La mecedora dio un largo bostezo que hizo crujir la joven madera de la que está hecha, y ese ruido sobresaltó al viejo paragüero que dormitaba en un rincón. En aquella vieja tienda se aburre mucho, la vida era más divertida en el taller donde la fabricaron, allí todos los muebles eran jóvenes, llenos de ilusiones por adornar nuevas casas. Del viejo roble, el carpintero sacó cuatro hermosas mecedoras. Todas iban a ir a un mismo comercio. Por las noches hacen planes, sueñan con ir a parar a un mismo hogar, pero los otros muebles les dijeron que no pensaran en eso, los únicos que viajaban juntos eran los comedores, compuestos de aparador, vitrina, mesa y seis sillas, el resto se vende por piezas sueltas, si acaso, alguien compra dos, pero cuatro mecedoras, jamás.
martes, 28 de febrero de 2012
Relatos de las alumnas: ejercicios de personificación
La mecedora
María José Núñez Pérez
La mecedora dio un largo bostezo que hizo crujir la joven madera de la que está hecha, y ese ruido sobresaltó al viejo paragüero que dormitaba en un rincón. En aquella vieja tienda se aburre mucho, la vida era más divertida en el taller donde la fabricaron, allí todos los muebles eran jóvenes, llenos de ilusiones por adornar nuevas casas. Del viejo roble, el carpintero sacó cuatro hermosas mecedoras. Todas iban a ir a un mismo comercio. Por las noches hacen planes, sueñan con ir a parar a un mismo hogar, pero los otros muebles les dijeron que no pensaran en eso, los únicos que viajaban juntos eran los comedores, compuestos de aparador, vitrina, mesa y seis sillas, el resto se vende por piezas sueltas, si acaso, alguien compra dos, pero cuatro mecedoras, jamás.
Por fin llega el día de
salir del taller, las envuelven muy bien y van a parar a la bodega de un barco,
allí las amontonan una encima de otra. Un escalofrío recorre toda su madera al
recordarlo.
- ¡Qué horror! ¡Qué mal lo pasamos
mis hermanas y yo! Un sofoco tremendo,
sin pizca de aire, envueltas en mantas, apenas podíamos hablar, con el ruido
ensordecedor de los motores del barco. Cuando
llegamos a tierra no tuve tiempo de decirles adiós a mis hermanas. Enseguida me introdujeron en una furgoneta pequeña y aparezco en esta
vieja tienda. Por lo que pude saber al llegar,
estaba encargada, pero han pasado los meses y no veo que vengan a buscarme. Aquí, todos los muebles son viejos y aburridos,
hay una vitrina muy elegante, es la más habladora pero, según ella, en esta
tienda no pinta nada, ya que ni siquiera tienen muebles de su clase con los que
poder conversar. Es una tonta. Me dijo: Pareces una mecedora antigua, pero a la
legua se nota que estás recién hecha, y seguro que con maderas malas”,
recalcó. Yo, atacada, le contesté:
- Exacto, estoy hecha de pinsapo
ruso, que es tan malo como un dolor, pero seguro que salgo de esta tienda antes
que usted. Ella se giró horrorizada. Desde ese
día no ha vuelto a decir una palabra, lo cual
yo agradezco mucho. Lo de pinsapo ruso lo dije porque se lo escuché explicar a
don Bernardino, el carpintero, él decía que
esa madera era muy mala, pero yo soy de roble, muy buena, según le oí comentar.
La campana del viejo reloj de pared
dando las doce la hizo suspirar y estar atenta al escaparate, hace días que ve pasar a una chica joven, embarazada y con
una nena pequeña de la mano. Siempre se para y la mira a ella, ve en sus ojos
ilusión por llevársela, y ella está deseando salir de allí cuanto antes. Además,
le gusta la chica y la nena.
Han pasado varias semanas sin que
pase la joven mamá con su hijita. La mecedora se encuentra muy triste, empieza
a sentirse apática, como los achacosos muebles
que le acompañan.
De pronto escucha voces que se
acercan, y ve con asombro a la chica
embarazada. Sí, es ella, aunque ya no lo está, pero lleva un cochecito, y la
otra nena de la mano, viene derecha a donde se encuentra la mecedora. Se para,
la mira, pasa dulcemente su mano por el
respaldo y sonríe, el dueño de la tienda la invita a descansar para que
compruebe lo cómoda que es, y lo hace con gran satisfacción. Al momento se
empieza a balancear, la mecedora se siente muy feliz. La joven la compra y
quedan en llevársela al día siguiente a su
casa.
