Pepi Núñez
De pronto, escucho unos pasos recios que se aproximan. Me doy la vuelta para ver quién es. Le veo acercarse por una de las estrechas calles. Es un personaje que, puedo asegurarlo, se acaba de escapar de algún cuento antiguo. Es alto, fuerte, bien parecido, de mediana edad. Su caminar es altivo, su vestimenta, de otra época: medias ceñidas, se envuelve en una gruesa capa bajo la que, al caminar, deja entrever el brillo de su espada, lleva un enorme sombrero cuya pluma mueve el aire que él levanta al dar sus enormes zancadas. Le veo y no me explico de dónde ha salido. Él pasa a mi lado, ni siquiera se fija en mí, sigue de largo. No lo puedo remediar, me levanto y le persigo con la mirada. Se introduce por una angosta callejuela. Le sigo sin pensarlo. Sus pasos son tan rápidos que apenas puedo darle alcance.
La estrecha calle termina en la plaza de Santo Domingo. Nos dirigimos hacia allí. A medida que me acerco llega un bullicio de voces y risas hasta mis oídos. Cuando doblo la esquina, y me encuentro frente a la plaza, no doy crédito a lo que ven mis ojos. Hay muchas personas vestidas de máscaras que saltan, ríen y gritan. Él ya ha tomado asiento en una especie de taberna que hay al aire libre. Saca un papel y se dispone a escribir. De pronto nuestro hombre levanta la cabeza y, mientras mira desafiante a la ruidosa muchedumbre, les dice en voz alta:
- ¡Cuál gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si, en concluyendo la carta, no pagan caros sus gritos!
Me quedo extasiada observando cuanto ocurre a mi alrededor. Sin dudarlo un momento me acerco a él y le hablo:
- Perdone que le interrumpa. Yo le conozco desde que era una niña.
Se levanta, me hace una reverencia, toma mi mano y la lleva con suma delicadeza a sus labios, al tiempo que dice:
- Lo he sabido siempre, bella dama, por eso este año he querido estar más cerca de vos.
Yo ni siquiera he parpadeado mientras él me habla. Con un gesto me invita a sentarme. Lo hago. Él continúa:
- Sé que me apreciáis mucho, aunque mi comportamiento no ha sido siempre el que os hubiese gustado.
Me mira. Siento que, si me sigue hablando, también yo sucumbiré a sus encantos. Me levanto y le digo:
- Lo lamento, tengo que marcharme, prefiero verle de lejos.
Él se pone de pie y vuelve a besar mi mano. Después la retiene entre las suyas al tiempo que me dice:
- ¿No es verdad, ángel de amor,…?
Pero yo ya me he soltado y huyo en medio de la algarabía de la plaza. Cuando llego a la esquina me vuelvo: él sigue allí, de pie, mirándome. Sí, es mejor verle de lejos, como lo hago cada año, cuando llega noviembre.
3 comentarios:
Pepi, ¿ Publicaste esto en tu blog? Me encanta ¡¡
Gloria
Pues parece que la "lista de la compra" la haces con mucho gusto compañera.
Un beso. Nines.
El relato está bien concebido y planteado. Tiene su comienzo, nudo y desenlace, al personaje se le reconoce sin necesidad de decir su nombre. Es fácil ver que hay dos secuencias temporales: la actual, marcada por la narradora-protagonista, y ese hecho insólito como es la aparición del Tenorio con su forma de hablar antigua.
Como ves, Pepi, la inspiración se abrió paso... Y tus relatos crecen en calidad y cantidad. Me ha gustado.
Un abrazo, Juani
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