- Pitas, pitas, ¿Dónde están tus compañeras? ¿No quieren venir?
Le sobresalta una voz:
- Señora, pitas se le dice a las gallinas, no a las palomas…
"Pitas, pitas, palomitas", Susana Simón Cortijo
- Ave María Purísima…
- Sin pecado concebida.
- Padre, hace algo más de quince días que no confieso.
- Bien, hija, dime tus pecados. Tus faltas serán redimidas en virtud del poder que Dios me otorgó. Puedes empezar.
- Me arrepiento de haber pecao y prometo no hacerlo más. Me acuso de…
- Vamos, Secundina, no tengo toda la tarde para ti. Empieza de una vez.
- No me atosigue, Don Plácido, no me atosigue. Así no se pué hacer una confesión en condiciones. Además, usté pué caer en el pecao de la ira y es una falta grave…
- De acuerdo. Veamos qué te trae hasta el confesionario.
- Güeno. Siguiendo los Mandamientos daos por Dios, con respecto al primero, no he pecao. Usté sabe que yo lo amo por sobre toas las cosas, no he tomao su nombre en vano…; de vez en cuando m´acuerdo d´Él cuando algo no sale como planeé, pero sólo es una charla d´ amigos, un pequeño reproche, ná más. Santifico las fiestas, también lo sabe, paso más horas en la iglesia qu´usté propio. En lo tocante a honrar a los padres…, hace tiempo que los tengo algo olvidaos. Últimamente voy poco por el cementerio…
- Pero eso no creo que el Señor te lo tenga en cuenta. Él sabe que tus años y la mala vista no te permiten tener la misma movilidad de tiempo atrás. Prosigue, hija…
- No he cometío actos impuros, ya no tengo ganas y sí demasíaos abriles…
- Te has saltado el quinto mandamiento.
- ¿Sí? ¡Esta caeza…! Me falla, como casi tó el cuerpo. Si no le molesta continúo. El quinto lo dejo p´al final.
- Como gustes.
- En cuanto a lo de… no hurtarás…, alguna sisa en la compra. Cosa de poco. Pasa desapercibío… No es como lo del sacristán que mete la mano en el cepillo y se queda tan feliz, o lo del seor Alcalde, lo sé porque el Desi, que ha sío edil, lo ha visto cómo se pagaba…
- Secundina, Secundina… Es tu confesión…
- Un lasus lo tié cualquiera. Yo sólo quería dejar bien sentao que lo mío es poca cosa. ¡Güeno, el pasao lunes le cogí algo prestao a mi vecina…!
- Si es prestado como dices…
- Aún no se lo he degüelto y, la verdá, no sé si lo haré…
- Si no devuelves lo que quiera que hayas tomado en préstamo, Secundina, entonces no será tal préstamo, sino que tendríamos que hablar de robo. Latrocinio, Secundina, la-tro-ci-nio…
- ¡No se ponga trágico, pater! ¡No intente meterme el miedo en el cuerpo! Sólo le cogí a la Simona una sábana mu grande qu´el viento desenganchó de su cuerda y la trajo justo hasta mi corral. La sábana era mía.
- No… No empieces otra vez con la misma historia. Dime, ¿cuándo acabará ese enfrentamiento que dura décadas y todo por un pedazo de tela?
- Por mi parte ya está solucionao el problema. La sábana era mía. Yo la bordé para mi ajuar; ella fue quien me la robó… Sólo he recogío del corral lo que me pertenece… La Simona quié salirse siempre con la suya. Se casó con el Pascual cuando tó el pueblo sabe que él me pretendía a mí. Pero al final tuve mejor suerte qu´ella. El Pascual le salió un calzonazos que ni cosquillas supo hacele… En cambio mi Desi… Güeno, s´acabó…
- ¡Menos mal! Secundina, o continúas confesándote o doy paso a la siguiente persona que aguarda…
- Ya continúo, seor cura, ya continúo. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, ara tenía qu´hablar del octavo! ¿Falso testimonio?… No, no he testificao en falso, alguna mentirijilla sí que se m´ha escapao. Está en relación con el quinto, del que ya hemos quedao qu´hablamos después. En cuanto al noveno, los pensamientos y deseos impuros, no sé, no sé… La caeza, de vez en cuando, vuela desbocá. Andemás, con los inventos modernos de la tele y las pilículas ¡se ve cá caso en el comedor de casa que clama el misterio! Yo trato de no ver muchas cosas. Incluso me tapo los ojos. En ocasiones sale cá mozo que no se paece en ná a los que gastamos en el pueblo. ¡Vamos, de los de la tele, no se ven ni ahora ni en mis años jóvenes! ¡Qué digo! Si algunos d´ellos son como estatuas de lo bien acabaos qu´están. Los miro y remiro y no me lo creo. ¿Usted piensa, don Plácido, qu´esos mozos y mozas existen de veras?
- ¡Ahhh, hija, no me tientes!
- ¿Qué? ¿Qué l´ocurre, don Plácido? ¿Usté también tié poblemas con el noveno? ¡Natural, las mocicas también están mu bien hechas y, sobre tó, mu desarrollás!
