho, por eso lo admiro más.
Pepi.
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