lunes, 31 de agosto de 2009
Poemas autores consagrados: Leopoldo María Panero.
Leopoldo María Panero - Imagen obtenida en Internet
Decir con el Lenguaje
Leopoldo Mª Panero
En esta paz del corazón alada
descansa el horizonte de Castilla,
y el vuelo de la nube sin orilla
azula mansamente la llanada.
Solas quedan la luz y la mirada
desposando la mutua maravilla
de la tierra caliente y amarilla
y el verdor de la encina sosegada.
Decir con el lenguaje la ventura
de nuestra doble infancia, hermano mío,
y escuchar el silencio que te nombra!
La oración escuchar del agua pura,
el susurro fragante del estío
y el ala de los chopos en la sombra.
domingo, 30 de agosto de 2009
Ejercicio de Interdiscursividad inspirado en el cuadro "Flaming June" de Frederic LEIGHTON
SUEÑO DE AMOR Y MUERTE
Juana Castillo Escobar
Juana Castillo Escobar
La tarde de junio cae sobre las doradas aguas del Mediterráneo que brillan quietas. La brisa es un suave susurro. Las gaviotas vuelan en silencio. La mujer está dormida. ¿Dormida?
Frederic, al otro lado del caballete, observa a la joven que, tumbada sobre un mullido asiento, en un escorzo casi imposible, duerme sin temor. Su cuerpo sensual, cubierto por un flamígero peplo, provoca mayor deseo que si estuviera desnudo: sus formas se adivinan bajo la tela, sutil como el agua cristalina.
El aroma salobre de la mar llega hasta la terraza donde las adelfas desprenden gotas de savia perfumada, aroma de amor, néctar de muerte…
El pintor, bien asida la paleta, mezcla tonos y, con destreza, plasma sobre el lienzo aquel momento de paz. Frederic desea atrapar un sueño, un instante, un suspiro. Desea estar dentro de ella. Saber lo que ella sabe. Ser, por un instante, ella. Sentirse ella… Piensa: Si Mary, mi santa esposa, fuera como tú… En algún momento casi lo fue. También posó para mí, pero duró tan poco tiempo su hermosura. Me pregunto, ¿dónde perdió su sonrisa? ¿Cuándo? ¿De dónde le vino esa adustez en el rostro y en sus maneras? ¿Acaso con la maternidad? Los entendidos dicen que las mujeres, al ser madres, se dulcifican. Mary no, a ella le crecieron púas como a un erizo. Se alejó de mí, y consiguió que me distanciase de mis amigos. ¡Menos mal que aún no me ha puesto trabas con la pintura, nuestro medio de subsistencia, mi vida! ¡Mi vida! ¿Mi vida?, tú. Sí, tú serías mi vida si accedieras a ser tratada por mí como una esposa… Pero te resistes. Eres tan joven, tan divina, tan divina… Y estás ahí, dormida para mí. Al alcance de mi mano, sensual y provocadora sin buscarlo…
Las reflexiones de Frederic vuelan con el viento, mientras la tarde se desliza con suavidad, con tanta suavidad como el pecho de Victoria tiembla al compás de un suspiro. La joven modelo sueña. En su soñar evoca a Michael, un joven al que conoció en casa de Frederic, también modelo como ella. Una vez posaron juntos, representaban en aquel cuadro a Júpiter y Juno, desde entonces Victoria fantasea con él, lo ve si cierra los ojos, le siente cerca aunque no esté a su lado. Y en esa tarde de junio, cálida y reposada, Victoria sueña con otros mundos, otros cielos compartidos con Michael.
- Juno, mi adorada compañera –cree escuchar Victoria, convertida en diosa, ahora, por obra y gracia de su imaginación-, ¿duermes?
- No. Sí. No sé… ¿Quién…, quién eres? ¿Te conozco?
- Por supuesto, soy tu adorado hermano, tu amante esposo, Júpiter.
A quien ve Victoria es a Michael ataviado como el gran dios romano, rodilla en tierra, sonriente, feliz de estar a su lado.
Sí, hace poco los dos jugaban a ser dioses del panteón latino. Así nos informamos de su historia, es fundamental si queremos hacer un buen posado. Eso le dijo Michael y ella rió, rió a carcajadas, con ganas, ¡era tan feliz a su lado!
Victoria, por un momento, jadea al respirar. Sus ojos se mueven inquietos bajo los párpados. Quiere abrirlos, necesita abrirlos, pero no lo consigue.
- Michael. Júpiter… –murmura, tan suave, que la brisa se lleva sus palabras.
El pintor se asoma de detrás del lienzo para mirarla una vez más.
- Me pareció oír… –se dice entre dientes. La observa con hambre-. Necesito aprenderla, aprenderme su cuerpo, sus formas, el suave balanceo de su respiración. Esa respiración que más parece un barco acunado por las ondas marinas que un pecho tembloroso.
Frederic permanece unos instantes pensativo. Deja la paleta sobre la mesita supletoria que tiene próxima al caballete, se limpia con cuidado las manos en un paño y, tratando de hacer el menor ruido posible, se acerca hasta Victoria. Una vez a su lado se agacha junto a la cabeza de la joven. Parece medirla con los ojos. Ella balbucea en ese instante:
- Michael…
Al escuchar el nombre del muchacho, el pintor se levanta como si un resorte lo hubiera impelido a ponerse en pie. Recula. Tropieza con una maceta de las muchas que adornan la terraza. Se frota las manos con nerviosismo.
¿Por qué? ¿Por qué tiene que soñar con él y no conmigo? ¿Acaso le repelo como hombre? Luego se increpa: Frederic, eres un loco. Ella es joven, Michael es joven, tú los uniste, ambos son libres como el viento, como esas gaviotas que surcan el cielo, no eres nadie para ella, sólo el pintor que…
Es incapaz de pensar más, de auto reprenderse, pasea en círculo por la azotea. Pero nada de esto perturba ya el sueño eterno de Victoria.
Desde una de las ventanas de la mansión, al otro lado de la gran cristalera, Mary observa toda la escena agazapada tras los visillos de organdí. Altiva, orgullosa, en su cara de rasgos aguileños se dibuja la mueca de una sonrisa. Después de abandonar el mirador tira de la campanilla. Requiere la presencia de una de las sirvientas. La aludida llega sofocada, sabe cómo se las gasta su señora. Llama con timidez a la puerta. Desde dentro se escucha un ácido: Adelante. La mujer entra, hace una reverencia y aguarda instrucciones.
- Margaret, ya puede retirar el servicio.
Recoge la tetera, la cucharilla, dos platos, una de las tazas. Con extrañeza pregunta:
- ¿Hubo dos tazas?
- Sí, hubo dos –responde con absoluta frialdad-. Una se rompió y saqué otra del aparador. Los pedazos están bajo la ventana. Envíe a alguien de la cocina para que los recoja. ¡Ah, Margaret, si pregunta el señor por mí, dígale que subí a mi dormitorio a lavarme las manos! Desde que bajé a la terraza a contemplar las plantas noto un bochorno muy pegajoso y molesto del que no logro zafarme con nada. Un poco de mi jabón perfumado, y agua en cantidad, borrarán este ligero agobio… Luego descansaré unos minutos, que nadie me moleste.
La rubicunda Margaret asiente con la cabeza. Sale del comedor y se dirige con rapidez hacia la cocina. Sus magníficas tazas de porcelana –se dice-, sus únicas e inigualables tazas de porcelana, por las que moriría si se le rompiera alguna, o mataría si al fregarlas las dañábamos. ¿En qué quedamos…? No le agrada la señora. En un principio le pareció un ave de presa, y no la mujer más idónea para el señorito. Ahora, después de los años, le parece un pájaro de mal agüero.
