Oasis en Libia - Imagen obtenida en Internet |
lunes, 19 de mayo de 2014
Micro relato
El
agua del Paraíso - Anónimo árabe
Un
beduino seco y miserable, que se llamaba Harith, vivía desde siempre en el
desierto. Se desplazaba de un sitio a otro con su mujer Nafisa. Hierba seca
para su camello, insectos, de vez en cuando un puñado de dátiles, un poco de
leche: una vida dura y amenazada. Harith cazaba las ratas del desierto para
apoderarse de su piel y hacía cuerdas con las fibras de las palmeras, que
intentaba vender en las caravanas.
Sólo
bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.
Un
día apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida,
que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua
del verdadero paraíso acababa de deslizarse por su garganta.
Llenó
dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun al-Rasid, y se
puso en camino hacia Bagdad. A su llegada, tras un penoso viaje, le contó su
historia a los guardias, según la práctica establecida, y fue admitido ante el
califa. Harith se postró ante el Comendador de los Creyentes y le dijo:
-No
soy más que un pobre beduino, ligado al desierto donde el destino me ha hecho
nacer. No conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas
las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traértela para que
la pruebes.
Harun
al-Rasid se hizo traer un cubilete y probó el agua del río amargo. Toda la
corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún
sentimiento. Se quedó pensativo un instante y entonces con fuerza repentina pidió
que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese
a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.
-Lo
que nada es para nosotros lo es todo para él. Lo que para él es el agua del
Paraíso no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que
pensar en la felicidad de ese hombre -dijo el califa a las personas de su
entorno, curiosos por su decisión.
Al
caer la noche hizo llamar al beduino. Dio la orden a sus guardias de que lo
acompañasen de inmediato fuera de la ciudad, hasta la entrada del desierto, sin
permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin
darle otra agua que la suya para beber. Cuando el beduino se iba del palacio en
la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas
de oro y le dijo:
-Te
doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en
mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he
nombrado para tal puesto.
El
beduino, feliz, besó la mano del califa y regresó rápidamente a su desierto.
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