Mamá es más sana, aunque está obsesionada con eso de las drogas y que ya tengo catorce años para quince y la calle es peligrosa con esos coches como tiros que no respetan las señales ni los pasos de cebra y hay mucho bandidaje y con quién vas a estar que siempre te metes en peleas y vienes lleno de magulladuras y con la ropa destrozada y mejor ponte a hacer la tarea que suspendiste cuatro y tu padre te va a zurrar otra vez como te cateen. Siempre tiene que tener algo de que preocuparse, que será su leitmotiv. Se alimenta de amarguras que ella misma se encarga de cocinarse y servirse con la misma devoción con que se afana en la cena de todas las noches. Ahora lo del cuadro la tiene trastornada, viene cada dos por tres a suplicarme “anda, intenta arreglarlo, que a lo mejor tu padre no se da cuenta, que seguro se lo querrá enseñar a Don Tomás”.
Los muchachos deben estar jugando todavía el partido “máxima rivalidad” con los Olañeta. Y yo aquí devanándome los sesos, pringándome de pegamento y tinturas para recomponer esta basura que mi tío nos legó antes de suicidarse. Aunque en casa siempre dicen que se cayó accidentalmente. Para colmo papá invitó a cenar al jefe. Supongo que será el mismo jefe ante el que se tenía que “bajar los pantalones para mantenernos a todos”. En esas diatribas le dirigía una mirada de desprecio que casi parecía de asco a tío Antonio “y para que tú pintes cuadros que no hay dios quien los entienda y menos quien los compre”.
Tío Antonio no hablaba mucho, agachaba la cabeza como si hubiera querido enterrarse en el suelo o como si buscara algo minúsculo en el piso que sus ojos miopes no podían divisar. Pero no se pegaba todo el día lloriqueando como mamá, que parece una magdalena. Se ensimismaba en estos cuadros tan raros y se olvidaba hasta de comer. No debía ser tan caro de mantener, el pobre. Cuando me castigaban venía a leer echándome en su camastro mientras él apenas me hacía caso concentrado en el caballete. Si acaso me sonreía, pero con esa sonrisa triste que tienen los que desprecian la vida. Se tiró de esta misma ventana desde donde observo que ya acabó el partido. Aún se puede apreciar la sombra de sangre en la acera por más cepillo que le dio mamá. Las gotas diseminadas por el enlosado se parecían a estas estrellas encarnadas que pintó quizás como preludio de su caída. Nos hacíamos una compañía mutua, sin necesidad de palabras en conversaciones insustanciales como las de papá y mamá, que la más de las veces terminan en discusión.
A lo mejor terminaron el partido a la trompada y yo aquí, con las ganas que les tengo a los Olañeta, que se creen los reyes del barrio. Mañana me contarán en el recreo. La palomas de Pedro hacen su recorrido nupcial y vuelven prestas al palomar. A tío Antonio también le gustaba contemplar sus acrobacias aéreas, sus galanteos amorosos y la ternura con que los padres se desvivían para alimentar a las crías. Y no lo hacía por un interés pictórico porque nunca vi una paloma ni siquiera en sus bocetos. Me tengo que conformar con mirar las de Pedro, porque papá no me deja criar pichones en la azotea. Aduce que son poco higiénicas, que lo pringan todo de cagadas, “que las tenga Pedro, si quiere, que es un guarro”. Al cuadro no le veo arreglo, empato un lado y se me desmiembra el otro. La hilachas me irritan y me dan ganas hasta de pegarle fuego. Papá me va a matar.
El ruido del coche de papá es inconfundible, “el carburador y viejo que está y a ver con que perras compramos otro”, nos refunfuñaba malhumorado, como si tío Antonio y yo anduviéramos traquinando de aprendices de mecánicos. Delante del suyo aparca con parsimoniosa seguridad un mercedes azul marino. Si me quedara a tiro le escupía un pollo, para dejarle un recuerdo en el parabrisas. Papá se apresura con una carrerita de lo más patética a abrir la puerta. Como si quisiera llegar a la manecilla sin que se note que tuvo que forzar el paso. Me recuerda al lacayo de un lord inglés, con esa mezcla de servil altivez. Se apea un gordinflón encorbatado de calva tonsurada. Con traje a juego con el coche, lo primero que hace es apretarse el cinturón a la vez que infla los pulmones para acertar con el agujero adecuado. Luego se estira hasta parecer un almirante, británico también. Escucho la voz temblorosa de papá, la misma que le sale cuando me acompaña al médico porque los moretones no acaban de sanarme. O al pesado del psicólogo, total para que me suelte la retahíla de que tengo que aprender a tolerar la frustración y contar hasta diez para que la rabia se difumine y así evite las peleas. “Le voy a enseñar un cuadro que quizás le guste, usted que es aficionado al arte, Don Tomás. Lo pintó mi hermano antes de morir y quisiera su opinión”. Mira hacia arriba y me saluda con un entusiasmo que me sorprende. Aturdido, apenas atino a levantar una mano boba. “La obra está precisamente en la habitación donde está mi hijo, que le encanta sobremanera. Se pasa el día leyendo allí. Creo que salió más al tío que a mí”. Adereza el comentario con una risotada que es la que utiliza con la gente de fuera.
