El bosque se viste con los colores rojizos del otoño dando paso a otro ciclo más. Un sol tibio se cuela entre las ramas. Su calor ya no es agresivo como en verano, cuando los humanos se resguardan de su fuego bajo las verdes hojas. Ahora, al contrario, las escasas personas que pasean por el hayedo buscan su cálida caricia.
Sentadas en un tocón centenario, cerca de la vereda que lleva al riachuelo, tres figuras femeninas descansan. Desde hace un lustro, como en un ritual, ninguna de las tres falta a la cita.
Los ojos de dos de ellas son verdes, igual que esas primeras hojas de la primavera, y sus cabellos dorados reflejan aún más los rayos del sol. La otra mujer es pelirroja, de mirada color de mar. En sus rostros se pueden ver las huellas de la vida. Ya no son jóvenes, pero necesitan de esos encuentros anuales para recargar la energía que poco a poco se les escapa.
Las hayas, con sus ramas cuajadas de rojo, forman una tupida capa a su alrededor y las cubren, protectoras, como si de una pasmina carmesí se tratara.
Ellas charlan, se cuentan los sucesos acaecidos todo el tiempo que estuvieron lejos porque, a pesar de la distancia, sus corazones siempre están unidos. En sus cabezas unas hebras como rayos de luna salpican los cabellos. Ese año ha sido duro para las tres por distintos motivos.
En un momento de la conversación, el agua de sus ojos brota al unísono formando un reguero que llega hasta el río cristalino, en él, unos peces de lomo colorado, se estremecen al notar la sal que procede de las lágrimas y escapan ribera abajo.
Las amigas, ajenas a la pequeña convulsión provocada por su llanto, siguen con las confidencias. El sonido de sus palabras cincela los troncos y envuelve las ramas como una melodía.
El tiempo pasa como un suspiro y ese encuentro anual llega a su fin. Así lo anuncia el atardecer púrpura que se extiende con lentitud por el hayedo.
Al ponerse en pie vuelven a notar del peso de su cuerpo. Ese peso que mientras están juntas se desvanece. Caminando despacio, se pierden por el sendero que las devuelve a su realidad cotidiana, donde la carga de su apariencia terrena se hace a veces insoportable.
5 comentarios:
Amo el otoño, en realidad amo todas las estaciones del año..., todas son las dueñas de mostrarnos las diferentes formas, sabores, olores..., de la madre tierra.
Este cuento, carga con ese sabor a melancolía que tiene el Otoño, me gustó mucho cómo fueron apareciendo los colores; así como en un ballet, vamos saliendo, vamos bailando según el compás de la música.
Lo que sí creo, que está demás decir, que ellas han pasado un año difícil..., suficiente con ese juego tan bello que haces del pez que corre al verse dentro de tanta sal.
Un abrazo otoñal.
Adriana.
Un cuento muy bello con esos colores rojizos del otoño, los que tanto
me gustan, pero que aquí no puedo admirarlos. Por eso he disfrutado
el paisaje que describes y esa charla sosegada al lado del riachuelo, me
encanta ese detalle del pez que sale corriendo al contacto con la sal de
las lágrimas. Esa charla alivia mucho el peso de los problemas
diarios, tanto en el cuento como en la vida real. Al contar las penas
éstas se vuelven más livianas, al menos eso noto yo. Creo que le has
dado los toques justos de color que el cuento necesita, bueno es mi
pobre opinión. Dios me libre de asegurarlo, para eso está la
profe, pero a mi me ha gustado mucho. Besitos, Pepi.
Isa, ya te lo dije en el taller, tu cuento me hace ver tres mujeres-hadas. Tres seres que continúan su amistad más allá de la vida. Casi las veo desaparecer, fundirse con el paisaje a medida que se alejan hacia el interior del bosque...
Es: ¡todo un cuento! Has conseguido transformar la realidad en algo mágico.
Gloria.
Hola Isa, me asombra e inspira notar én tu prosa cómo logras unir la emoción con la naturaleza en una misma cosa, cómo dejas tan claro que el ser humano, que tanto quiere diferenciarse del resto del mundo por sus "capacidades", no es más que la parte del todo íntimamente ligado a la natural función del planeta.
Así pude interpretar lo esencial de tu fragmento. Felicitaciones. Chavi Martínez.
Buenos días Chavi,muchas gracias por tus palabras.La verdad es que no se que decir,no sabía que puedo trasmitir eso en mi relato.Creo que el merito no es mio,sino de los ojos que leen,no todas las personas vemos lo mismo al leer,pero tu si has captado el sentimiento con que estaba escrito..
Gracias de nuevo..isa
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