Javier le pregunta a su hermana si se anima a dar un paseo. La niña, que cubre sus pies con una vieja manta, de un salto se pone en pie y le dice que sí con un gesto de cabeza. Al salir se miran en un trozo de espejo que hay junto a la puerta, recuerdan que su madre les dice que no salgan con la cara sucia, los dos la tienen, cierran la puerta y cruzan hasta una pequeña acequia donde recogen el agua para la casa. Ana introduce su manita en el agua y la saca muy rápido al tiempo que dice:
- Está muy fría.
Los dos de nuevo se miran y echan a correr con una amplia sonrisa, mientras Ana se restriega la mano helada sobre su ropa.
Antes de llegar al centro hay una pequeña ermita. Está abierta. Los niños se asoman a la puerta. El Belén está encendido. Los dos se acercan a verlo. Ana sonríe satisfecha, cuando ve que el hermoso niño Jesús también está descalzo, se mira los pies, y piensa que no debe de ser tan malo ir descalzo, si el niño Jesús tampoco lleva zapatos. No puede remediar acariciar el pie del niño y este parece volver sus ojitos hacia ella, al tiempo que le sonríe.
Continúan su paseo hasta las calles más céntricas. Siempre se paran a ver los mismos escaparates. Ana mira las hermosas muñecas de largos cabellos y Javier mira embelesado los lindos soldaditos de alegres uniformes. De paso a otra calle donde hay más juguetes, cruzan delante de una pastelería, está llena de gente y hasta ellos llega un rico aroma a dulces. Se acercan al escaparate, pegan sus caritas al cristal, ven los deliciosos pasteles, se miran los dos y piensan lo que darían por comer uno de ellos. El exquisito olor no les deja separase del cristal. De espaldas a ellos, una niña algo más grande, está con su madre esperando que las atiendan, de pronto se vuelve y sus miradas se cruzan, la niña le dice algo a su madre y ella se vuelve a mirarlos. La señora le susurra algo a su hija y esta se dirige a la puerta. Cuando llega a ella, los llama con un gesto de la mano, los dos hermanos se miran y no saben qué hacer, piensan que han hecho algo malo, pero la niña les sonríe y ellos se acercan. Les dice que entren y que elijan un dulce que su mamá se los compra. Ana piensa en la mirada del niño Jesús y entra decidida, Javier tiene miedo, pero la niña le empuja suavemente hasta el mostrador. La señora les pregunta cuál quieren y ellos, que no tienen ni idea de elegir, le dicen que uno, pero que por favor se lo den envuelto en un papel para compartirlo con su madre. La señora emocionada pide una bandeja con seis hermosos pasteles, se los da a los pequeños junto a un beso y les desea feliz navidad, igual que la niña.
Los pequeños salen de la pastelería apretando muy fuerte aquel pequeño tesoro, que es la bandeja de dulces. Javier le dice a la niña:
- Ana, será nuestra primera navidad con dulces.
La pequeña no deja de pensar en la mirada del niño Jesús. De pronto empieza a llover muy fuerte, los dos corren, tratando de cubrir con sus cuerpos los dulces, pero la lluvia es torrencial y se meten en un portal. Ana empieza a sentir el frío en los pies y tirita un poco, pero sigue agarrada a la mano de su hermano. Se pregunta si les dieron las gracias a la señora y la niña. Todo ocurrió como un sueño, y no lo recuerda. La fuerte lluvia hace que el agua corra por la acera como por la acequia de su barrio, flotando sobre el agua pasa un trozo de papel, la niña se agacha a recogerlo, se ve la foto de un pesebre, hay unos números, se lo enseña a su hermano y este con algo de dificultad lee:
- Lotería Nacional.
Y una fecha:
- 22 de Diciembre, esto es de hoy -dice Javier, quien recuerda que por la mañana escuchó la radio de un vecino, y allí unos niños cantaban números y premios.
Se asoman a la calle a ver si se le ha caído a alguien, pero no hay nadie, todos se han refugiado en portales o tiendas. Ana mira al niño del dibujo en el pesebre y le dice a su hermano
- Mira, Javier, tiene la misma sonrisa del niño de la Ermita.
Javier trata de secar el papel, pero curiosamente está seco. Lo guarda con mucho esmero en su bolsillo. Muy cerca de donde están él sabe que hay un lugar donde se venden esos papelitos. Cuando deja de llover se acercan a la pequeña tienda. En la puerta hay un cartel que anuncia que allí fue vendido El Gordo. Javier no sabe qué significa, pero el número está en letras grandes: 1947. Saca el papelito de su bolsillo y comprueba que es el mismo número. Él no entiende de premios, pero cree que el que tiene en su bolsillo es El Gordo. Agarra muy fuerte la mano de su hermana, mientras sujeta con la otra los dulces y le dice
- Ana, vamos de prisa a ver al niño Jesús, creo que a partir de hoy tendremos una Navidad distinta.
Y se alejan corriendo dispuestos a subir la empinada cuesta como si tuvieran alas en sus pies descalzos.
2 comentarios:
¡¡Hola!!
Pepi, es precioso tu relato, hay frases que son realmente...tan bien logradas. Mas pienso que, ese final con lo de la lotería, en mi opinión, me suena como un recurso para no decir cuán duro es para muchos la vida en sí, y se acentúa en "las fechas navideñas".
Con que los niños fueran donde su madre a compartir su primera navidad dulce, ufff..., qué lindo es eso.
Un abrazote.
Adriana
Querida Pepi. Hay una parte de tu historia que sé verdadera…, por eso aún me ha emocionado más. Este relato tiene un final feliz, pienso como Adriana, lo dulcificaste. ¡¡Es un precioso cuento de Navidad!! Me encanta la alusión a los pies desnudos como los del NIÑO Jesús, y el milagro del décimo…
Un abrazo fuerte... Isa.
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