Adriana Salcedo Jaramillo
Plassón llegó un día cualquiera, al atardecer, con una mochila en su espalda. Poco abrigado para los fríos de una primavera recién nacida.
En las tardes, el pueblo llamado Alamor se detenía en su ya tranquilo paisaje, invitando a sus pobladores a reunirse. En cualquier esquina afloraban grupos de amigos o conocidos amenizando el momento con algún tema. En muchas ocasiones sus historias eran las mismas, pero eran contadas como nuevas. Los lugareños eran gentes de trabajo y de apacible calma, hasta el vuelo de un pájaro ya era motivo de sorpresa en el tranquilo pueblo.
Cuando se vio llegar al extranjero, Alamor se paralizó… El único que se movía a paso lento era el afuerino.
Mercedes era una muchacha distraída y solitaria, de miradas profundas y caminar sensual. No tardó mucho tiempo en detonar en ella su amor hacia el extranjero. De igual manera, Plassón sin contener la pasión que lo cautivó con sólo mirarla, desplegó sus sentimientos sin reparos. Tan fuerte fue aquel encuentro que nada detuvo que su relación fluyera como un río correntoso.
La pareja era envidiada por muchos, y aplaudida por pocos… Pues tanta dicha a veces oprime a los que no la poseen.
Moris y Mercedes se casaron una noche de luna llena, sin más rito que la tierra misma como testigo.
En el pueblo sólo se hablaba de aquel extraño matrimonio. Su inviolable costumbre por las reglas católicas, fueron motivo suficiente para que se tejiera alrededor de la pareja toda clase de sombríos chismes.
Sin darle ninguna importancia, los amantes vivían silvestres en sus propios ardores.
Una mañana oscura, tomados de la mano, se dirigieron camino adentro de los infinitos paisajes de Alamor, y por esas fatalidades del destino, la camioneta conducida por Plassón perdió el rumbo y como una marioneta sin hilos se deshizo en el barranco.
Mercedes murió en los brazos de Moris. El extranjero fue llevado a declarar a la Comisaría del pueblo.
Después de algunas horas, los interrogatorios y los ánimos como en un aliento profundo cesaron. Un largo silencio detuvo cualquier duda. Las últimas palabras que se escucharon fueron: ha sido un accidente.
El extranjero pudo marcharse. Con la elegancia que lo caracterizaba se retiró del lugar.
Ya en la calle, se sintió agobiado. Se encaminó a la casa en la que viviera con Mercedes. Estuvo de pie frente a la puerta cerrada por varios minutos. Apoyó su rostro en la madera fría. Brotaron de él lágrimas como quebradizos vidrios…, con un profundo suspiro aguantó la respiración por segundos, empujó con un movimiento seco la enraizada puerta, y en su exhalación, fue abierta.
Todo estaba igual que hace meses, sino fuese por el solitario silencio. Con sus ojos agrietados se dejó caer en la cama… Durmió su pena.
El agua del lago permanecía quieta, atenta a aquel reencuentro. Moris y Mercedes, lentamente, tocaron sus manos, reconociéndose en sus miradas y, en un entendimiento sin palabra alguna, se despojaron de sus ropas para entrar en el agua serena. Ella…, posó sus dedos en el anguloso rostro del extranjero, sedada por sus ojos marinos, frente a frente en un solo rostro. Fueron cubiertos con la suavidad de quienes poseen toda la belleza en su esplendor. Deslizando sus deseos se acoplaron en una sola forma, como un corazón en un solo pálpito, el universo vibra sin resonancia ninguna…, los leves latidos son la vida misma. No necesitaron más sonidos que el dado por sus propias entregas…, así…, suave, tenue…, la sinfonía completa se compuso movimiento a movimiento. Todo fue tocado y todo fue entibiado…, permaneciendo siempre en una sola forma sin fronteras, pues fueron uno… El líquido cristalino los rodeó con sutiles colores.
Amaneció, y Moris Plassón despertaba ¡tal cual lo soñó, tal cual lo vivieron!
Toda la casa tuvo el sabor de lo soñado y vivido. Como un fantasma divagó por cuanto recoveco del que hace poco fuera el hogar de ambos. Con su mochila en la espalda, el corazón hundido, y la mirada difusa, Plassón el extranjero salió del pueblo, su caminar era lento y pausado, como quien recorre sus huellas.
El amor había tocado por primera vez su alma y, a pesar de todo y de tanto, era feliz. Pues se agradece el amar y ser amado.
1 comentario:
Hola Adriana,entré en el blog del taller y he visto tu relato .No me había dado cuenta de que estaba colgado.A primeros de mes estuve unos dias fuera, después se me ha ido el santo al cielo,pero no quiero divagar más y paso a comentarte.
Me parece una precios historia de amor.Tiene un final triste pero ¿que historia de amor no?las que dejan huella en nuestros corazones son precisamente por eso.
Destaco la prevevención de ese pueblo ante lo que desestabiliza la seguridad de lo conocido.Lo de fuera,siempre nos pone en alerta,maxime cuando las costumbres no son las mismas (lease boda a su manera)..
No se si al escribir el relato pretendiste dar ese toque de critica social o si ha sido mi "ojo"de lectora y mi propia interpretación la que lo ha visto,pero me ha parecid importante destacarlo..
Un beso muy fuerte..isa
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