Al hallarse sola Mary vuelve a sonreír. Camino del dormitorio se dice-: En unos segundos estarás en casa. Vendrás lloriqueando como un niño. Incluso sé lo que exclamarás: “¡Está muerta! ¡Está muerta!”. Y, como es habitual, no vas a saber reaccionar, ni qué hacer. Pero aquí está tu Mary para sacarte de apuros, también para conseguir que te remuerda la conciencia. No lo dudes. Primero te calmaré y, cuando lo haya logrado, me escucharás decir: “Habrá sido la adelfa. Dejaste que se pusiera bajo ella y ya te advertí que es venenosa. Si le cayó algo de su néctar…”. Y si se pone en el té…, pero esto no precisas saberlo, no es necesario que te cuente que fui amable con la joven, que le ofrecí un té bien frío en una de mis mejores tazas de porcelana, que ahora, ¡oh, Dios, qué desgracia, qué lástima de taza, está…, está rota!
Frederic, al otro lado del caballete, observa a la joven que, tumbada sobre un mullido asiento, en un escorzo casi imposible, duerme sin temor. Su cuerpo sensual, cubierto por un flamígero peplo, provoca mayor deseo que si estuviera desnudo: sus formas se adivinan bajo la tela, sutil como el agua cristalina.
El aroma salobre de la mar llega hasta la terraza donde las adelfas desprenden gotas de savia perfumada, aroma de amor, néctar de muerte…
El pintor, bien asida la paleta, mezcla tonos y, con destreza, plasma sobre el lienzo aquel momento de paz. Frederic desea atrapar un sueño, un instante, un suspiro. Desea estar dentro de ella. Saber lo que ella sabe. Ser, por un instante, ella. Sentirse ella… Piensa: Si Mary, mi santa esposa, fuera como tú… En algún momento casi lo fue. También posó para mí, pero duró tan poco tiempo su hermosura. Me pregunto, ¿dónde perdió su sonrisa? ¿Cuándo? ¿De dónde le vino esa adustez en el rostro y en sus maneras? ¿Acaso con la maternidad? Los entendidos dicen que las mujeres, al ser madres, se dulcifican. Mary no, a ella le crecieron púas como a un erizo. Se alejó de mí, y consiguió que me distanciase de mis amigos. ¡Menos mal que aún no me ha puesto trabas con la pintura, nuestro medio de subsistencia, mi vida! ¡Mi vida! ¿Mi vida?, tú. Sí, tú serías mi vida si accedieras a ser tratada por mí como una esposa… Pero te resistes. Eres tan joven, tan divina, tan divina… Y estás ahí, dormida para mí. Al alcance de mi mano, sensual y provocadora sin buscarlo…
Las reflexiones de Frederic vuelan con el viento, mientras la tarde se desliza con suavidad, con tanta suavidad como el pecho de Victoria tiembla al compás de un suspiro. La joven modelo sueña. En su soñar evoca a Michael, un joven al que conoció en casa de Frederic, también modelo como ella. Una vez posaron juntos, representaban en aquel cuadro a Júpiter y Juno, desde entonces Victoria fantasea con él, lo ve si cierra los ojos, le siente cerca aunque no esté a su lado. Y en esa tarde de junio, cálida y reposada, Victoria sueña con otros mundos, otros cielos compartidos con Michael.
- Juno, mi adorada compañera –cree escuchar Victoria, convertida en diosa, ahora, por obra y gracia de su imaginación-, ¿duermes?
- No. Sí. No sé… ¿Quién…, quién eres? ¿Te conozco?
- Por supuesto, soy tu adorado hermano, tu amante esposo, Júpiter.
A quien ve Victoria es a Michael ataviado como el gran dios romano, rodilla en tierra, sonriente, feliz de estar a su lado.
Sí, hace poco los dos jugaban a ser dioses del panteón latino. Así nos informamos de su historia, es fundamental si queremos hacer un buen posado. Eso le dijo Michael y ella rió, rió a carcajadas, con ganas, ¡era tan feliz a su lado!
Victoria, por un momento, jadea al respirar. Sus ojos se mueven inquietos bajo los párpados. Quiere abrirlos, necesita abrirlos, pero no lo consigue.
- Michael. Júpiter… –murmura, tan suave, que la brisa se lleva sus palabras.
El pintor se asoma de detrás del lienzo para mirarla una vez más.
- Me pareció oír… –se dice entre dientes. La observa con hambre-. Necesito aprenderla, aprenderme su cuerpo, sus formas, el suave balanceo de su respiración. Esa respiración que más parece un barco acunado por las ondas marinas que un pecho tembloroso.
Frederic permanece unos instantes pensativo. Deja la paleta sobre la mesita supletoria que tiene próxima al caballete, se limpia con cuidado las manos en un paño y, tratando de hacer el menor ruido posible, se acerca hasta Victoria. Una vez a su lado se agacha junto a la cabeza de la joven. Parece medirla con los ojos. Ella balbucea en ese instante:
- Michael…
Al escuchar el nombre del muchacho, el pintor se levanta como si un resorte lo hubiera impelido a ponerse en pie. Recula. Tropieza con una maceta de las muchas que adornan la terraza. Se frota las manos con nerviosismo.
¿Por qué? ¿Por qué tiene que soñar con él y no conmigo? ¿Acaso le repelo como hombre? Luego se increpa: Frederic, eres un loco. Ella es joven, Michael es joven, tú los uniste, ambos son libres como el viento, como esas gaviotas que surcan el cielo, no eres nadie para ella, sólo el pintor que…
Es incapaz de pensar más, de auto reprenderse, pasea en círculo por la azotea. Pero nada de esto perturba ya el sueño eterno de Victoria.
Desde una de las ventanas de la mansión, al otro lado de la gran cristalera, Mary observa toda la escena agazapada tras los visillos de organdí. Altiva, orgullosa, en su cara de rasgos aguileños se dibuja la mueca de una sonrisa. Después de abandonar el mirador tira de la campanilla. Requiere la presencia de una de las sirvientas. La aludida llega sofocada, sabe cómo se las gasta su señora. Llama con timidez a la puerta. Desde dentro se escucha un ácido: Adelante. La mujer entra, hace una reverencia y aguarda instrucciones.
- Margaret, ya puede retirar el servicio.
Recoge la tetera, la cucharilla, dos platos, una de las tazas. Con extrañeza pregunta:
- ¿Hubo dos tazas?
- Sí, hubo dos –responde con absoluta frialdad-. Una se rompió y saqué otra del aparador. Los pedazos están bajo la ventana. Envíe a alguien de la cocina para que los recoja. ¡Ah, Margaret, si pregunta el señor por mí, dígale que subí a mi dormitorio a lavarme las manos! Desde que bajé a la terraza a contemplar las plantas noto un bochorno muy pegajoso y molesto del que no logro zafarme con nada. Un poco de mi jabón perfumado, y agua en cantidad, borrarán este ligero agobio… Luego descansaré unos minutos, que nadie me moleste.
La rubicunda Margaret asiente con la cabeza. Sale del comedor y se dirige con rapidez hacia la cocina. Sus magníficas tazas de porcelana –se dice-, sus únicas e inigualables tazas de porcelana, por las que moriría si se le rompiera alguna, o mataría si al fregarlas las dañábamos. ¿En qué quedamos…? No le agrada la señora. En un principio le pareció un ave de presa, y no la mujer más idónea para el señorito. Ahora, después de los años, le parece un pájaro de mal agüero.
Al hallarse sola Mary vuelve a sonreír. Camino del dormitorio se dice-: En unos segundos estarás en casa. Vendrás lloriqueando como un niño. Incluso sé lo que exclamarás: “¡Está muerta! ¡Está muerta!”. Y, como es habitual, no vas a saber reaccionar, ni qué hacer. Pero aquí está tu Mary para sacarte de apuros, también para conseguir que te remuerda la conciencia. No lo dudes. Primero te calmaré y, cuando lo haya logrado, me escucharás decir: “Habrá sido la adelfa. Dejaste que se pusiera bajo ella y ya te advertí que es venenosa. Si le cayó algo de su néctar…”. Y si se pone en el té…, pero esto no precisas saberlo, no es necesario que te cuente que fui amable con la joven, que le ofrecí un té bien frío en una de mis mejores tazas de porcelana, que ahora, ¡oh, Dios, qué desgracia, qué lástima de taza, está…, está rota!
viernes, 28 de agosto de 2009
Ejercicio de Interdiscursividad inspirado en el cuadro "Flaming June" de Frederic LEIGHTON
Imagen obtenida en Internet
El último sueño
Pepi Núñez Pérez
Pepi Núñez Pérez
Lentamente se despojó de su ropa y se introdujo en la bañera, la tibieza del agua confortó su cuerpo, y el dulce aroma de la esencia de violetas tranquilizó su alma. Cerró los ojos y se dejó llevar por aquel olor envolvente y que, a la vez, la transportó a otro tiempo. Se vio pequeña, en el campo, recogiendo las violetas silvestres que tanto le gustaban a su tía Luisa, y que ella buscaba con tanto esmero para llevarle un ramito de regalo. Ese recuerdo, junto con los atardeceres dorados por el ardiente sol de junio, los pudo ver con toda claridad en su cabeza. Fue la mejor época de su vida, los veranos con Luisa en aquella pequeña casa en medio de una pradera. Se relajó y procuró mantener esa imagen el mayor tiempo posible.
