¡Cómo me sangra –toda-, tu frente de alambrada!
¡Cómo me suda acíbar la memoria cobarde,
en cada amanecer, de sudarios y muertos,
en cada incertidumbre de arcángeles perdidos!
¡Ay, Miguel!
¡Cómo se me entumecen los nudos de este siglo
de puños enterrados en el fondo del bolso!
Imparable avaricia poblando las trincheras,
¡y tú, desde el costado, izándonos el verso!
¡Ay, Miguel!
Nosotros, los que amamos tu alma y el martirio
de tu calvario quieto, de miedo y de penumbra,
cargaremos las cruces de voces y palabras
unidas en un grito de pura libertad.
¡Ay, Miguel!
¡Qué limpio y te ensuciaron de injusticia y de luto,
mientras, tan inocente, murmuraba tu boca
balbuceos de nanas, con sabor a cebolla!
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