Juana Castillo Escobar
Este breve texto de Colette, de apenas tres páginas, narrado en primera persona, dirigido a un “tú”, a una segunda persona invisible, que se oculta, gracias a lo cual el lector se siente co-protagonista de la historia, no es un relato en sí, sino que, a mi modo de ver, entra íntimamente en la categoría de un fluir de conciencia en el que la autora da rienda suelta a sus sentimientos con una prosa poética que se vislumbra desde el título hasta el punto y final.
Llega un momento en el que el narrador (narradora en este caso), cede su protagonismo al lecho, a quien personifica y enaltece; a sus sentimientos y a todo lo que le rodea que, en fin, siente como si fuera parte de su amado. Ese lecho, por ejemplo, que guarda sus secretos, sus ansias, el aroma de ambos, que cada noche los acoge “como un valle no más amplio que una tumba”.
La narradora sólo “sale” del tálamo para llevarnos de la mano a un “jardín inflamado de iris”, en el que todo irradia belleza. Un paraíso terrenal exclusivo para los amantes, en el que tan sólo están ellos rodeados de plantas y flores hermosas, de una mariposa “de pesado terciopelo”. Hay, como lo hubo en el paraíso, dos notas discordantes: las espinas curvadas del agavanzo y la avispa que se ahoga en los rizos de los cabellos de la narradora. Ambos “aguijones” son desterrados por la “figura masculina” para que no hagan daño con sus venenos respectivos a la mujer. Tal vez esos “aguijones” que no llegan a clavarse en la carne de la narradora quieran expresar mucho más de lo que dicen ya que muchas de esas frases tienen un doble sentido. Por ejemplo:
- “Me has dado las flores desarmadas…”, una paradoja que nos hace preguntarnos, ¿a qué armas se refiere? ¿A esas espinitas que rodean el tallo sólo para que no se dañe al asirlas? ¿Son sólo flores sin “armas-espinas”, o esas “flores” son metáforas de algo más? ¿De un hombre sin argumentos para replicar, para decir que todo está bien, para hacerle saber que debe conformarse con el regalo de esas flores, que no espere más de él?
- “Me has dado la nata del botecito de leche, en la hora de la merienda; cuando mi hambre feroz te hacía sonreír…”. Sin comentarios…
Se puede decir que no hay personajes: la narradora, su amante-amigo y unos indefinidos: “Los que vienen a vernos”, “Los que entran aquí”…, que bien pudiera tratarse de personas conocidas: amigos, familia, pero a los que no se les da importancia alguna. La narradora-protagonista los considera innecesarios o inútiles en su totalidad, para ella son, en definitiva, prescindibles por completo. Los utiliza, única y exclusivamente, para que certifiquen la veracidad de lo que asevera en el momento en el que habla de ese lecho “casto, blanco, desnudo del todo”, que no atraería las miradas de nadie porque parece el lecho de una “muchacha que duerme sola”, porque esas “visitas” lo miran con tranquilidad, sin volver los ojos con un aire cómplice.
Es un relato metafórico, como expongo más arriba. El título ya lo es, con ese doble sentido “Noche blanca”: noche en blanco, de insomnio, causado por el deseo. En blanco a causa de ese deseo no satisfecho. De insomnio de aquel que quiere dormir, pero que no deja que llegue el sueño reparador porque es otro su anhelo. De insomnio porque ambos amigos-amantes se acechan, saben que ninguno duerme, pero ninguno rompe “el descanso” del otro, aguardan a la madrugada para que, sin palabras, el encuentro se transforme en una realidad palpable, en una voluptuosidad que se ha ido generando a lo largo de esa noche en blanco, en un deseo que ha crecido con el sólo recuerdo del encuentro acaecido, se supone que tiempo atrás, en “su jardín”, real o imaginario, en el que todo es belleza y felicidad.
El lenguaje, sin ser rebuscado, es muy retórico si se tiene en cuenta el tema tratado: el erotismo pero, con una finura tal, tan sutil, que a nadie daña ni molesta. Podría ser catalogado como un relato romántico a pesar de no serlo.
La traducción, en este caso, está muy bien llevada a cabo pues respeta las figuras retóricas que, se presupone, aparecen en el original. Figuras retóricas tales como:
- Anáfora o repetición: “Me has dado las flores desarmadas…”. “Me has dado, para que descanse jadeante, […]”.
- Comparación: “[…] está marcado, en medio, por un solo valle, como el lecho de una muchacha que duerme sola”. “[…] rígido y blanco como el cuerpo de una bienaventurada difunta”. “Tus rodillas son frescas como dos naranjas…”. “Es semejante a esa mariposa de pesado terciopelo que yo perseguía en el jardín inflamado de iris...”. “[…]la salvia vellosa como una oreja de liebre […]”. “[…] sentiría temblar tus cejas como el ala de una mosca cautiva...”.
- Descripción: “No hay en nuestra casa más que un lecho, demasiado ancho para ti, un poco estrecho para nosotros dos. Es casto, blanco del todo, desnudo del todo; ningún cubrecama oculta, en pleno día, su honesto candor”.
- Enumeración: “[…] un lecho […] Es casto, blanco del todo, desnudo del todo”.
- Metáfora: “[…] bajo su mortaja voluptuosa […]”. “[…] la sombra sabia, de un gris de araña […]”. “[…]el jardín inflamado de iris...”.
- Oxímoron: “[…] alma rubia de tu tabaco […] el aroma más rubio de tu piel tan clara […]”. “[…] dulce hombro”. “Al fondo de un negro sueño […]”. “[…] liso frescor”. “Una brisa ácida y apresurada lanzaba sobre el sol una humareda de nubes rápidas[…]”. “[…] mi nuca pesa sobre tu dulce espalda […]”.
- Personificación: “[…] un lecho, demasiado ancho para ti […] Es casto, blanco […]”. “¡Oh, nuestro lecho desnudo!”. “[…] siento tu hombro todavía despierto”. “Una brisa ácida y apresurada lanzaba sobre el sol una humareda de nubes rápidas […]”. “He aquí que las ventanas azulean.”. “[…] mis talones malvados preparan ya su andar astuto...”.
- Paradoja: “Me has dado las flores desarmadas…”.
Hay bastante figuras retóricas más, pero es que todo el relato es retórico y sería copiarlo de nuevo, frase a frase, palabra a palabra y redundar en el trabajo, muy bien llevado a cabo, por cierto, de los alumnos.
No existe diálogo, salvo una breve acotación intertextual en la que se “escucha” la voz de esa segunda persona que no se deja ver: “Me has dicho: «Vuelve... Párate... Regresemos.» Me has dicho...”. Por lo demás es ella quien “habla”, quien piensa en sus propios sentimientos y recuerdos.
Personalmente es una autora que me gusta, que sabe transmitir ese goce por la vida, que sabe poner en relieve esa “vibratio”, esa oscilación del cuerpo cuando el alma está herida por los sentimientos, por la pasión que, como digo, transmite con delicadeza y sin necesidad de ruborizarnos, aunque en su época sus escritos levantaran ampollas.
Juana Castillo Escobar – Madrid, 6-II-2010 – 13,47 p.m.
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