Cuando volvió a la realidad, el agua se había enfriado, ya no era agradable permanecer en la bañera. Salió y se secó con suavidad, se envolvió en el albornoz y se cepillo el pelo. Se miró con calma en el espejo, pese a todo se conservaba muy bien. Después fue al ropero y buscó un hermoso camisón de suave seda, era de un color no muy definido, mezcla de salmón y dorado, se lo puso en memoria de aquellos atardeceres que tanto disfrutó en su niñez. Luego abrió la estrecha gaveta de la mesilla de noche y sacó la cajita de los tranquilizantes, los volcó sobre la cama y los miró, eran pequeñas pastillitas de color rosado, había muchas, las fue a contar pero cambió de opinión. Tomó el vaso de agua que dejó preparado antes del baño, y se fue tomando las diminutas grageas de tres en tres. Cuando acabó, respiró aliviada. Guardó la caja dentro de la mesilla y se recostó en la cama. Por fin iba a dormir tranquila, sin tener más disgustos cada nuevo día.
En los meses anteriores lo dejó todo preparado. Sus hijos, pese a tenerla en el olvido, iban a recibir cada uno de forma detallada lo que ella pensó que les gustaría. También les dejó una carta escrita donde les contaba su verdad, la auténtica, no la mentira que les hizo creer su padre. Notó que un suave sopor empañaba sus pensamientos, entonces se dijo que ya estaba bien de tristezas. Sus últimas remembranzas deseó que fueran las de su niñez, cuando de verdad fue feliz con tan poco. De nuevo recordó el ardiente sol de junio, se acurrucó en la enorme cama, como cuando era pequeña y en la hora de la siesta el calor la amodorraba. El olor a violetas le llegó como si las tuviera a su lado, quiso abrir los ojos, pero sus parpados pesaban mucho. Intentó verlas con la imaginación, pero sólo pudo ver el resplandor dorado del atardecer. Por primera vez en muchos años se sintió feliz y tranquila en medio de aquel sueño dorado del que ya no volvió a despertar.
Cuando volvió a la realidad, el agua se había enfriado, ya no era agradable permanecer en la bañera. Salió y se secó con suavidad, se envolvió en el albornoz y se cepillo el pelo. Se miró con calma en el espejo, pese a todo se conservaba muy bien. Después fue al ropero y buscó un hermoso camisón de suave seda, era de un color no muy definido, mezcla de salmón y dorado, se lo puso en memoria de aquellos atardeceres que tanto disfrutó en su niñez. Luego abrió la estrecha gaveta de la mesilla de noche y sacó la cajita de los tranquilizantes, los volcó sobre la cama y los miró, eran pequeñas pastillitas de color rosado, había muchas, las fue a contar pero cambió de opinión. Tomó el vaso de agua que dejó preparado antes del baño, y se fue tomando las diminutas grageas de tres en tres. Cuando acabó, respiró aliviada. Guardó la caja dentro de la mesilla y se recostó en la cama. Por fin iba a dormir tranquila, sin tener más disgustos cada nuevo día.
En los meses anteriores lo dejó todo preparado. Sus hijos, pese a tenerla en el olvido, iban a recibir cada uno de forma detallada lo que ella pensó que les gustaría. También les dejó una carta escrita donde les contaba su verdad, la auténtica, no la mentira que les hizo creer su padre. Notó que un suave sopor empañaba sus pensamientos, entonces se dijo que ya estaba bien de tristezas. Sus últimas remembranzas deseó que fueran las de su niñez, cuando de verdad fue feliz con tan poco. De nuevo recordó el ardiente sol de junio, se acurrucó en la enorme cama, como cuando era pequeña y en la hora de la siesta el calor la amodorraba. El olor a violetas le llegó como si las tuviera a su lado, quiso abrir los ojos, pero sus parpados pesaban mucho. Intentó verlas con la imaginación, pero sólo pudo ver el resplandor dorado del atardecer. Por primera vez en muchos años se sintió feliz y tranquila en medio de aquel sueño dorado del que ya no volvió a despertar.
domingo, 23 de agosto de 2009
Entre los ejercicios de interdiscursividad, un poema de Adriana Salcedo, alumna por Internet - Santiago de Chile.
Imagen obtenida en Internet
No hay palabra que alcance...
No hay gesto que me abarque...
Quizás mis ojos puedan brillar como el misterio del cosmos,
ese misterio que solo los amantes alcanzan cuando sus corazones
se han encontrado.
Las estrellas se conjugan en una danza de bendiciones, cantos y
sonrisas celestiales,
por donde recorro en estos momentos,
y solo al mirarte me siento como en casa.
Y el universo descansa en su armonía de cantos y melodías,
invitándonos a reconocernos
como uno solo, en un solo latido,
pues el Cosmos late en toda su entrega, para aquellos
que deciden unirse en su danza, en su canto, en su palpito...
Estás conmigo y yo contigo, como ríos, mares..., que se deslizan sin
temores.
Nos entrelazamos en el idioma de las fragancias de las rosas, de las
flores silvestres, y tan seguros como
los perpetuos robles.
Simplemente te amo, y simplemente me cobijo en tu amor, como un niño
frente a su esfinge.
Adriana-Cecilia Salcedo Jaramillo.
jueves, 20 de agosto de 2009
Ejercicio de Interdiscursividad inspirado en el cuadro "Flaming June" de Frederic LEIGHTON
EL VIAJE DE IDA
Consuelo Gómez González
Consuelo Gómez González
Es lunes. A primera hora de la mañana recibe la llamada de su jefe. Tiene que viajar a Madrid. La exposición de pintura Victoriana estará en el Museo del Prado hasta el 31 de marzo y ella tiene que dedicarle el artículo de esta semana.
Aurora es una periodista joven, trabaja como redactora en el Diario de Cádiz, en el departamento de Arte.
Sale a la calle y se dirige a la agencia de viajes para hacer las reservas de vuelo y hotel. Estará dos días en Madrid, considera que es un tiempo más que suficiente para este trabajo. Es una mujer acostumbrada a tomar decisiones con rapidez, se sabe atractiva y lo utiliza, si viene al caso, con su jefe, aunque él, que es un hombre serio y hasta un poco seco, a veces, se lo pone fácil.
El martes por la mañana visita la exposición y se produce…
Hay un cuadro que le impacta de forma extraordinaria: creo que he visto a esta mujer, se dice, dándose cuenta de que es imposible. Se trata del cuadro “Sol ardiente de Junio” que refleja la placidez de una hermosa mujer dormida, o eso es lo que parece, pintado por Frederic Leighton en el siglo XIX. Tiene que pensar cómo decírselo a su jefe. Decide seguir su instinto, el viaje previsto para el verano, lo hará ahora. En lugar de Londres irá a Scarborough, allí nació el pintor. Tal vez encuentre ahí la historia para su libro.
Superó los primeros obstáculos. Escribió el artículo para el diario, pasando de puntillas por el cuadro, y lo envió por correo al periódico. Después llamó a su jefe y lo convenció para que le anticipara las vacaciones. A cambio prometió traerle una gran historia. Escribiré un libro que tendrá que publicarme forzosamente.