- Dejémoslo, Secundina. Te impondré la penitencia…
- ¡Canastos, pater, no he acabao entavía! ¡Qué ganas tié de perderme de vista! Me faltan dos mandamientos por repasar. El décimo: no codiciarás los bienes ajenos, y no los codicio, pero hay por ahí unas tierras que me pertenecen y que no voy a dejar que vuelen ante mis ojos. Mis primos se creen mu listos, pero es tema de la justicia humana, aquí no interesa...
- ¿Ya puedo darte la absolución o aún no?
- ¡Pos claro que no he acabao! ¡Queda lo mejor! El Quinto Mandamiento. El que dice: no matarás… Yo no he matao…
- Lo sé, hija, lo sé. Tú eres incapaz de…
- No. Usté no sabe ná. O no lo sabe tó, que es diferente. Verá, m´acuso d´haber dejao morir al Desiderio, mi marío. Él es mu güeno, mu dadivoso, le gusta darse a tó el mundo; tó lo guarda, según él, tó sirve pá hacer apaños…, y, de repente, va y se enferma… Esto no se lo voy a poder perdoná, dejarme ansí, solica, a mis años. ¡Ay, las cosas vienen como vienen! En fin, el Desi, ya lo sabe usté, estaba últimamente más p´allá que p´acá. El dotor, mu amable, mu campechanote, lo atendió bien mientras estuvo yendo a casa a visitalo pero cá visita me salía por un ojo de la cara y ¡pa lo que m´iba a durar el pobrecico! Ansí qu´hace algo más d´una semana decidí por mí misma, y después de consultalo con la almohada, que s´acabaron las medecinas p´al Desiderio. Qu´el médico no le hacía falta y el oxigeno tampoco, ni toas las máquinas que lo mantenían regao como una lechuga. Yo no lo maté, lo juro. Sólo ayudé a que se fuera por sí mismo. Cuando él gustase…
- Pero…, Secundina…
- No hay peros que valgan. Además, aún no he acabao. El entierro, por el que pedían una millonada, tampoco se llevará a cabo…
- Por Dios, hija, ¿te has vuelto loca? ¡Hay que dar cristiana sepultura al bueno de Desi! No puedes tenerlo… ¿Dónde lo tienes, Secundina? ¿Qué has hecho con tu marido?
- Nada que él desaprobase, ya sabe que le gustaba reciclar tó…
- ¡Hija, díme! ¡Seguro que necesitas mi ayuda o la de algún especialista! ¡Cuéntame!
- Sólo le daré tres pistas. La primera: mi hija me regaló por Navidades un libro de cuentos; uno de ellos, buenísimo, titulao: "Pitas, pitas, palomitas", m´ abrió los ojos. La segunda: a los pocos días pusieron por la tele una pilícula sobre unos tomates fritos de color verde, o algo así; también me inspiró aquella viejecita amable del flim… Güeno, don Plácido, ahora, cuando usté guste, me impone la penitencia y me da la asolución…
- Y…, ¿la tercera pista, Secundina?
- Esta caeza… No recuerdo… Por cierto, en la Sacristía l´he dejao una olla con cocío recién hecho como a usté le gusta. En una tartera también l´he puesto unas almóndigas de caliá, vamos, pá chuparse los deos.
Juana Castillo Escobar
Este relato, El quinto mandamiento, está publicado en la antología titulada "Un lugar donde vivir". Editorial Dragontinas. Año 2005. (Edicº de Clara Obligado. Colección de Nuevos Narradores-3). (Págs. 47-48-49-50 y 51). Fue presentado en Madrid el 14 de Junio de 2006 en la Casa de Galicia.
9 comentarios:
¡¡Es genial!! Aplausos y vítores, me ha gustado muchísimo. ^_^
Te mando a mi tablón particular.
Besotessssssssssss
Jajajaja, gracias, Patri por el comentario. Me río por lo de: "aplausos y vítores", está muy bien, me hizo gracia.
Una pregunta, ¿qué es eso de que me mandas a tu tablón particular?
Un beso enorme, Juani.
Oye,pues digo yo que los "mandamientos"así serian mucho más faciles de aprender...
Pobre sacerdote..jajajaj
Muy bueno Juani (ya te lo dije en su momento)
Me encanta el lenguaje de la mujer..
Un abrazo ..isa
En mi blog tengo un apartado que se llama "Los ronroneos de mis amigos" y ahí voy poniendo los post que me más me han gustado para que otros también puedan disfrutarlo. Es mi tablón particular. ^_^
Besotesssssssssssss
Tu ya sabes que este relato me encantó, no me extraña que te manden al Tablón, aparte que Tomates verdes fritos es otra de las películas que más me gustan y a tu protagonista en cierta manera le abrió los ojos. Espero que al sacerdote no le sentaran mal las "almondigas". Un besote. Pepi.
Gracia, imaginación y una prosa ágil con un diálogo rico en expresividad y mensaje.
Me encantó.
MARITA RAGOZZA
GRACIAS, Marita, por tu comentario que me llena de satisfacción proviniendo de tí.
Un abrazo, Juana.
Excelente relato, amiga. Pobre del padre. Ojala y no haya comido. ;-)
Pues no sé si el padre habría comido o no... Eso lo dejo para la imaginación de cada cual.
Gracias por tus palabras, Alex, quise ir a tu blog a responderte, pero me fue imposible acceder a él. Ya sabes, cosas de la informática.
Un abrazo, Juani.
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