Isabel Fraile Hernando
Hace frío en la calle y apenas se cruza con unos pocos viandantes, su destino es la farmacia más próxima. A Severo le aterran los médicos, pero sobre todo los hospitales.
Cuando era adolescente le operaron de fimosis y recuerda aquello como una experiencia traumática. Sin embargo, en estos últimos meses está inquieto por su salud. Su vientre ha tomado un tamaño que no está acorde con el resto del cuerpo. El ombligo parece un botón de grandes dimensiones. Además, observa con preocupación una mancha rojiza bastante fea en su pierna derecha y el cinto le avisa de una pérdida de peso.
Desde el final de la calle, la cruz verde le hace guiños. Los cierres de la farmacia están echados, pero entre los hierros se puede observar la limpieza aséptica del local.
Severo toca el timbre, al poco una muchacha se acerca al ventanuco por donde se despachan las urgencias. La joven aparenta treinta años. Es alta, rubia, tiene el pelo muy largo. En su rostro, la mandíbula perfecta, cejas finas y labios en forma de corazón, además, bajo la bata blanca se adivina un cuerpo bien formado de pechos pequeños. El pimpollo sonríe dejando al descubierto unos dientes perfectos, como si fueran un reclamo de clínica dental.
- ¿Qué necesita? -Pregunta con amabilidad.
Al gavilán de antaño no le pasa desapercibida la presa.
- Pues la verdad no sé muy bien. Tal vez usted pueda aconsejarme. Desde hace unos días me duele de forma terrible la zona del abdomen, y lo tengo muy inflamado.
- Lo siento pero…, creo que estará bien que le vea un doctor. Puede acercarse a las urgencias del ambulatorio.
La farmacéutica intuye, por su aspecto, que la cosa pinta fea.
- Perdone señorita…
- Bárbara.
La joven no acostumbra a dar su nombre, pero nota en la voz de Severo algo que confunde con desamparo.
- ¿Entonces…, Bárbara, no puede darme nada para el dolor?
- ¿Cuánto tiempo lleva así?
- Algo más de dos meses.
- Espere un momento.
La mujer busca entre las estanterías.
- Aquí tiene. Este calmante es algo fuerte, puede tomar un máximo de tres al día, pero le recomiendo que vaya a su médico.
Sin perder la sonrisa, Bárbara cierra de nuevo la pequeña ventana.
La calle sigue desierta y Severo vuelve a casa mientras piensa en la joven. Si la hubiera pillado tiempo atrás, seguro que no habría podido escapar a sus encantos. Ahora es un cincuentón al que abandonó su mujer, que aparenta sesenta, siendo generoso.
“Que me quiten lo bailao”. Esa era su frase favorita de hace años. Al recordarla un rictus surca su rostro por que la vida se encargó de quitarle algo más que “lo bailao”.
4 comentarios:
Hola
Historia realista. Bien resuelta. El personaje está cosechando su siembra. No me es para nada simpatico "el chico".
Dulce Dia. Zulma
¡¡BIEN, Zulma, eso es lo que pretendía...!!
Un besito, Isa.
Hola Isa, acabo de leer tu relato, me ha hecho gracia, tú le llamas Severo, y yo Sergio, los dos empiezan por s, después al leer, parece que sin saber nada la una de la otra, pueden ir unidos los dos relatos. Me ha gustado y creo que podemos escribir a cuatro manos, je, je. Un abrazo y gracias por prestarme a tu personaje. Pepi.
No creas, Pepi, que es mala idea eso de escribir a cuatro manos. Aunque yo veo a tu protagonista mejor persona que al mío.
Un besito. Isa
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