Compra un billete de avión para Scarborough, solo de ida, porque su intuición le dice que hay algo allí que va a interesarle mucho y no sabe cuánto tardará en descubrirlo.
Scarborough es una bonita ciudad situada al noroeste de Inglaterra, a orillas del mar, con grandes ciénagas, lagos, bosques y arroyos, con muchos museos y antiguos molinos. Ha leído esta reseña en Internet y se muere de impaciencia por llegar.
El aeropuerto más cercano es el de Leeds y desde allí tomará un taxi que la lleve al hotel. Revisa su cuenta corriente. Por ahora puede permitírselo. No en vano lleva dos años ahorrando para lo que, en un principio, sería su viaje a Londres.
Son las cinco de la tarde cuando Aurora llega al aeropuerto. Toma un taxi y le da al chofer las señas. Todo lo que ve le encanta, el paisaje es tan magnifico como lo describía el internauta, incluso más.
El hotel es un edificio de piedra de dos plantas, debe tener unas 30 habitaciones. Será una estancia inolvidable, piensa. Está situado a la orilla del mar, en medio de un gran jardín muy cuidado. En el salón, la chimenea encendida, se puede ver desde el hall. Hay varios hombres y mujeres sentados tomando el té. Le parece que ha llegado a casa, tiene una extraña inquietud, esto ya lo he vivido. Yo he estado aquí antes.
El recepcionista le da la bienvenida y Aurora se disculpa por estar ausente, parece despertar de un sueño. El hombre sonríe, le entrega la llave y le desea feliz estancia. Un joven uniformado coge sus maletas y la precede para indicarle el camino.
Le han dado la nº 15, en la primera planta. Está decorada con muebles de estilo victoriano y el escritorio le parece perfecto, situado debajo de la ventana. Tiene una pequeña terraza desde la que puede ver el mar.
Aurora piensa que el recepcionista, por la seguridad que transmite y por la edad que más o menos le calcula, unos cincuenta años, debe de llevar bastante tiempo en el hotel y decide que, por la mañana, tratará de conversar con él y hacerle algunas preguntas relativas a Frederic Leighton y su ciudad. Tiene en sus manos el folleto y, cuanto más mira el cuadro, más se interesa por la modelo.
El recepcionista por su parte, aunque se ha guardado de hacerle ningún comentario, la observa con detenimiento, desde luego con un interés que va más allá de la admiración por la belleza de una mujer, más bien como si la conociera. Lleva desde que cumplió los veinte años en este lugar, en eso no se ha equivocado Aurora, si bien no siempre fue un hotel. En el siglo XVIII era la residencia familiar de los Leighton. En esta magnifica casa nació, en 1830, el pintor Frederic Leighton, aquí vivió rodeado de lujo y protegido por su influyente y rica familia.
Hacia las siete de la tarde Aurora baja a cenar. No ha visto todavía nada del hotel excepto el hall y desde él el gran salón con chimenea. Decide no esperar al ascensor dado que se encuentra en la primera planta y, ¡sorpresa!, en la pared de bajada los cuadros son todos de Frederic Leighton y tres de ellos con la misma modelo, curiosamente siempre dormida. ¿Será que este pintor es la única celebridad del condado? Es muy bueno -piensa.
Aurora se levanta temprano. Sin perder tiempo busca a Jeremy, el recepcionista, y le pregunta los sitios que puede visitar para organizar las posibles excursiones que haga durante su estancia. Jeremy, a su vez, le pregunta:
- ¿Viaja sola?
- Sí.
- Aquí hay muchas cosas para visitar, especialmente museos, le daré una guía. ¿Qué le ha traído a esta ciudad?, ¿viaje de negocios?
- Estoy de vacaciones y en principio tenía previsto visitar Inglaterra pero…
Se detiene al observar que Jeremy la mira de una forma extraña.
- ¿Quería decirme algo?
- No, disculpe, es que tengo la sensación de haberla visto antes.
- Es curioso, yo también la tuve ayer al llegar, como si ya hubiera estado aquí.
Después de unos minutos de charla intrascendente, Jeremy le entrega la guía de la ciudad con los lugares más interesantes y se despiden.
Cuando Aurora sale, él marca un número de teléfono y pide permiso a la persona que descuelga para subir a comentarle algo. Va a la segunda planta y, al final del pasillo, abre una puerta que conduce a las habitaciones del dueño del hotel. Lord Martin vive en él desde que murió su abuela, Miss Susan Casper. Ella se lo legó. Sus padres vivían en Estados Unidos y no se interesaron nunca por el negocio. De su abuelo heredó el titulo de Lord. A sus setenta años, pasa la mayor parte del tiempo leyendo y, a pesar de su edad, aún dirige el hotel con ayuda de una Gestora. Una sirvienta se dedica exclusivamente a atenderlo y su fiel Jeremy, ahora recepcionista, se ocupa de él como hiciera durante los años en que fue su mayordomo.
- ¿Permiso, Lord Martin?
- Pasa Jeremy, sabes que no lo necesitas para entrar aquí.
- Señor, ha ocurrido algo. Intuyo que es muy importante. Ha llegado una mujer… Viene de España y se llama Aurora. Se ha interesado por los cuadros que retratan a su abuela y su gran parecido con Miss Susan es tan llamativo... ¡Cuanto más la miro, más me la recuerda!, no me convencen los motivos que, según ella, la trajeron hasta aquí, al parecer, está de vacaciones y ha venido sola. ¿Quiere conocerla?
- Has conseguido intrigarme. Hazle llegar una invitación para cenar y, si acepta, organízalo para esta noche. Si te quedas para servirnos la cena podrás estar presente, saldrás de dudas por ti mismo.
- Déjelo en mis manos, señor.
Aurora regresa para el almuerzo y encuentra una nota en el escritorio.
“Lord Martin, tiene el placer de invitarle a cenar esta noche en sus dependencias, y espera tener el honor de contar con su grata compañía”.
La firmaba Jeremy.
Baja la escalera y va a su encuentro. Hay una señorita atendiendo y le pregunta por él.
- Está en el jardín. ¿Desea dejarle un recado?
- No, muchas gracias, iré yo.
Jeremy la ve acercarse.
– Buenas tardes, Miss Aurora. ¿Ha leído mi nota?
- Sí. ¿Quién es Lord Martin? ¿Es su costumbre cenar con los huéspedes del hotel?
- No siempre. Lord Martin, nuestro Director, cuando tenemos huéspedes extranjeros, suele compartir algunos ratos con ellos y aprovecha para ponerse al día de las noticias que traen.
A la hora acordada, Jeremy la espera en el salón. Juntos se dirigen a la segunda planta y entran en el comedor. La mesa esta preparada para dos.
Una vez presentados, ambos se sientan. Aurora, ante las preguntas de Lord Martin, le cuenta los motivos que le trajeron a Scarborough. Piensa que tuvo una gran suerte al conocer a este hombre tan pronto, si había decorado las paredes de la escalera y los pasillos con los cuadros de Frederic Leighton, debió de ser al menos un gran admirador y, seguramente, conocedor de la familia. Quizá pudiera hablarle de la modelo que tantas veces pintara, fundamental para escribir su libro.
Lord Martin la escucha en silencio y, una vez que ella le cuenta cómo es su familia y de dónde procede, comprende que el parecido que Aurora tiene con su abuela, no solo físico sino también en el timbre de voz y la forma de expresarse, no es fruto de la casualidad. Cruza una mirada cómplice con Jeremy y decide contarle la historia de amor de su abuela con Frederic Leighton.
Horas después Aurora le dice a Lord Martin que está impresionada con todo lo que le ha contado y que, como él, encuentra posible que el hijo que Miss Susan Casper y el pintor dieron en adopción a una familia francesa pudiera ser su abuelo. Ella no llegó a conocerlo. Únicamente sabe que se crió en Francia antes de ser abandonado en un orfanato español. Nunca averiguaron quién era su familia.
Llegó el fin de su viaje. Llamó a su jefe para decirle cuándo volvía e hizo las maletas. Agradeció a Jeremy su gran ayuda y se despidió de Lord Martin. Esperaba poder traer el borrador de su libro y obtener su permiso para publicarlo.