Desaparecen por el zaguán y los pasos por los escalones tamborilean en mi pecho. Cada pisada de ellos la transformo en un brochazo desesperado. Tengo las manos ensangrentadas, carbonizadas y hasta con ictericia o hepatitis por la amalgama de tintes. Mi tío pintó una obra tricolor, sin apenas matices. Lo difícil no son los colores, sino plasmar su trazo nervioso e inestable. Me tomo un respiro cuando se detienen en el segundo piso. Creo que rezo o algo parecido, porque cierro los ojos y cruzo los dedos pegajosos con el tímpano puesto en el piso de abajo. El murmullo de voz de mamá es cortado tajantemente por un “lo veremos ahora y luego cenamos” que salió más elevado que de costumbre cuando hay visita. Comienzan de nuevo a subir. El cuadro de tío Antonio está cambiado, pero creo que sigue manteniendo su esencia angustiosa. Seguramente el pintaba así, con el alma, como si su vida dependiera de su obra y no al revés. La mezcla de colores en la paleta no se me dio del todo mal. He restañado las grietas hasta casi disimularlas con tonos amarrillos que semejan haces de luz. Pero a papá no le va a gustar como lo recompuse, no se parece nada al original. Quizás a tío Antonio no le hubiera disgustado tanto. Nunca me pilló cogiendo sus pinceles, pero debió intuir que a veces probaba a hacer garabatos en hojas de la libreta. Hacía como que no se daba cuenta, como en casi todo.
Lo peor es que papá no me pegará ahora sino cuando el hombre se vaya. Se disculpará benevolente con que “los chicos son así, usted ya sabe y más en estas edades”. Pero su mirada castradora me dirá otra cosa. Se me trancará el estómago, apenas mordisquearé algún bocado de mala gana y así podrá añadir ese agravante porque “dejaste en un feo a tu madre y a mí, de camino”. El tropel de pisadas retumban cada vez más cercanas. También debe venir mamá, temiéndose lo peor. Difícilmente podrá disimular su cara de aflicción. Los resortes del picaporte me anuncian quejumbrosos que estoy perdido. Sólo podría escapar por la ventana, es la única salida, igual que mi tío. Supongo que también dirían que me caí, que fue un accidente al alongarme a coger una paloma o cualquier otra explicación plausible. Pero no quiero renovar la acera con nuevas estrellas rojas para que mamá tenga que cepillarlas con jabón, lejía y lágrimas.
Resignado me siento en el alféizar casi atragantado por los nudos. Mi padre asoma la cabeza antes de entrar. Su sonrisa babosa se transforma en una careta de carnaval tan pronto se fija en el lienzo. La caricatura me mira incrédulo. “Pase, don Tomás” invita poniendo los ojos en blanco como diciendo que sea lo que dios quiera. El gordo viene con la respiración cansina pero su andar es seguro cuando avanza hacia el caballete. Mamá se pone la mano en la boca con la intención de reprimir un ¡oh! que se hace audible a pesar de todo. Noto un calor asfixiante en el pecho y el cuello. Debo estar colorado y sudoroso. Quizás hasta huela mal y las manchas en las manos me empujan a cerrar los puños, como si tuviera a los Olañeta delante para partirles la cara.
El almirante se entretiene un rato observando el cuadro, acercándose y alejándose a unos pasos. “Está recién pintado. Vaya, Manuel, tienes un artista en casa”. Sonríe con una alegría que no comprendo. Se me acerca paternal y me conmina a que me aleje de la ventana “no vayas a caerte como tu tío”. Su mano redentora me pesa en el cogote como un ancla y me dirige hacia el cuadro como si yo fuera un bergantín o un muñeco de ventrílocuo. Estoy tan nervioso que me tiemblan las piernas y apenas atino a entender lo que dice. Algo así como que puede conseguirme una beca en una escuela de pintura. Le recomienda a papá que vaya a ver al director de su parte. El careto de papá se transforma en una sonrisa teñida de incredulidad y los interrogantes usted cree, don Tomás, se suceden estúpidamente. Anuncia inflándose como los buchones de Pedro, que me va a comprar un equipo completo de pintura, que el de su hermano que en paz descanse ya está obsoleto. Su alegría me indica que hoy, al menos, salvé el pellejo. Podré cenar tranquilo y después terminaré el cuadro para dejarlo más o menos como estaba. No fue la mejor pintura de tío Antonio, aunque sí la última en la que trabajó. Si él estuviera, seguro que se alegraría de verme manejando sus pinceles. Ahora me doy cuenta que sólo comprenderé por qué se quitó la vida cuando pinte como él. Pero las perspectivas de futuro no son nada halagüeñas, apenas voy a tener ya tiempo para echar un partido y los Olañeta se me van a escapar sin que se las cobre. Además, cuánto le durará el entusiasmo a papá sin que empiece a compararme con “el inútil de tu tío”. Sí, pintaré como a él le hubiera gustado aunque papá me acabe detestando. Será mi homenaje póstumo y mi venganza en su nombre.
