Juana Castillo Escobar ®
¡Beth, por los bigotes enroscados de tío Arthur, deja ya de parlotear! ¡Ni que fueras una cotorra! ¡Querida, me tienes mareado! Sé lo que te dijeron los médicos: que me hablaras, pero no tanto. Acabarás matándome. Sí, matándome, porque terminaré muriendo de asco… ¿Es que no te das cuenta de que no puedo responder a tu perorata? Es que no paras. Bla, bla, bla. Bla, bla, bla. Bla, bla, bla… ¡Qué agobio! ¿Cuánto tiempo llevas así? Ni lo sé, pero sí que me importa…
¡Qué susto me diste! ¡Qué golpe! ¡Qué estruendo! ¡Y todo por llegar siempre con prisas a casa! Luego, ¿para qué?, si cuando te presentas en el salón ante nuestros invitados y amigos lo haces como un rey: lento, con pasos medidos, como si una música interior los fuera marcando…
En esta ocasión, ¿qué te ocurrió para caer de esa manera? Rodaste desde lo alto, te golpeaste la cabeza en las losetas del hall y te la abriste ante los mismísimos pies de la señorita Fenton. Acababa de llegar en ese preciso instante y se quedó petrificada mirándote, como es habitual en ella, con la cabeza caída sobre el hombro. Aún no puedo descifrar si lo que vi en su cara fue horror, susto, desamparo, turbación o qué. ¡Menos mal que no me encontraba sola en casa, nuestros amigos ya estaban allí! Aunque, bien mirado, no sé si incordiaron más que ayudaron. Si no llega a ser por la niñera pienso que aún estamos dilucidando si telefoneamos al hospital para que te pasara a recoger una ambulancia, si sacarte de casa entre todos y tomar un taxi, o hacerte allí mismo la primera cura de urgencia y aguardar a ver si despertabas… ¡Si no llega a ser por la Tata te desangras y se te sale toda la materia gris en medio del recibidor! ¡Qué disgusto, la sangre casi alcanza a la alfombra persa! ¡Con lo valiosa que es, hubiera sido imposible quitarle la mancha, dejarla impoluta! ¡Me vería obligada a tirarla, o regalarla! Bueno, siempre queda la probabilidad de hacer un viaje. Volver a aquel país y comprar una o dos alfombras para reponer esta es una idea muy apetecible.
¡La alfombra persa! ¡La alfombra persa! ¡Cualquier objeto es para ti más importante que yo!... ¿Eres consciente de cómo estoy? ¡Como para salir de viaje! ¡Menudo hatajo de inútiles! Ganas me dieron de levantarme y telefonear a la clínica. ¡Pero no podía moverme! ¡No puedo moverme! ¡Menos mal que en la casa hay alguien con el suficiente discernimiento para enfrentarse a una tragedia! ¿Una tragedia? ¿Acaso es una tragedia? ¡Agh! ¡Qué mal me siento! ¿Acaso me siento? ¡No noto nada! ¡Creo que soy lo más parecido a un arenque empotrado en una lata a punto de estallar por exceso de carga!
¿Sabes?, me hubiera gustado que, en vez de estar inconsciente, hubieses podido contemplar por un instante a la Tata cuando bajaba por la escalera, con las manos en la cabeza y sus carnes flotando a cada paso. ¡Temblaban como gelatina de fresa! En el fondo fue tan cómico… Ella se encargó de telefonear a la clínica.