Aurora es una periodista joven, trabaja como redactora en el Diario de Cádiz, en el departamento de Arte.
Sale a la calle y se dirige a la agencia de viajes para hacer las reservas de vuelo y hotel. Estará dos días en Madrid, considera que es un tiempo más que suficiente para este trabajo. Es una mujer acostumbrada a tomar decisiones con rapidez, se sabe atractiva y lo utiliza, si viene al caso, con su jefe, aunque él, que es un hombre serio y hasta un poco seco, a veces, se lo pone fácil.
El martes por la mañana visita la exposición y se produce…
Hay un cuadro que le impacta de forma extraordinaria: creo que he visto a esta mujer, se dice, dándose cuenta de que es imposible. Se trata del cuadro “Sol ardiente de Junio” que refleja la placidez de una hermosa mujer dormida, o eso es lo que parece, pintado por Frederic Leighton en el siglo XIX. Tiene que pensar cómo decírselo a su jefe. Decide seguir su instinto, el viaje previsto para el verano, lo hará ahora. En lugar de Londres irá a Scarborough, allí nació el pintor. Tal vez encuentre ahí la historia para su libro.
Superó los primeros obstáculos. Escribió el artículo para el diario, pasando de puntillas por el cuadro, y lo envió por correo al periódico. Después llamó a su jefe y lo convenció para que le anticipara las vacaciones. A cambio prometió traerle una gran historia. Escribiré un libro que tendrá que publicarme forzosamente.
Compra un billete de avión para Scarborough, solo de ida, porque su intuición le dice que hay algo allí que va a interesarle mucho y no sabe cuánto tardará en descubrirlo.
Scarborough es una bonita ciudad situada al noroeste de Inglaterra, a orillas del mar, con grandes ciénagas, lagos, bosques y arroyos, con muchos museos y antiguos molinos. Ha leído esta reseña en Internet y se muere de impaciencia por llegar.
El aeropuerto más cercano es el de Leeds y desde allí tomará un taxi que la lleve al hotel. Revisa su cuenta corriente. Por ahora puede permitírselo. No en vano lleva dos años ahorrando para lo que, en un principio, sería su viaje a Londres.
Son las cinco de la tarde cuando Aurora llega al aeropuerto. Toma un taxi y le da al chofer las señas. Todo lo que ve le encanta, el paisaje es tan magnifico como lo describía el internauta, incluso más.
El hotel es un edificio de piedra de dos plantas, debe tener unas 30 habitaciones. Será una estancia inolvidable, piensa. Está situado a la orilla del mar, en medio de un gran jardín muy cuidado. En el salón, la chimenea encendida, se puede ver desde el hall. Hay varios hombres y mujeres sentados tomando el té. Le parece que ha llegado a casa, tiene una extraña inquietud, esto ya lo he vivido. Yo he estado aquí antes.
El recepcionista le da la bienvenida y Aurora se disculpa por estar ausente, parece despertar de un sueño. El hombre sonríe, le entrega la llave y le desea feliz estancia. Un joven uniformado coge sus maletas y la precede para indicarle el camino.
Le han dado la nº 15, en la primera planta. Está decorada con muebles de estilo victoriano y el escritorio le parece perfecto, situado debajo de la ventana. Tiene una pequeña terraza desde la que puede ver el mar.
Aurora piensa que el recepcionista, por la seguridad que transmite y por la edad que más o menos le calcula, unos cincuenta años, debe de llevar bastante tiempo en el hotel y decide que, por la mañana, tratará de conversar con él y hacerle algunas preguntas relativas a Frederic Leighton y su ciudad. Tiene en sus manos el folleto y, cuanto más mira el cuadro, más se interesa por la modelo.
El recepcionista por su parte, aunque se ha guardado de hacerle ningún comentario, la observa con detenimiento, desde luego con un interés que va más allá de la admiración por la belleza de una mujer, más bien como si la conociera. Lleva desde que cumplió los veinte años en este lugar, en eso no se ha equivocado Aurora, si bien no siempre fue un hotel. En el siglo XVIII era la residencia familiar de los Leighton. En esta magnifica casa nació, en 1830, el pintor Frederic Leighton, aquí vivió rodeado de lujo y protegido por su influyente y rica familia.
Hacia las siete de la tarde Aurora baja a cenar. No ha visto todavía nada del hotel excepto el hall y desde él el gran salón con chimenea. Decide no esperar al ascensor dado que se encuentra en la primera planta y, ¡sorpresa!, en la pared de bajada los cuadros son todos de Frederic Leighton y tres de ellos con la misma modelo, curiosamente siempre dormida. ¿Será que este pintor es la única celebridad del condado? Es muy bueno -piensa.
Aurora se levanta temprano. Sin perder tiempo busca a Jeremy, el recepcionista, y le pregunta los sitios que puede visitar para organizar las posibles excursiones que haga durante su estancia. Jeremy, a su vez, le pregunta:
- ¿Viaja sola?
- Sí.
- Aquí hay muchas cosas para visitar, especialmente museos, le daré una guía. ¿Qué le ha traído a esta ciudad?, ¿viaje de negocios?
- Estoy de vacaciones y en principio tenía previsto visitar Inglaterra pero…
Se detiene al observar que Jeremy la mira de una forma extraña.
- ¿Quería decirme algo?
- No, disculpe, es que tengo la sensación de haberla visto antes.
- Es curioso, yo también la tuve ayer al llegar, como si ya hubiera estado aquí.
Después de unos minutos de charla intrascendente, Jeremy le entrega la guía de la ciudad con los lugares más interesantes y se despiden.
Cuando Aurora sale, él marca un número de teléfono y pide permiso a la persona que descuelga para subir a comentarle algo. Va a la segunda planta y, al final del pasillo, abre una puerta que conduce a las habitaciones del dueño del hotel. Lord Martin vive en él desde que murió su abuela, Miss Susan Casper. Ella se lo legó. Sus padres vivían en Estados Unidos y no se interesaron nunca por el negocio. De su abuelo heredó el titulo de Lord. A sus setenta años, pasa la mayor parte del tiempo leyendo y, a pesar de su edad, aún dirige el hotel con ayuda de una Gestora. Una sirvienta se dedica exclusivamente a atenderlo y su fiel Jeremy, ahora recepcionista, se ocupa de él como hiciera durante los años en que fue su mayordomo.
- ¿Permiso, Lord Martin?
- Pasa Jeremy, sabes que no lo necesitas para entrar aquí.
- Señor, ha ocurrido algo. Intuyo que es muy importante. Ha llegado una mujer… Viene de España y se llama Aurora. Se ha interesado por los cuadros que retratan a su abuela y su gran parecido con Miss Susan es tan llamativo... ¡Cuanto más la miro, más me la recuerda!, no me convencen los motivos que, según ella, la trajeron hasta aquí, al parecer, está de vacaciones y ha venido sola. ¿Quiere conocerla?
- Has conseguido intrigarme. Hazle llegar una invitación para cenar y, si acepta, organízalo para esta noche. Si te quedas para servirnos la cena podrás estar presente, saldrás de dudas por ti mismo.
- Déjelo en mis manos, señor.
Aurora regresa para el almuerzo y encuentra una nota en el escritorio.
“Lord Martin, tiene el placer de invitarle a cenar esta noche en sus dependencias, y espera tener el honor de contar con su grata compañía”.
La firmaba Jeremy.
Baja la escalera y va a su encuentro. Hay una señorita atendiendo y le pregunta por él.
- Está en el jardín. ¿Desea dejarle un recado?
- No, muchas gracias, iré yo.
Jeremy la ve acercarse.
– Buenas tardes, Miss Aurora. ¿Ha leído mi nota?
- Sí. ¿Quién es Lord Martin? ¿Es su costumbre cenar con los huéspedes del hotel?
- No siempre. Lord Martin, nuestro Director, cuando tenemos huéspedes extranjeros, suele compartir algunos ratos con ellos y aprovecha para ponerse al día de las noticias que traen.
A la hora acordada, Jeremy la espera en el salón. Juntos se dirigen a la segunda planta y entran en el comedor. La mesa esta preparada para dos.