-Técnico Especialista (F.P. II) rama Administrativa y Comercial obtenido en el Instituto de F.P. de Tacoronte en 1.987.
-C.O.U. (y selectividad) cursado en 1.990 – 1.991 en el I.N.B. Instituto de Canarias “Cabrera Pinto”.
CURRÍCULUM LITERARIO:
Primer premio en el Concurso de Cartas de Amor de Tacoronte del 2003 y primer accésit en el Certamen de Cartas de Amor del Círculo de Amistad XII de Enero de ese año. La carta ha sido publicada en el libro “Cartas de Amor”, editado por el Círculo de Amistad y el Centro de la Cultura Popular Canaria en 2006. También en el 2006, 2º premio en el Concurso de Relato Corto de la “Ciudad de Tacoronte” (el primer premio fue declarado desierto) y primer premio en el Concurso de Cuentos de La Matanza.
A raíz de participar en el VII Certamen de Relatos Hiperbreves convocado por Publicaciones Acumán en el 2006, seleccionaron mi microrrelato “Compinches en la soledad” entre los 139 elegidos de los 8.227 participantes, para publicarlo en el libro “Breviario de Relatos”.
Finalista del I Concurso “Mis Cuentos” de Relatos Cortos fallado en 2007, con una participación de 221 relatos de 16 países. El relato titulado “Apocalipsis” está colgado en la red en la página web miscuentos.iespana.es
Seleccionado el cuento “La Conferencia” para publicación en el II Certamen de Relatos Ábaco. El libro ha sido editado en abril de 2007 por la Editorial Ábaco con el título “Pequeños Grandes Cuentos”.
En Mayo de 2007, primer premio en el Concurso de Cuentos de La Matanza.
Seleccionado el microrrelato “Círculo vicioso” para publicación en el I Premio Nacional de Microrrelatos Hipálage. El libro ha sido editado en septiembre de 2007 por la editorial Hipálage bajo el título “A contrarreloj I”.
Primer premio (sección narrativa) del XIV Concurso de Narrativa y Poesía San Miguel 2007 convocado por el Ayuntamiento de Tazacorte en la isla de La Palma, fallado en Septiembre de 2007.
Primer premio del IV Concurso Municipal de Cuentos “Mariví Martínez Gómez”, convocado por el Ayuntamiento de Boecillo (Valladolid) y fallado en Enero de 2008.
Seleccionado el microrrelato “Visita de compromiso” para publicación en el IV Premio Nacional de Microrrelatos El basar de Montcada Radio y en el que participaban textos en catalán y castellano. El libro ha sido editado en abril de 2008 por Montcada Comunicació bajo el título “Microbis”.
Primer premio del V Concurso Literario de Relato Corto “Ciudad de Tacoronte” convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Tacoronte y fallado el 23 de abril de 2008.
Desde principios del 2006 asisto al Taller Literario de la Biblioteca de La Matanza impartido por el escritor peruano Jorge Eduardo Benavides.
NOTA.- Este relato, así como el segundo y el primer premio, serán leídos en "Onda Latina", http://www.ondalatina.es/, hacia finales de este mes, o principios de Octubre, por sus autores. Se avisará con tiempo para que puedan ser escuchados.
3 comentarios:
No me queda otra que felicitarte por tu relato, al igual que hice con tus compañeros.
Nos dejaste al resto del jurado y a mí un buen sabor de boca al leerlo, de hecho, estás entre los tres primeros.
Lo cierto es que este año la calidad del concurso ha subido de categoría, ha sido excelente.
Un abrazo y, como les digo a los demás: si deseas publicar más con nosotros, no dudes en hacerlo, estamos encantados de que compartas tus relatos y así poder leer tus hermosas historias.
Juana.
Me ha encantado el relato, enhorabuena por ese tercer premio, espero escucharte por la radio.
Un saludo. Pepi Núñez.
Mientras leia he sentido la angustia del muchacho..,me ha parecido estupendo el relato.Felicidades por ese tercer premio tan merecido..
isa
(alumna del taller)
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