Isabel Fraile Hernando
El viejo del sombrero verde camina por la acera como todos los días. Su andar es pausado y algo rengo. Las alas inmensas de aquel sombrero ocultan parte del rostro. Aún así, se distingue bajo ellas su nariz amoratada que recuerda una berenjena. A pesar de su tez oscura, en el apéndice nasal resalta el color cárdeno.
Su hogar está al final de la larga calle, donde una línea invisible separa dos mundos. No ha tenido oficio estable en su fatigosa existencia. Cuando joven, hacía pequeños trabajos de diverso tipo para los señores de las casas grandes. Actualmente malvive de la caridad de sus convecinos. Una esposa enferma, casi ciega, le espera como única familia, sus muchos años de matrimonio fueron estériles. El camino de su vida fue como un laberinto. Tal vez no supo elegir el sendero adecuado, aunque una persona con su defecto físico y negra no tenía muchas oportunidades. Ahora, es tarde para pensar en lo que pudo haber sido.
De la casona con jardín, situada a la derecha, sale un anciano cargado con una bolsa grande. Le llama:
-¡Eh, compadre!
La forma de dirigirse a él le extraña. Nadie le ha tratado nunca de compañero. Se acerca renqueando mientras observa a su interlocutor. Es un abuelo de aspecto tímido, ojos azules y un labio colosal como el palco de un teatro. Las manos temblorosas sujetan apenas el bolsón.
-Perdone si le importuno. Le veo pasar por aquí a diario. También sé del momento difícil que atraviesa por Tamarinda, mi fámula. He hablado con mi hija de sus circunstancias -al decir eso mira hacia lo alto de la fachada. Tras los cristales de un balcón de invierno, se intuye la figura femenina-. Le ofrezco el contenido de esta bolsa, son vestidos de ella para su mujer y algo de comida. Espero no lo considere un atrevimiento.
El negro, aunque al principio está nervioso, poco a poco se tranquiliza. Le da las gracias con una leve inclinación de cabeza. Al coger el regalo, las manos de los dos hombres se rozan por un momento. Son manos nervudas por la edad, su flujo interior es casi tan lento como el paso del negro. Las cuatro han acariciado mucho a lo largo de su vida. Las oscuras, el pelo de la mujer, en señal de consuelo al principio de la enfermedad. Eran las caricias más recientes. Otras, de jóvenes enamorados, las relegaba al recuerdo de su dueño.
Manchitas como pequeños mapas marrones, se esparcen por las manos del abuelo de ojos azules. Esas, aún confortan a una hija caprichosa y difícil desde que murió su madre. Tan lejos y tan cerca.., su vida tiene mucho en común.
El negro sigue calle abajo. Se vuelve. La puerta de la casona está otra vez cerrada. Piensa en Dalia. Imagina a su esposa en la silla cerca de la ventana con su vestido blanco. Es su color preferido aunque no lo pueda ver, dice que tiene un olor especial que no poseen otros colores y se siente feliz engalanada con él.
Al llegar a su casa abre con cuidado la puerta. La estancia es acogedora. Una voz cascada pregunta desde el otro cuarto.
-Orfeo, ¿eres tú?
El hombre se quita el sombrero, deja la bolsa en el suelo y con su mejor sonrisa va al encuentro de su vida.
*Su nariz amoratada recuerda a una berenjena (frase de Pepi Núñez)
8 comentarios:
Mi querida Isa, si tuviera sombrero me lo quitaría ante este maravilloso relato, he pensado que más que un comentario, merecía una llamada de teléfono, lo hice, pero no estabas, no obstante le conté a tu hija como me ha gustado, como he disfrutado cada palabra que escribiste. Has creado una historia magnifica de un personaje que sólo se ve pasar. Mis felicitaciones por tu relato, pero sobre todo por tu sensibilidad que es la que llega al alma. Besitos. Pepi.
Muchas gracias PEPI… La verdad es que cada vez me engancha más esto de la escritura.
Un fuerte abrazo mi amiga,
ISA
Hola Isabel:
Me encanta esta narración que entrelaza las vidas de estos dos hombres. Da mucho que imaginar. Sobre todo me gusta la parte del encuentro y roce de sus manos. Es preciosa.
¡Enhorabuena!
Besos.
Berta
Muchas gracias por tu comentario Berta.
Un besito... Isa.
Yo me adhiero a la profe y me quito, no solo el sombrero, los zapatos, las gafas y me quedo patas arriba. ¡¡¡¡¡Que bueno Isa!!!! Pepi tenía razón cuando me dijo que lo leyera y no lo encontraba, menos mal que Juani lo ha mandado.
También lo voy a leer para presumir de compi escritora que te cagas (perdón por la expresión pero es que me ha salido de los talones).
Un besazo. ¡Que envidia me daaaaa!
JAJAJAJAJAJA, Nines, ¡¡¡que me lo voy a terminar creyendo!!! Me alegro que te guste y me parece muy bien que lo leas, no veas cómo gana con tu voz (en serio ¿eh?, no es coña).
Un abrazo... Isa.
No te preocupes, no creo que seas de esas que se creen que son Cervantes, pero sí tienes que saber que escribes muy bien y que la imaginación, para estos menesteres, es esencial, y desde luego tú no careces de ella.
Un besote.
Isa. Dos Colores. Creo que ya te lo dije, pero lo repito, Un relato que por sus cuatro costados me deja en asombro.
Felicitaciones y muy orgullosa ser tu compañera. Aprendo día a día de Uds.,
¡¡GRACIAS!!
Adriana
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