Una vez presentados, ambos se sientan. Aurora, ante las preguntas de Lord Martin, le cuenta los motivos que le trajeron a Scarborough. Piensa que tuvo una gran suerte al conocer a este hombre tan pronto, si había decorado las paredes de la escalera y los pasillos con los cuadros de Frederic Leighton, debió de ser al menos un gran admirador y, seguramente, conocedor de la familia. Quizá pudiera hablarle de la modelo que tantas veces pintara, fundamental para escribir su libro.
Lord Martin la escucha en silencio y, una vez que ella le cuenta cómo es su familia y de dónde procede, comprende que el parecido que Aurora tiene con su abuela, no solo físico sino también en el timbre de voz y la forma de expresarse, no es fruto de la casualidad. Cruza una mirada cómplice con Jeremy y decide contarle la historia de amor de su abuela con Frederic Leighton.
Horas después Aurora le dice a Lord Martin que está impresionada con todo lo que le ha contado y que, como él, encuentra posible que el hijo que Miss Susan Casper y el pintor dieron en adopción a una familia francesa pudiera ser su abuelo. Ella no llegó a conocerlo. Únicamente sabe que se crió en Francia antes de ser abandonado en un orfanato español. Nunca averiguaron quién era su familia.
Llegó el fin de su viaje. Llamó a su jefe para decirle cuándo volvía e hizo las maletas. Agradeció a Jeremy su gran ayuda y se despidió de Lord Martin. Esperaba poder traer el borrador de su libro y obtener su permiso para publicarlo.
martes, 18 de agosto de 2009
Ejercicio de Interdiscursividad inspirado en el cuadro "Flaming June" de Frederic LEIGHTON
Foto del álbum familiar - Juana Castillo Escobar
LIENZO EN BLANCO
Isabel Fraile Hernando
Isabel Fraile Hernando
A Germán García Martínez le llaman “El pinceles”, mote adjudicado por los compañeros con los que juega al mus en el centro de mayores. Como Germán no es muy ducho con las cartas, le ha costado aprender todas las reglas para formar parte de la timba. Eso de morderse el labio, levantar una ceja, sacar la punta de la lengua, etcétera, le produce incomodidad. Pero es allí donde, por causa de una jubilación anticipada, se explaya en contar sus historias de joven. De cuando quiso ser pintor.
Al principio, los tres colegas de mesa: Luis, Remigio y Lolo, prejubilados como él, le tomaron por pintor de brocha gorda, algo que Germán se apresuró a corregir. Aquel hombre bajito, rechoncho y con manos morcillonas no pudo haber sido nada más, como si el aspecto físico fuese imprescindible para el sentimiento y el don natural. Sí, era cierto que se ganó la vida con el gotelé o estucando las paredes de los pisos, que las manchas de pintura del mono utilizado para los trabajos, no eran de acuarela, óleo, o pastel, pero eso quedaba al margen de lo que era su pasión y que, por circunstancias ajenas a su voluntad, tuvo que abandonar.
-Tenéis que ver alguno de mis cuadros y decirme que os parecen. Si ningún compromiso, por supuesto, aunque son algo viejos y están cuarteados, casi como yo, je je je.
La pretensión cómica de la frase queda solo en eso, en pretensión. Sus ocasionales amigos se arman de paciencia ante estas explicaciones y cambian pronto de tema.
-Venga, Germán, no te distraigas. Con juego y pares, corta el mus y no te azares.
Ante salidas así, al Pinceles, no le queda otra que agachar la cabeza, centrarse en la jugada y dejar de lado el tema de su interés: el arte de la pintura. Así, un día tras otro, con las únicas variaciones que marcan la mano de cartas.
Socorro, la mujer de Germán, nunca entendió la pasión de su marido por el arte. Protestona de por sí, lo es mucho más ante tanto cuadro disperso por la casa. Sobre todo ahora, que es necesario más espacio para acoplar la cuna y demás cachivaches de su nieto. Durante una temporada el matrimonio va a ejercer de abuelos–padres. A Leonardo, su hijo, le han ofrecido un trabajo en otra ciudad y, tal como están las cosas, no es cuestión de poner reparos. Blanca, su pareja, viaja con él.
-Lo que me faltaba, de prejubilado a pasear al niño -eso piensa Germán aunque por su carácter, no protesta demasiado.
Fue en uno de estos paseos cuando se fija en el anuncio: Exposición de pintura Victoriana: “La bella durmiente”. El titulo le resulta sugestivo. En el cartel, una joven recostada en un diván al aire libre parece dormir. EL ropaje ligero trasluce un cuerpo terso. Los muslos bien torneados, la insinuación de los pechos, como dos lomas suaves sin descubrir .Su voluminosa melena descansa indolente sobre el brazo, que sirve de almohada. Se fija en la pequeña oreja al descubierto e imagina a un amante vertiendo por ella palabras de amor. Desde el lugar donde observa Germán, a la derecha de la joven, y en un plano más alto, la adelfa roja parece querer alcanzarla. La imagen incluye el paisaje del mar, que al hombre se le antoja en calma tensa. Con los ojos fijos en aquella figura cree apreciar un movimiento en la tela, como si el aire fuera a violar aquel descanso. Pestañea un par de veces sin poder apartar la mirada de aquel rostro, de aquel cuerpo. Un escalofrío le recorre de arriba abajo. En el estómago la vieja y conocida sensación. El deseo. Aquel deseo irrefrenable que sentía de joven cuando necesitaba el pincel entre sus dedos. El recuerdo del olor a trementina se hace tan presente que mira en torno suyo para asegurarse que no es real.
Desde el carrito de bebé su nieto le sonríe. Ese paréntesis de breves minutos, o tal vez segundos, le renueva por dentro. Antes de retomar el camino, apunta el horario de apertura y teléfono del museo en la libreta que siempre lleva encima.
-¿Y por qué ahora no? -Dice en voz alta mirando el cartel.
Por la tarde compra un lienzo pequeño, tubos de óleo y pinceles. Sí, aún era tiempo.
Al principio, los tres colegas de mesa: Luis, Remigio y Lolo, prejubilados como él, le tomaron por pintor de brocha gorda, algo que Germán se apresuró a corregir. Aquel hombre bajito, rechoncho y con manos morcillonas no pudo haber sido nada más, como si el aspecto físico fuese imprescindible para el sentimiento y el don natural. Sí, era cierto que se ganó la vida con el gotelé o estucando las paredes de los pisos, que las manchas de pintura del mono utilizado para los trabajos, no eran de acuarela, óleo, o pastel, pero eso quedaba al margen de lo que era su pasión y que, por circunstancias ajenas a su voluntad, tuvo que abandonar.
-Tenéis que ver alguno de mis cuadros y decirme que os parecen. Si ningún compromiso, por supuesto, aunque son algo viejos y están cuarteados, casi como yo, je je je.
La pretensión cómica de la frase queda solo en eso, en pretensión. Sus ocasionales amigos se arman de paciencia ante estas explicaciones y cambian pronto de tema.
-Venga, Germán, no te distraigas. Con juego y pares, corta el mus y no te azares.
Ante salidas así, al Pinceles, no le queda otra que agachar la cabeza, centrarse en la jugada y dejar de lado el tema de su interés: el arte de la pintura. Así, un día tras otro, con las únicas variaciones que marcan la mano de cartas.
Socorro, la mujer de Germán, nunca entendió la pasión de su marido por el arte. Protestona de por sí, lo es mucho más ante tanto cuadro disperso por la casa. Sobre todo ahora, que es necesario más espacio para acoplar la cuna y demás cachivaches de su nieto. Durante una temporada el matrimonio va a ejercer de abuelos–padres. A Leonardo, su hijo, le han ofrecido un trabajo en otra ciudad y, tal como están las cosas, no es cuestión de poner reparos. Blanca, su pareja, viaja con él.
-Lo que me faltaba, de prejubilado a pasear al niño -eso piensa Germán aunque por su carácter, no protesta demasiado.