¡Sus carnes flotarían como gelatina o como una bandera al viento, me es igual, pero ella hizo algo, joer, hizo algo: tomar la iniciativa ante un accidente! Y lo mío parece que se trató de eso: de un accidente. Y tú, ¡en qué cosas te fijas! En cambio, a mí, que me…
Llegó la ambulancia en un santiamén, al menos eso es lo que me pareció: que tardaron menos tiempo del que se escapa un suspiro. Fue emocionante venir en ella, a tanta velocidad, con las luces que llegaban hasta la cabina donde te atendían y trataban de frenar la hemorragia, con la sirena sonando sin parar: “Tiro-riro. Tiro-riro. Tiro-riro”. Nada más llegar al umbral de urgencias salieron varios médicos a recogerte. Hubo carreras por los pasillos. ¡Era como si estuviesen en el Rallye y tu camilla fuese el bólido que iba en cabeza! En el fondo fue emocionante. Primero te llevaron a una sala donde limpiaron la sangre y te dieron una serie de puntos para cerrarte la herida, pero enseguida vieron que no despertabas, que no reaccionabas, entonces dieron paso a otras pruebas de mayor importancia…
¡Con lo que a mí me agradan los médicos y los hospitales! ¡Con este olor asqueroso a fármaco! ¡En las carreras, cuando se van los bólidos, el aire queda con un tenue olor a gasolina, que no me desagrada! Luego queda el olor del aire… No te callarás. Necesito dormir. Tal vez, si me sumerjo en un sueño profundo…
Y aquí estás…, estamos, tú en coma y yo hablando como los locos: a la pared. Pero, me han dicho que lo haga… Hoy, o ayer, ya no sé en el día en el que vivo, me hubiera gustado comentarte lo feliz que soy, que era. Me sentí así desde primera hora de la mañana, al levantarme. ¡Ha sido una sensación tan sublime, tan extraña! ¡Todo me pareció hermoso, radiante! Volví a casa con ganas de gritarles a todos esa dicha. Pero luego me dije, no, es sólo para él, porque si estoy así es por su causa. Y deseé que llegara la noche cuanto antes para estar solos… No pudo ser.
¿Feliz? ¿Después de años juntos te das cuenta ahora de que eres feliz? ¿Por qué deseabas que llegara la noche…, y estar solos? Hemos tenido muchas noches, los dos solos. Yo, al principio de nuestra relación, de nuestro matrimonio, encendido. Tú, con tus modernidades, con eso de que éramos grandes amigos, los mejores amigos, te tomaste lo nuestro de una manera tan aséptica y gélida como la antesala de un quirófano… La langosta de la cena, tan fría y estirada, es la imagen que mejor te describe.
Te cuento que a la niña le he comprado dos cachorrines. Dos Yorkshire, uno blanco que le hará juego con sus vestiditos y otro negro, lo más parecido al color del pelo de nuestra hija. La niñera, al principio, se negó a que la nena tuviese mascotas. A veces me molesta, tiene unos aires de mando… ¡Ni que la niña fuera suya! Le dejé muy claro que tú y yo faltaremos de casa una temporada (que espero no sea demasiado larga, no soporto el olor de los hospitales, ni el de las medicinas y, menos aún, el de los enfermos. De hecho, cuando di a luz, bien lo sabes pues nos costó una pequeña disputa, me negué a salir de casa: no quise parir en clínica alguna, sino en mi cama y rodeada de mi médico, mi comadrona y mis cosas. Además, si pasamos demasiado tiempo aquí, ¿qué haré sin mis cenas con los amigos? ¿Sin nuestras veladas? ¡Esto es aburridísimo!). Bueno, lo que le dije a la Tata, poco más o menos fue que, al no estar nosotros, al faltar yo, nuestra Betty necesita cariño…, eso la niñera lo entiende. Y, pues, ¿qué mejor fuente de camaradería que esos cachorrillos? Además, la misma Tata me dijo que, una tarde que salieron a pasear, se les acercó un perro grande y la nena se divirtió con él tirándole de las orejas. Entonces, ¿por qué no divertirse con dos animalitos de su propiedad? Dos mascotas que harán lo que ella quiera, que crecerán a su lado…
En algo estamos de acuerdo: tampoco yo soporto los hospitales ni sus olores… Trato de decírtelo, pero no puedo… En cuanto a lo de las mascotas… ¡Lo que faltaba en la casa, dos “figuritas” más para adornarla! ¡Si ni tan siquiera me preocupo del bebé! ¡Lo haré cuando se ennovie! Mejor aún, cuando me diga: “Mañana me caso, ¿serás el padrino de mi boda?”.
Han estado haciéndome un rato de compañía los King, también Steve. Nos hemos reído, quizá, si es cierto que oyes, hayan llegado nuestras risas hasta ti. A Norman King no se le ha ocurrido una idea mejor al verte que proponerle a Steve que escriba una obra de teatro, la titularían “Entre puntos y en coma”, o algo parecido. Ya sabes, una locura de las suyas. Chiara no paró de trastear por el dormitorio. Dice que ella lo decoraría de otro modo: la cama la imagina como un sarcófago egipcio, la bacinilla como un calentador antiguo, las bolsas de suero como porrones invertidos… ¡Qué imaginación! Su llegada ha sido espectacular, como siempre: envuelta en una capa como papel de seda arrugado que, al quitársela, crujió como si lo fuera. Debajo llevaba un vestido de una tela transparente con aplicaciones en ciertas partes… Una cabeza de tigre allí mismo, unas manos nervudas sobre las peritas, y algo parecido a una pizza en el trasero. ¡Genial, absolutamente genial!
