José Ignacio Garrido García
La idea fue de ella. Ahora era mía, ella ya no estaba. De hecho, en el momento de llegar se estaba yendo como la lengua blanca del oleaje en la orilla. Otra noche, no ésta que es sólo mía, en medio de una de sus vueltas, aunque ahora pienso que quizás fuera ida, volvió a mí con una carta en la mano y lágrimas en la sonrisa. Le advertí sobre aquella manía tan mía de poner en el papel aquello que debía permanecer libre en el aire, y sus funestas consecuencias, antes de leer. Ella me miró con ojos bizcos, reflexionó, lanzó mil sapos por hacer más difícil aquel echarse para atrás, orgullo herido. Lo que esté aquí escrito ahora te pertenece a ti, pero cuando lo abra ya no será de nadie y el papel será su cárcel, y de algún modo también la tuya, le dije. Ella sonrió con cierto enigma, escondía algo, me lanzó una patada a la espinilla, comprendí. Luego, cuando hayas leído, si acaso la quemamos. ¡Oh!, no la carta es mía y yo haré, respondí. Me moría de ganas de abrazarla, de volver a estar junto a ella, de acariciar sus silencios e imaginar, pero me hacía el difícil. Deshice el sello de su saliva seca, creí que volvía a juntarla con la mía, y leí.
Malditas sean las palabras porque ahora son las cadenas de mis sentimientos, habría de sermonearme una morena fiera hace pocos días, muchos desde que leyera la maldita carta. La verdad es que yo quería, amaba si esta palabra pasada de moda se me permite decir, cuando ella apareció sobre en mano. La guardé con la excusa de tener un trazo real de memoria y olvidé. Ella se fue de nuevo meses más tarde, o volvió vaya usted a saber.
Esta noche, sólo mía, de arena y fuego, playa desierta, frío mes de noviembre, los veraneantes de vuelta en sus casas pensando en navidades y montañas nevadas y yo consumido por un tiempo también de ida y vuelta, también solo pues es playa desierta, desnuda. Junto las dos cartas con una mano y en la otra adivino el mechero. Noche cerrada, reflejos lejanos bailando entre las olas, la llama del mechero indecisa por el viento salado de la brisa marina. Enciendo un cigarrillo.
Noche nerviosa de esperanzas y sueños cumplidos, los niños se agitan por un día remolón que tarda demasiado en llegar. Padres vigilando el silencio de los cuartos infantiles, asomándose a las puertas con mañas de ladrón. Noche de reyes magos, ilusión y felicidad dibujada en caras de niños, los que son y los que fueron y ya no volverán a ser. Otra vez solo, ahora en casa, escribo aquello que debe permanecer en el aire. Unos zapatos viejos junto a la ventana, un cuenco con agua para los camellos y polvorones para pajes y reyes. La carta acaba sostenida entre ambos zapatos mientras intento conciliar un sueño tardío. Pero no despierto. No, aún no. Sigo dormido mientras me asomo al salón y veo el cuenco lleno de agua, los alfajores revenidos y el sobre amarillento de la carta inclinada entre los zapatos cubiertos de polvo. Todo junto a la ventana.
Y ahora, en la noche fría, entierro el cigarrillo en la arena. Sostengo dos cartas en una mano y el mechero en la otra. Enciendo. La llama ilumina, el papel se ennegrece, primero con sabor a pergamino, a tiempo pasado, luego es lumbre, fuego que devora letras, tiempo que borra todos los fuegos, fuegos que son memoria. El papel se arruga y vuelve negro. La noche negra acoge al negro papel y se funden junto al vaivén del mar. Aquello que debe permanecer en el aire vuelve al aire.
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Biografía.- José Ignacio Garrido García dice de él: En la actualidad, soy el responsable del Servicio de Prevención de una multinacional del sector de montaje industrial en Cataluña. Mis datos académicos son parcos: Bachillerato, Grado Superior en Imagen y Sonido, y mil titulaciones de esas "poco rentables". ¿Trabajos?, tengo una vida laboral de 5 hojas así que imagina. Dato significativo, 3 meses en coma tras sufrir un grave accidente de coche (no te pierdas la entrada: "La taberna del inglés", es de ese momento; o: "No tan locos", de un poco más tarde cuando estuve ingresado en la unidad de craneoencefálicos de Valle Hebrón y los médicos queriendo averiguar cuán disminuido había quedado). Nací en el 71 del siglo pasado en Barcelona. Durante casi 10 años estuve dando vueltas por la geografía española por motivos de trabajo, de obra en obra (de construcción). Ahora llevo 6 años residiendo en Sant Pere de Ribes, Barcelona. Soltero y sin niños. Aficionado tardío a la lectura. Esto de escribir nació en el 1994 cuando trabajaba como guarda de seguridad en una fábrica, el trabajo más aburrido del mundo. Se me olvidaba, mi nombre es José Ignacio Garrido García aunque todo el mundo me conoce por Nacho y, en la blogosfera, por el Funambulista.
3 comentarios:
Nacho, felicidades por tu relato y bien venido a esta familia que va creciendo gracias a vuestras aportaciones.
Un abrazo, Juana Castillo.
Nacho!!!!!!Enhorabuena!.Es estupendo el relato ,"veía" la playa ,el fuego..en fin todo.Me ha encantado(ese rostro que no existe por que nadie le mira).
Me alegro de leerte en este rinconcito,espero que mandes más aportaciones entre ellas la que recomiendas de la Taberna del inglés(que me dejo con la boca abierta)..
Bueno no me enrrollo más pero es que estoy contanta de que estes con nosotras..
Un abrazo ..isa
Nacho, como hada madrina , me siento orgullosa de ti , hasta la medula ¡¡¡ Hoy, lo volvi a leer , despacio , metiendome en el personaje y sintiendo la humedad y lejacia de esa playa que describes ... con la frustración de quien despide un sueño, de quemar entre los dedos las ilusiones desaparecidas ...
Mi felicitación y mi empujosn para que no dejes nada en el camino . Yo sé que vas a conseguirlo. Un abrazo, "ahijado" mio.
Gloria
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