- ¿Es usted Elena Yánez?
Le contesté que sí, y entonces él, después de pedir disculpas, me dijo que era Héctor de la Fuente, sobrino de Matilde Carrascosa. Por unos instantes me quedé pensando quién era esa señora. Él, como si me leyera el pensamiento, dijo:
- Matilde, la tía de su ex marido.
Yo exclamé un ahhh al tiempo que, sin saber de nuevo el por qué, me sonrojé. Le invité a entrar y sentarse. Lo hizo al tiempo que me entregó un paquetito alargado. Me dijo era un recuerdo de Matilde. Lo abrí y me sorprendió encontrar un precioso abanico. Por lo visto la tía de mi ex recordó mi afición por ellos. Cortésmente le pregunté por el estado de salud de su familiar y él me explicó que pese a los muchos años, se encuentra bien, y que, aunque no me escriba ni me llame, me recuerda mucho. Yo le contesté que, sin duda, era una señora entrañable. El me explicó que en realidad es la viuda de su tío, pero que él la quiere como si llevara su sangre. Después me confesó que le comentó a ella sus ganas de venir a descansar a las islas, y que ella insistió mucho en que me viniese a visitar. De un tema nos fuimos a otro y se nos pasó la mañana sin darnos cuenta. Al ver la hora del almuerzo me pidió que aceptase el ir a comer con él. Pero yo le dije que tenía comida preparada y que desde luego podíamos comer los dos. Creí que se lo iba a pensar, pero aceptó encantado. Ya nos tuteábamos, y yo le dije que si no le importaba comeríamos en la cocina, sin ningún protocolo. Le pareció una idea estupenda y me ayudó a preparar la mesa, al darle las servilletas, nuestras manos tropezaron y yo sentí el mismo cosquilleo que la primera vez que rocé la mano del chico que fue mi primer amor, me pareció algo totalmente absurdo, pero por la expresión de la cara de él, creo que sintió lo mismo. Traté de olvidar el incidente y empezamos a comer. He de ser sincera, Héctor disfrutó tanto con la comida que me sentí muy halagada. Por fortuna también tenía postre casero y este hombre lo saboreó con verdadero placer. Mientras tomábamos el café en el saloncito me dijo:
- Mañana quisiera invitarte a comer, pero has puesto el listón tan alto, que será mejor que elijas tú el Restaurante, no creo que ninguno pueda mejorar este menú.
Mi sonrisa desde luego fue de oreja a oreja, pero traté de disimular lo feliz que me sentía. Hablamos de mil cosas y él me hizo un breve resumen de su vida. Al parecer viajó por casi todo el mundo por asuntos de trabajo, en Inglaterra conoció a una joven y se casó con ella cuando cumplió los veinticinco años. Su matrimonio duró un lustro, que se le hizo interminable, no guardó buen recuerdo de esa etapa de su vida y jamás pensó en volver a casarse, tuvo alguna relación que duró poco y ya lleva tiempo viviendo solo. Acaba de cumplir los cincuenta. Me confesó que aún cree en el amor y que su corazón se encuentra libre. Me tocó a mí hacerle un breve resumen de mi vida. Le conté que me casé muy joven, que tengo tres hijos, todos ya con casa propia, que me llevo muy bien con los tres y que hace muchos años que mi ex me abandonó por otra algo más joven que yo. Me dijo:
- Desde luego tu marido no debe de estar bien de la cabeza.
Yo le sonreí y le confirmé:
- La verdad es que muy bien no estaba.
Los dos nos reímos con ganas. Me sugirió la idea de dar un paseo y acepté encantada. Me fui a cambiar de ropa y, cuando volví arregladita y con algo de maquillaje, vi con alegría una mirada de admiración, al tiempo que me comentó:
- Elena, ¿sabes que eres una mujer muy guapa?
A lo que respondí:
- Y tú, ¿sabes que eres un hombre muy amable?
Los dos, con caras sonrientes, nos encaminamos a la calle.
Después de un largo paseo, acabamos sentados frente al mar disfrutando de una hermosa puesta de sol. Me invitó a cenar, pero yo le dije que mis cenas eran muy frugales, y prefería hacerlo en casa. Me acompañó hasta el portal y allí nos despedimos hasta la mañana siguiente en que quedó en recogerme a las doce. Al despedirnos nos dimos un beso en la mejilla. El retuvo mi mano entre las suya y el cosquilleo se volvió a repetir, sólo que esta vez los dos lo notamos y en medio de la sorpresa nos quedamos con nuestras miradas fijas. Un vecino, al pedir disculpas para entrar en el portal, rompió el encanto del momento. Nos dijimos adiós. Subí a casa, creo que levitando.