A quien echo en falta es a la señorita Fenton. No ha venido, tampoco telefoneado… ¡Es una mujer tan extraña! No sé, no sé…
Brrrr, Beth, siento deseos de morder. De aullar como un lobo, no a la luna, sino a todo lo que está a mi alrededor. ¡Ya sé que han venido esos snobs! ¡Cuánta hipocresía hay que gastar para soportarlos! Al menos yo… Aguantar a la King deberá servirle a Norman para obtener una entrada especial en el paraíso, también a mí por aguantarles a los dos… No puedes hacerte a la idea de cómo me siento, Beth, atrapado en mi propio cuerpo. ¡Ja, qué chiste tan pésimo: encarcelado dentro de mí, sin poder hablar, moverme, sentir! Porque no siento nada. Sé que pones tus manos sobre mí porque me lo dices de vez en cuando, sino… Es todo tan raro. La impresión que tengo es la de flotar. Creo… No, estoy seguro de que me encuentro como un globo dando tumbos por el techo. Voy de acá para allá en cuanto abren la puerta o la ventana. Os veo desde arriba y, por supuesto que os oigo: no hacéis nada más que soltar una sarta de sandeces.
En cuanto a la señorita Fenton, mejor que no haya venido. Seguramente estará triste. ¿Extraña?, dices. ¡Extraña tú y el zoo de nuestras amistades! Con ella me río, disfruto de charlas interesantes y, a pesar de ser rubia, de mis desprecios que tanto me afeas, de decir hasta el cansancio que las rubias son frías, ahora puedo gritar que es de un apasionado que tú jamás llegarás a serlo, querida, ni lo fuiste la primera vez ni ahora…
¡Ah, Henry, cariño, acaba de llegar este ramo! Trae una tarjeta a tu nombre…, es de la señorita Fenton. No te importará que la abra… ¡Qué memez, si tú no puedes hacerlo! Dice: “Nomeolvides, Roma”. ¡Esta muchacha siempre con sus excentricidades! ¡Cómo me gusta! ¡Se sale de lo corriente!... ¿Nomeolvides? ¿Roma? ¿Acaso eso es una dedicatoria? ¡No tiene ni pies ni cabeza! Es un bonito ramo. Acacia amarilla y miosotis… Lo pondré en agua, espero que puedas verlo muy pronto.
¡Miosotis y acacia! No es preciso que tú sepas lo que quiere decir, querida. Yo sí lo sé: no me olvida, es mi amor secreto… Mi amor secreto… Y yo sin poderlo gritar, sin poder decirle otra vez y hasta la eternidad cuánto la quiero… Atrapado en mi cuerpo, sin lograr moverme, sin hablar, sin ver… ¿Sin ver? Veo una luz blanca… Se acerca. ¡Háblame, Beth, ahora no deseo dormir! ¡Háblame de la nena, de la Tata, de la alfombra, de los King! ¡Háblame de tu felicidad! ¡Dime qué pensabas contarme esta noche, esa noche…! ¡Por favor, querida, continúa hablando! ¡Necesito oírte! La luz. Viene. No te oigo. No te veo. Creo que ya no sobrevuelo por el dormitorio. Me he sentido caer. Me hundo en mi cuerpo. Me hundo. La Luz… La luz… ¿Dónde se fue la luz? Oscuridad. Sólo hay sombras. Me rodean. Me atrapan. Silencio. Oscuridad… ¡No quiero, no quiero, no quie…!
Nomeolvides, planta también conocida por el nombre de miosotis.
Madrid, 2-XII-08 – 20,40 p.m.
3-XII-08 – 12,26 p.m.
2 comentarios:
Que historia tan curiosa. En una situación similar y resulta que tiene su gracia. ¡ayayayayayaaaaaaaaaaaaaaaaaaay la profeeeeeeee! Nines.
En situaciones como esta los nervios se desatan y pueden dar lugar a cualquier cosa.
Un abrazo y gracias por el coment.
Juani.
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