Aquella noche no pudo dormir, se la
pasó mirando muy fijo al reloj, el minutero no camina, los minutos son como
horas, y las horas más grandes que los días,
cuando por fin la claridad de una nueva mañana ocultó las sombras de la noche,
la mecedora se estiró tanto que se empieza a mover, aprovecha para comprobar
que su balancín está perfecto.
Desde que abrieron la tienda,
vinieron a limpiarla y envolverla en mantas para el traslado, mientras lo hacen no pudo resistir mirar a la vitrina, y hacerle un
gesto que quería afirmar: ¿Lo ves? Ya te
lo dije.
La subieron por unas escaleras y, por
fin, le quitaron las mantas y papeles. Lo primero que hizo fue ver dónde está. Enseguida le gustó lo que vieron sus ojos. Era un
dormitorio amplio, allí se veía una cuna
preciosa, donde un bebé llora de forma
perretosa, a ella la colocaron al lado de la ventana, junto a una pequeña mesa
camilla. Cuando se fueron los hombres, la chica se sentó feliz, no pudo
balancearse mucho porque el bebé llora cada
vez más fuerte. La joven madre se levanta, coge a la pequeña de su cunita y se
sienta de nuevo, volviendo a balancearse y, ¡oh, milagro!, la pequeña se calló
al momento.
Esa fue la primera vez, pero vinieron
muchas más. La nena es muy llorona, y la única
forma de callarla es que su mamá se siente allí y las dos se balanceen una y mil veces, hasta acabar las dos dormidas,
entonces la mecedora procura no parar, ya que
de hacerlo, la nena llora y la madre apenas descansa.
Fueron unos años muy felices, la mecedora comprueba que es útil porque vino
otro nuevo bebé, esta vez fue un niño, y su dueña sigue sentándose feliz.
Pasados unos años escuchó que se iban
a mudar de casa, la noticia le importó muy poco, hasta que una tarde su dueña
le habló como si supiera que ella la iba a entender, le dijo que la iba a
extrañar mucho, pero que se mudaban a un piso pequeño, que lo intentó, pero no
tiene un hueco dónde ponerla, así que la envía
a una casa que alquilaron en el campo.
Apenas tuvo tiempo para digerir la
noticia, se la llevaron junto a otros muebles a una casa vieja en medio de un
valle. Al entrar no le gustó el olor a humedad, la casa de donde viene siempre
huele muy agradable. Los primeros meses sus dueños suben todos los fines de
semana, y la madre y sus hijos se sientan en ella, se nota que la echan de
menos. Pero a su dueña no le sienta el frío del lugar, poco a poco dejaron de
ir, y la mecedora se queda cada vez más sola, ya nadie se sienta al contrario,
fueron abandonando sobre ella cosas que no necesitan.
Debido al peso se fue rasgando la rejilla de mimbre que cubría su asiento,
hasta que el mismo quedó totalmente desfondado.
De nuevo escuchó que piensan
abandonar la casa. Se vio ardiendo en una hoguera para San Juan, tal era su mal
estado.
Pero, cuando había perdido toda esperanza, una mañana escuchó una
voz que le era familiar, se trata de su dueña; la pobre, al verla, casi
se muere de la impresión.
Todos le dicen que es mejor tirarla,
pero ella repite no y no, que se la llevará a
su casa y la acicalará. Y así fue. La lijaron, la barnizaron y la llevaron a un
tapicero a que le pusiera una rejilla nueva, y nueva quedó. Su dueña la acaricia y la mecedora no se cree
su transformación, pasó de ser algo
inservible, a convertirse en la joya de la sala. La casa es la misma. Unieron la
terraza con la salita para poner un hermoso piano de cola y, como aparte de las
sillas del comedor, solo caben dos sillones de oreja, ella quedó perfecta junto
al piano. A veces, cuando su dueña se balancea mientras escucha a su hijo tocar,
la mecedora, feliz como nunca, piensa en lo que daría
porque la viera por un agujerito la engreída de la vitrina.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Una cosa común en tus relatos y que me gusta mucho es,"oirte".Lei más de una vez la "peripecia" de la mecedora y cada una de ellas he sonreido al imaginarla charlando con la anipatica vitrina.
La imagen corresponde a como la imaginé,quedó preciosa.
Un abrazo fuerte.Isa
sonrío porque solo tú eres capaz de hacerme sufrir por una mecedora... simplemente precioso.
un ciento de besotes
Sencillamente Maravilloso, tierno, sensible.Quién fuera mecedora para que le escribieras un relato como este. Besos, besos y más besos
Publicar un comentario