miércoles, 27 de noviembre de 2013
A la hora de escribir los maestros opinan... Anton Chejov
Anton
Chejov - A Dmitri V. Grigoróvich, Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen
bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar.
Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. [...]
Todas las personas cercanas a mí
siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de
aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de
escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que
escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista.
En Moscú existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de
cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un
restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una
parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los
periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi
insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con
indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La segunda
es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el
proverbio sobre las dos liebres [“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y
muchas veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le
escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta
ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente
y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de
un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo escribí en una casa de
baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio:
mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de
mí mismo... He escrito intentando no desperdiciar en un cuento las imágenes y
los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he guardado y escondido con
mucho cuidado. [...]
Disculpe la comparación, pero ha
actuado en mí como la orden gubernamental de “abandonar la ciudad en 24 horas”,
esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir
lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado... Estoy de acuerdo en
todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado "La
bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro,
no lo tendría... Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo...
No es posible abandonar el carril en el que me encuentro. No me importa pasar
hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir mis horas
de ocio, dos o tres por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo apenas
suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y
menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.
No puedo poner mi verdadero
nombre en el libro, porque ya es tarde: la viñeta ya está preparada y el libro,
impreso. Mucha gente de Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no echar
a perder el libro con un pseudónimo, pero no les he hecho caso, probablemente
por amor propio. No me gusta nada mi libro [Cuentos abigarrados se publicó bajo
el pseudónimo de Antosha Chejonté]. Es una vinagreta, un batiburrillo de
trabajos estudiantiles, desplumados por la censura y por los editores de las
publicaciones humorísticas. Creo que, después de leerlo, muchos se sentirán
decepcionados. Si hubiera sabido que usted me lee y sigue mis pasos, no lo
habría publicado. La esperanza está en el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me
dé tiempo a hacer algo, aunque el tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por
esta carta tan larga. [...] Con profundo y sincero respeto y agradecimiento.
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