Elda López |
miércoles, 26 de junio de 2013
El muchacho que escribía poesía - Comentario de Elda López
El
Muchacho Que Escribía Poesía
Al igual que el
protagonista de la historia, que tiene una gran facilidad para escribir poesía,
el autor de la historia, Yukio Mishima, también tiene una gran facilidad para
la escritura, muy buena por cierto, y emplea ocho páginas para hablar de un
poeta que no es tal.
Un joven de 15
años, feúcho, anémico, se refugia en la poesía para escapar de la realidad que
no le gusta, y así aprendió a mentir a través de sus poemas. Observa el mundo
que le rodea, y hay algo que le provoca belleza como una oruga, o un guijarro,
o las garzas, etc, juega con las palabras para crear belleza: “la oruga hacía
encaje con las hojas del cerezo”; “un guijarro lanzado a través de los árboles
volaba hacia el mar”; “las garzas perforaban la ajada sábana del mar
embravecido para buscar en el fondo a los ahogados”. Se sentía feliz de esta
manera, y cuando un objeto no podía transformarlo en palabras bellas lo
rechazaba.
La felicidad que
le producían sus poemas era diferente de la que sentía ante un regalo deseado,
y esa felicidad sólo era suya. Pero nunca miraba en su interior. Pensaba que
quien hace cosas bellas no puede ser feo.
Como era miembro
del Club Literario de su colegio tenía acceso a libros sobre la vida de los
poetas, y siempre rechazaba a los que se habían suicidado, desde su juventud el
suicidio le repugnaba. En el Club conoció a un joven, R, un escritor de poemas
como él, cinco años mayor que él. Comenzaron una relación epistolar, en las
cartas intercambiaban noticias cotidianas y un poema al final de las mismas;
todo parecía intrascendente, pero el protagonista observa en las misivas de R
“una pálida melancolía”, “la sombra de un ligero malestar”, ausentes en las
suyas.
Sus poemas no
nacían de la necesidad, eso suponía una carencia, y eso no entraba en su
cabeza. Tampoco era capaz de expresar sus sentimientos, por eso cuando el
equipo de béisbol del colegio perdía y sus compañeros lloraban él nunca
lloraba, “las cosas que a los demás les hacían llorar no tenían cabida en su
corazón”.
Más adelante
intentó escribir sobre el amor aunque él no lo conocía, sabía que no tenía
experiencia pero no le importaba porque él jugaba con las palabras y sabía
escoger las bonitas, sus sentimientos internos estaban ligados a la desarmonía
que sentía al encontrar una nueva palabra. Ese era el único dolor que conocía,
no sentía nunca el dolor de los demás.
En una ocasión
encontró a R cabizbajo y falto de vitalidad, con la expresión de las personas
que acaban de perder el tren. R le contó su amor por una mujer casada, un amor
prohibido. El muchacho le instó escribir un poema, pero R le dijo que no era
momento para la poesía.
El muchacho
pensaba que todo se arreglaba escribiendo palabras bellas; tampoco entendía que
la muchacha dijera que R tenía un frente bonita, mientras a él le parecía
abultada y con protuberancias. No comprendía que a veces algo ridículo se
entremete en el amor y en la vida, y se expresa con sentimientos.
Las palabras
bonitas escritas una de tras de otras pueden formar frases bonitas, pero si no
expresan sentimientos están vacías, y la poesía no es una sucesión de palabras
bellas, es una expresión de los sentimientos alegres o tristes que experimenta
el poeta. El protagonista de esta historia no es un poeta, sólo escribe
palabras.
Esto es lo que
Yukio Mishima indica a través de la historia de este quinceañero. La belleza no
sólo está en las cosas bonitas, también hay que saber buscarla en el interior
de cada uno y en los sentimientos.
Elda López
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