Esa noche apenas dormí. A mi edad ni siquiera estaba segura del recuerdo de aquel pequeño calambre que sentí a mis quince años cuando rocé las manos de mi primer amor, y ahora a mis cincuenta, volverlo a sentir, no podía creerlo.
Me levanté temprano. La mañana era espléndida. El cielo azul, sin una nube, invitaba a salir lo antes posible. Como si Héctor me hubiese escuchado, el teléfono sonó y él me preguntó si me apetecía ir un rato a la playa, le dije que sí. Al momento me arrepentí, no era lo mismo ir bien arreglada con un bonito vestido a que te vean en bañador. Me probé los tres que poseo y con ninguno me encontraba bien, al final me decidí por el negro por eso tan famoso que lo oscuro te adelgaza. A las once en punto me llamó por el telefonillo, me apresuré a bajar a toda velocidad. En la puerta me esperaba con su sonrisa radiante. Creo que al saludarnos los dos estábamos más preocupados por el roce de nuestras manos que por otra cosa, y síii, volvió a ocurrir. Sólo que esta vez, Héctor me preguntó:
- ¿Sientes este cosquilleo con otras personas?
La verdad es que me quedé muda, pero me armé de valor y le dije:
- No, sólo lo recuerdo a mis quince años.
Él me contestó:
– Igual que yo -y continuó-: Ni se me hubiese ocurrido que esto me volviera a pasar a estas alturas, pero mucho me temo que eres mi media naranja y yo la tuya.
Sin hacer más comentarios nos dirigimos al coche que él había alquilado.
Llegamos a la playa y se dedicó a poner la sombrilla mientras yo me quedé en traje de baño, después fue él quién se quedó con un bañador corto que dejó ver un cuerpo atlético más propio de un veinteañero que de un cincuentón. Nos tendimos boca abajo sobre las toallas y yo empecé a hablar sin pausas, de mi maravillosa playa y de no sé cuántas cosas más, tratando de disimular el nerviosismo que sentía al tenerle tan cerca. Después, poco a poco, nos dimos cuenta de que teníamos los mismos gustos: el cine, leer, la música, la ópera, las comidas, el mar, las noches de luna. Es como si él fuera mi parte masculina y yo la femenina. Me dejó hablar, pero cuando menos lo esperaba me tomó la mano mientras me miró fijo a los ojos. Esta vez el cosquilleo me recorrió todo el cuerpo. Supongo que sintió lo mismo porque dijo:
- ¿Tú crees que esto nos va a pasar siempre? ¿O se quitará cuando nos demos el primer beso?
Ya no es que me sonrojara, creo que aquello fue todo un flato con sudores incluidos. Héctor comenzó a reír al tiempo que comentó:
.- Me parece que lo mejor que podemos hacer es darnos un chapuzón.
Yo me levanté veloz como un rayo, tapé el bolso con el pareo, y me encaminé al mar. Estaba tan sofocada que sin pensar en el peinado me tiré de cabeza al agua, mientras mi mente decía que era imposible que aquello me estuviese ocurriendo de verdad. Cuando saqué la cabeza a la superficie, él me esperaba con los brazos cruzados y la sonrisa en la boca, se acercó me rodeó con sus brazos musculosos y me besó suavemente en los labios.
- Salados están riquísimos -murmuró.
Yo estaba como la esposa de Lot: una figura de sal. Entonces me dijo:
- Elena, esto es amor, lo demás es mentira. ¿Quieres casarte conmigo? Te puedo traer muy buenas referencias.
Como no contestaba, me abrazó con fuerza y me susurró:
- Siempre pensé en que las almas gemelas existen, he tardado en encontrarte, pero te aseguro que no pienso dejarte escapar.
Me besó de nuevo, pero esta vez yo le rodee con mis brazos y fue el beso más apasionado de toda mi vida. Cuando lo recuerdo aún me sonrojo. Yo, que tanto me enfurecía cuando los adolescentes se besaban en la playa al lado de los niños, y ahora resulta que dos cincuentones estábamos haciendo lo mismo.
Desde que ocurrió ese beso, han pasado cinco maravillosos años. Nunca pensé encontrar un amor a esta edad y que se pudiera vivir con la misma ilusión que a los quince. Somos muy felices y, si de algo estamos totalmente seguros, es que somos dos almas gemelas.
Pepi Núñez 17/02/09
1 comentario:
Hola Pepi:Este relato es una inyección de esperanza para los y las cincuentonas.Me gusta la manera que tienes de narrar.Es suave ,sin aristas que dificulten la lectura.Se diría que patinas sobre el texto.
Un abrazo fuerte..isa
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