Fue en uno de estos paseos cuando se fija en el anuncio: Exposición de pintura Victoriana: “La bella durmiente”. El titulo le resulta sugestivo. En el cartel, una joven recostada en un diván al aire libre parece dormir. EL ropaje ligero trasluce un cuerpo terso. Los muslos bien torneados, la insinuación de los pechos, como dos lomas suaves sin descubrir .Su voluminosa melena descansa indolente sobre el brazo, que sirve de almohada. Se fija en la pequeña oreja al descubierto e imagina a un amante vertiendo por ella palabras de amor. Desde el lugar donde observa Germán, a la derecha de la joven, y en un plano más alto, la adelfa roja parece querer alcanzarla. La imagen incluye el paisaje del mar, que al hombre se le antoja en calma tensa. Con los ojos fijos en aquella figura cree apreciar un movimiento en la tela, como si el aire fuera a violar aquel descanso. Pestañea un par de veces sin poder apartar la mirada de aquel rostro, de aquel cuerpo. Un escalofrío le recorre de arriba abajo. En el estómago la vieja y conocida sensación. El deseo. Aquel deseo irrefrenable que sentía de joven cuando necesitaba el pincel entre sus dedos. El recuerdo del olor a trementina se hace tan presente que mira en torno suyo para asegurarse que no es real.
Desde el carrito de bebé su nieto le sonríe. Ese paréntesis de breves minutos, o tal vez segundos, le renueva por dentro. Antes de retomar el camino, apunta el horario de apertura y teléfono del museo en la libreta que siempre lleva encima.
-¿Y por qué ahora no? -Dice en voz alta mirando el cartel.
Por la tarde compra un lienzo pequeño, tubos de óleo y pinceles. Sí, aún era tiempo.
Regreso de vacaciones: los relatos de fin de curso.
En el taller trabajamos la intertextualidad inspirándonos en muchas de las obras leídas y comentadas: Boccaccio, Chejov, F. Hernández, K. Mansfield, Yourcenar, etc. etc. etc.
Al final de este curso dimos paso a otro ejercicio, uno de interdiscursividad*. Inpirándonos en el cuadro del autor pre-rafaelista Frederic Leighton, Sol ardiente de Junio, cada una de las alumnas y yo (la profe), redactamos cuatro historias totalmente opuestas, lo que a cada una de nosotras nos evocaba la contemplación de ese cuadro, cuadro que fue la portada del primer libro del taller y que, durante unos meses, estuvo expuesto en el Museo del Prado.
Os dejo con los relatos. Esperamos os gusten. (Podéis escucharlos en: http://unionenlapalabra.podomatic.com/).
Julia Kristeva quien, a partir de las intuiciones bajtinianas sobre el dialogismo literario, acuñó en 1967 el término intertextualidad. Para esta autora "todo texto es la absorción o transformación de otro texto".
*Interdiscursividad, según Cesare Segre, o intermeidalidad, según Heinrich F. Plett, es una relación semiológica entre un texto literario y otras artes (pintura, música, cine, canción etcétera).
lunes, 10 de agosto de 2009
Las alumnas y la profesora del Taller te recomiendan leer:
Las alumnas y la profesora del Taller te recomiendan leer:
LA LADRONA DE LIBROS de Markus ZUSAK
“Érase una vez un pueblo donde las noches eran largas y la muerte contaba su propia historia. En el pueblo vivía una niña que quería leer, un hombre que tocaba el acordeón y un joven judío que escribía cuentos hermosos para escapar del horror de la guerra. Al cabo de un tiempo la niña se convirtió en una ladrona que robaba libros y regalaba palabras”.
Esto es lo que aparece en la contraportada de uno de los libros más hermosos que he leído últimamente. Desde la primera frase me sentí atrapada por su lectura, claro está que es la primera vez que leo un libro en el que la narradora es la muerte, quizás eso llamó mi atención. Pero la verdad es que aunque es un libro a veces muy duro, al final, siempre te deja un buen recuerdo. No me avergüenza decir que al finalizar su lectura lloré, fue por todo lo que me contuve mientras lo leía. Recomiendo su lectura, aunque por experiencia familiar creo que a los más jóvenes no les va a gustar tanto como a los de más edad.
Pepi Núñez Pérez.
In Memoriam. Adiós a Michael Jackson
Michael Jackson - Earth song (La Canción de la Tierra)
¿Qué hay del amanecer?
¿Qué hay de la lluvia?
¿Qué hay de todas las cosas que
dijiste que tendríamos que ganar?
¿Qué hay de los campos de
concentración? ¿Tienes un momento?
¿Qué hay de todas las cosas que
dijiste que eran tuyas y mías?
¿Alguna vez te has parado a observar toda
la sangre que hemos derramado anteriormente?
¿Alguna vez te has parado a observar la
Tierra y las costas que llora?
Aaaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
¿Qué le hemos hecho al mundo? Mira
lo que hemos hecho. ¿Qué hay de toda
la paz que le prometiste a tu único hijo?
¿Qué hay de los campos florecientes?
¿Tienes un momento? ¿Qué hay
de todos los sueños que dijiste que
serían tuyos y míos? ¿Alguna
vez te has parado a observar todos los
niños que mueren por la guerra?
¿Alguna vez te has parado a observar la
Tierra y las costas llorosas?
Aaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaaah
Solía soñar Solía mirar
más allá de las estrellas. Ahora no
sé donde estamos Aunque sé que hemos
ido lejos a la deriva.
Aaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
Aaaaaaaaaaaah
Hey, ¿Qué hay del ayer?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de los mares?
(¿Qué hay de nosotros?) Los cielos
están cayendo (¿Qué hay de
nosotros?) Ni siquiera puedo respirar
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la Tierra sangrante?
(¿Qué hay de nosotros?) ¿No
podemos sentir sus heridas? (¿Qué
hay de nosotros?) ¿Qué hay de los
valores de la naturaleza?
(Ohhh, ohhh) Es el seno
de nuestro planeta (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los animales?
(¿Qué hay de eso?) Hemos convertido
reinos en polvo (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los
elefantes? (¿Qué hay de nosotros?)
¿Hemos perdido su confianza?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de las ballenas que lloran?
(¿Qué hay de nosotros?) Estamos
destrozando los mares (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los senderos
del bosque? (Ohhh, ohhh)
Quemados a pesar de nuestras súplicas
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la tierra santa?
(¿Qué hay de eso?) Apartada por
creencias (¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre común?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Podemos liberarlo? (¿Qué hay
de nosotros?) ¿Qué hay de los
niños que mueren? (¿Qué hay
de nosotros?) ¿Puedes oírlos llorar?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Dónde nos equivocamos? (Ohhh, ohhh)
Que alguien me diga por qué
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de los bebés?
(¿Qué hay de eso?)
¿Qué hay de los días?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de toda su alegría
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre que llora?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de Abraham?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la muerte, otra vez?
(Ohhh, ohhh) ¿Nos trae sin cuidado?
Aaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
1991 - Michael Jackson - Earth Song
¿Qué hay del amanecer?
¿Qué hay de la lluvia?
¿Qué hay de todas las cosas que
dijiste que tendríamos que ganar?
¿Qué hay de los campos de
concentración? ¿Tienes un momento?
¿Qué hay de todas las cosas que
dijiste que eran tuyas y mías?
¿Alguna vez te has parado a observar toda
la sangre que hemos derramado anteriormente?
¿Alguna vez te has parado a observar la
Tierra y las costas que llora?
Aaaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
¿Qué le hemos hecho al mundo? Mira
lo que hemos hecho. ¿Qué hay de toda
la paz que le prometiste a tu único hijo?
¿Qué hay de los campos florecientes?
¿Tienes un momento? ¿Qué hay
de todos los sueños que dijiste que
serían tuyos y míos? ¿Alguna
vez te has parado a observar todos los
niños que mueren por la guerra?
¿Alguna vez te has parado a observar la
Tierra y las costas llorosas?
Aaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaaah
Solía soñar Solía mirar
más allá de las estrellas. Ahora no
sé donde estamos Aunque sé que hemos
ido lejos a la deriva.
Aaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
Aaaaaaaaaaaah
Hey, ¿Qué hay del ayer?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de los mares?
