
Erick Hernández Morá
Miami – Florida - USA
Segundo Premio, ex aequo, en el IV Concurso de Relato Breve “José Luis Gallego”
Mi padre, mi noble padre, no tenía siquiera una sola anécdota de bronca o pelea para contar, ni tampoco una mísera cicatriz en todo el cuerpo. Lo comprobé con gran pena aquella calurosa tarde de septiembre, cuando nos bañamos juntos en los peñascos del malecón habanero. Al salir, atravesamos el paseo del Prado y minutos después entramos por las calles concurridas de la Habana Vieja. Yo seguía sus pasos mojados con mis pies descalzos mientras sonaba entretenido mi flauta, un tubo de caña bambú confeccionado por mi padre.
Al pasar frente a bar Alameda me dijo:
- Vamos a entrar un momento. Tengo que comprar tabacos.
Del asombro por poco me trago la flauta, porque mi papá jamás y nunca entraba a ese bar, lugar de reunión preferido por todos los guapetones y delincuentes del barrio. Allí jugaban a los dados y las cartas ilegalmente, bebían aguardiente o ron y casi siempre se formaban broncas que terminaban a cuchilladas y navajazos. Unas broncas a veces tan sangrientas que hacían falta dos o tres patrullas de policías para tranquilizar el barrio. A veces, en vez de patrulla llegaba una ambulancia, porque los tajos eran tan graves que la sangre salía por donde entraba la muerte.
Después de saludar a algunos conocidos, papá pidió los cigarros al dependiente. Uno por uno los fue escogiendo. Los palpaba, suavemente, para después llevarlos a su nariz de fumador experto. Yo estaba pegado al mostrador forrado de zinc, tratando de ocultarme tras él. No me atrevía a tocar la flauta por miedo a molestar a los guapetones. Los miraba de reojo, mientras jugaban, con sus vozarrones, sus risas, sus ojos colorados por el alcohol. Recostado a la pared, bebiendo a pico de botella, Benny el tuerto era sin dudas el más borracho de todos. Era un negro grande y macizo, vestido todo de blanco, con un collar de santería en el cuello. Su ojo izquierdo era blanco como una caneca. En la mesita de al lado barajaban cartas Pepe Cano, Lucio Pérez, Arturo Ramos y par de mulatos que en mi vida había visto. Un grupo de curiosos seguía de cerca las jugabas.
De repente, Benny se levantó del taburete, acercándose a mi papá. Levantó la botella.
- Date un palo, Alfonsín.
- Gracias negro, pero no bebo alcohol a esta hora.
- ¿No? ¿Con que me desprecia por ser negro? No sabía que tú era racista.
Mis piernas empezaron a temblar. Mi padre sonrió.
- No es eso, compadre. Es que no puedo tomar hoy. Date un palo en mi nombre.
- Mira maricón –tronó el negro- O te das el palo de ron, o te rompo la botella en la cabeza.
Benny levantó la botella, pero no tuvo chance. El derechazo de mi padre lo lanzó contra la mesa de jugadores. Todo el mundo se levantó. Para mí, para mis pobres nervios, era como si el tiempo se hubiese detenido. Benny se levantó medio aturdido por el ron y por el golpe y entonces empezó a registrarse los bolsillos.
- Escapaste por hoy, pendejo, porque ando desarmao.
- ¡A ver! –dijo mi papá- ¿Quién le presta un cuchillo a este negro?
Me quedé pasmado al escuchar a mi padre. Recuerdo que pensé: Me quedé huérfano. Todavía al recordarlo me entran escalofríos. Todos los presentes hundieron sus manos en los pantalones sucios, en las botas chapeadas, en cualquier sitio donde un hombre de baja calaña esconde su arma blanca. Todos los presentes, o casi todos, ofrecieron en silencio cómplice el cuchillo afilado, la navaja sevillana, el punzón de hielo…
- A ver negro. Escoge el que más te cuadre.
El negro se le quedó mirando, tal vez sorprendido por la actitud de mi padre, tal vez pensando en gato encerrado. Pero lo cierto es que sacudió su ropa con el pañuelo, ante la expectativa de todos, y antes de sentarse dijo:
- Mira, Alfonso…Yo soy un tipo bien duro ¿entiende? Y no me dejo meter pie por nadie, pero tengo que reconocerlo: tú eres más hombre que yo.
Y se acomodó otra vez en el taburete. Mi padre pagó los tabacos, dio las buenas tardes y salimos. Al salir por la puerta escuché un comentario:
- Ahí va un macho completo.
Esa noche, en mi cuarto, toqué en mi flauta una melodía de triunfo. Desesperado estaba por llegar a la escuela, y así contarles a todos mis amigos la anécdota de mi padre y el negro Benny.
1 comentario:
Hola, mi nombre es Adriana Salcedo. Te escribo desde Santiago de Chile. Ambos compartimos el segundo lugar.
Me gustó mucho tu relato. Un abrazo fraterno.
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