(¿Qué hay de nosotros?) Los cielos
están cayendo (¿Qué hay de
nosotros?) Ni siquiera puedo respirar
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la Tierra sangrante?
(¿Qué hay de nosotros?) ¿No
podemos sentir sus heridas? (¿Qué
hay de nosotros?) ¿Qué hay de los
valores de la naturaleza?
(Ohhh, ohhh) Es el seno
de nuestro planeta (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los animales?
(¿Qué hay de eso?) Hemos convertido
reinos en polvo (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los
elefantes? (¿Qué hay de nosotros?)
¿Hemos perdido su confianza?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de las ballenas que lloran?
(¿Qué hay de nosotros?) Estamos
destrozando los mares (¿Qué hay de
nosotros?) ¿Qué hay de los senderos
del bosque? (Ohhh, ohhh)
Quemados a pesar de nuestras súplicas
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la tierra santa?
(¿Qué hay de eso?) Apartada por
creencias (¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre común?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Podemos liberarlo? (¿Qué hay
de nosotros?) ¿Qué hay de los
niños que mueren? (¿Qué hay
de nosotros?) ¿Puedes oírlos llorar?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Dónde nos equivocamos? (Ohhh, ohhh)
Que alguien me diga por qué
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de los bebés?
(¿Qué hay de eso?)
¿Qué hay de los días?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de toda su alegría
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay del hombre que llora?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de Abraham?
(¿Qué hay de nosotros?)
¿Qué hay de la muerte, otra vez?
(Ohhh, ohhh) ¿Nos trae sin cuidado?
Aaaaaaaaaah Aaaaaaaaaaah
1991 - Michael Jackson - Earth Song
In Memoriam de Michael Jackson (Los Ángeles / Nueva York - 26/06/2009)
Foto obtenida en Internet
Al pop se le paró el corazón a las 12:26, hora de Los Ángeles. En ese minuto el teléfono de emergencias recibió una llamada: Michael Jackson había sufrido un paro cardiaco en su casa de Bel-Air y no respiraba. (Pica sobre el título).
Nota.- En una entrada posterior dejaré un vídeo y la letra de una de sus canciones, tal vez no de las más conocida o comerciales, pero sí importante.
Michael Jackson podía ser el rey del pop para unos, un indeseable para otros, un excéntrico para otros... Para mí era, entre otras cosas, una persona comprometida con el medio ambiente, con el género humano, con la Tierra en mayúsculas (así lo escribió en alguna de las letras de sus canciones), también el niño que jamás creció, aquel a quien yo admiraba cuando podía verle en el televisor de algún familiar, al ir de visita, y coincidía que "daban" los Jackson Five.
jueves, 6 de agosto de 2009
¿Sabías que muchas escritoras y escritores se vieron empujados a proteger sus textos, más las mujeres, a causa del entorno hostil?
Sor Juana Inés de la Cruz por Miguel Cabrera
Imagen obtenida en Internet
Sor Juana Inés de la Cruz ingresó en un convento para poder escribir.
Pica sobre la imagen para saber más de la autora y su obra. Y, para saber más del autor del retrato, podéis ir a: http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Cabrera
miércoles, 5 de agosto de 2009
Proverbio chino
In Memoriam de Vicente Ferrer.
Imagen de Vicente Ferrer obtenida en Internet
La muerte del gran filántropo
"Hay personas que no deberían morir, porque son valiosas, porque son amadas, porque son únicas". Esto es lo que escribió en marzo pasado Padre Ángel desde Anantapur, al sur de la India, a donde había acudido apresuradamente porque le habían dicho que Vicente Ferrer se estaba muriendo deprisa. El padre Ángel García, el sacerdote católico diocesano fundador de Mensajeros de la Paz, estuvo unas horas con Ferrer y envió a sus amigos un mensaje de consolación, por correo electrónico.
(Picad sobre el título para seguir leyendo el artículo).
Una frase, una imagen
Jacinto Benavente - Imagen obtenida en Internet
Muchos creen que tener talento es una suerte; nadie que la suerte pueda ser cuestión de talento. Jacinto Benavente.
_______
Para saber más del autor, picad sobre el título.
Me he decidido a guardar tanto las frases como los proverbios publicados en el lateral del blog, porque los considero de interés y unas fuentes inagotables de reflexión.
domingo, 2 de agosto de 2009
Poemas autores consagrados: Gabriela Mistral.
Imagen obtenida en Internet
Agua
Gabriela Mistral
Chile: 1889-1957
Hay países que yo recuerdo
como recuerdo mis infancias.
Son países de mar o río,
de pastales, de vegas y aguas.
Aldea mía sobre el Ródano,
rendida en río y en cigarras;
Antilla en palmas verdi-negras
que a medio mar está y me llama;
¡roca lígure de Portofino,
mar italiana, mar italiana!
Me han traído a país sin río,
tierras-Agar, tierras sin agua;
Saras blancas y Saras rojas,
donde pecaron otras razas,
de pecado rojo de atridas
que cuentan gredas tajeadas;
que no nacieron como un niño
con unas carnazones grasas,
cuando las oigo, sin un silbo,
cuando las cruzo, sin mirada.
Quiero volver a tierras niñas;
llévenme a un blando país de aguas.
En grandes pastos envejezca
y haga al río fábula y fábula.
Tenga una fuente por mi madre
y en la siesta salga a buscarla,
y en jarras baje de una peña
un agua dulce, aguda y áspera.
Me venza y pare los alientos
el agua acérrima y helada.
¡Rompa mi vaso y al beberla
me vuelva niñas las entrañas!
Gabriela Mistral
Chile: 1889-1957
Hay países que yo recuerdo
como recuerdo mis infancias.
Son países de mar o río,
de pastales, de vegas y aguas.
Aldea mía sobre el Ródano,
rendida en río y en cigarras;
Antilla en palmas verdi-negras
que a medio mar está y me llama;
¡roca lígure de Portofino,
mar italiana, mar italiana!
Me han traído a país sin río,
tierras-Agar, tierras sin agua;
Saras blancas y Saras rojas,
donde pecaron otras razas,
de pecado rojo de atridas
que cuentan gredas tajeadas;
que no nacieron como un niño
con unas carnazones grasas,
cuando las oigo, sin un silbo,
cuando las cruzo, sin mirada.
Quiero volver a tierras niñas;
llévenme a un blando país de aguas.
En grandes pastos envejezca
y haga al río fábula y fábula.
Tenga una fuente por mi madre
y en la siesta salga a buscarla,
y en jarras baje de una peña
un agua dulce, aguda y áspera.
Me venza y pare los alientos
el agua acérrima y helada.
¡Rompa mi vaso y al beberla
me vuelva niñas las entrañas!
In Memoriam de Fernando Delgado
Un gran linaje de cómicos pierde a Fernando Delgado. El actor, debutó a los seis meses.
Fernando Delgado era de esos actores que están en el imaginario colectivo de varias generaciones de españoles. Sobre todo de aquellas que seguían fielmente TVE (llegó a tener casi dos mil intervenciones) y especialmente el programa Estudio 1, que dirigió durante años, y que aún hoy la profesión teatral y muchos espectadores tanto añoran. (Picad sobre el título).
Fernando Delgado era de esos actores que están en el imaginario colectivo de varias generaciones de españoles. Sobre todo de aquellas que seguían fielmente TVE (llegó a tener casi dos mil intervenciones) y especialmente el programa Estudio 1, que dirigió durante años, y que aún hoy la profesión teatral y muchos espectadores tanto añoran. (Picad sobre el título).
Autores consagrados: micro relato de Feng Meng-Lung.
Imagen obtenida en Internet
EL DEDO
Feng Meng-Lung
Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
A la hora de escribir los maestros opinan... Un consejo de R. M. RILKE a la hora de escribir.
Rainier Maria Rilke - Imagen obtenida en Internet
"Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: ¿debo escribir? Ahóndese en sí mismo, hacia una profunda respuesta y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo "debo", construya entonces su vida según esta necesidad, su vida tiene que ser hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de este impulso."
R. Mª. Rilke.
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