Jesús FORNIS VAQUERO
Don Víctor, como a él le gustaba que le llamaran, se incorporó con aire pausado, se arregló la chaqueta del traje, y apretándose el nudo de la corbata, se dirigió al estrado con gesto sereno, mientras el público asistente estallaba en aplausos. Allí le esperaba el presidente de la compañía, quien le recibió con un fuerte apretón de manos mientras le susurraba al oído:
- Esto va por usted maestro.
Con la mano le señaló el salón de actos que se había convertido en un clamor.
Respondiendo a la frase taurina, D. Víctor saludó al público con pose torera, mano en alto como si portase una montera o el trofeo del morlaco, giró sobre sí mismo imaginando el coso repleto.
El presidente volvió a acercarse al micro para proseguir con su discurso, no sin antes detenerse a pedir silencio a los entusiasmados oyentes.
- D. Víctor es un ejemplo para todos nosotros. Un ejemplo de dedicación, constancia, sacrificio y absoluta entrega al trabajo. Un ejemplo para los jóvenes, un modelo a seguir, un techado de virtudes, una persona íntegra...
D. Víctor repasaba sus uñas mientras el presidente se deshacía en elogios hacia su persona. Algo sucias quizás para tan magno evento.
- ... será duro dejar de verle al frente de la División de Sistemas, aunque estoy seguro que Carlos será un muy digno sustituto.
Un individuo de traje a rayas sentado en la primera fila desplegó una amplia sonrisa.
- Este hombre ha marcado un antes y un después en nuestra empresa. Hace 35 años que empezó con nosotros y su fidelidad y su buen hacer le han hecho merecedor de este sentido homenaje. Es para mí un honor y un placer ceder la palabra a alguien que ha dejado una huella tan profunda entre compañeros y amigos, una huella imborrable, una huella...
El homenajeado pudo contar 8 bostezos, 12 resoplidos y hasta 25 miradas de auténtico odio desde ese momento, hasta el final del discurso del presidente.
- Y ahora sí, cedo la palabra a D. Víctor.
Más aplausos, aunque esta vez parecían más querer poner fin a la amalgama de palabras presidenciales, que rendir tributo al inminente jubilado.
- Muchas gracias presidente. Muchas gracias compañeros. Seré breve porque creo que Don Manuel ya lo ha dicho todo por mí.
El público sonríe agradecido.
- Ha sido un auténtico placer compartir todos estos años con vosotros. He conocido mucha gente. Alguno se ha marchado para siempre, otros abarrotan los asilos de lujo y los campos de golf...
Un par de asistentes ríen la ocurrencia.
- ... con otros he compartido la mayoría de mis años, y a otros os acabo de conocer. Pero me siento muy orgulloso de todos y cada uno de vosotros, orgulloso de haber trabajado a vuestro lado, orgulloso de haberos visto crecer y orgulloso de los buenos momentos de los que hemos disfrutado. Os quiero, os quiero de todo corazón, y por eso me gustaría daros un consejo: ¡Trabajad! ¡Trabajad mucho! Porque solo a través del esfuerzo y del trabajo lograréis una vida repleta de éxitos y de satisfacción. Solo a través de una absoluta dedicación a aquello a lo que más queréis, que es a lo que os dedicáis, lograréis la tan ansiada felicidad.
El público aplaudió aquellas palabras con un fervor casi religioso. Palmas, silbidos, vítores, D. Víctor dejó escapar alguna lagrimilla.
El presidente tomó nuevamente la palabra.
- Ahora me gustaría hacerle entrega de tres obsequios. El primero es un libro de firmas en el que encontrará una dedicatoria escrita por todos y cada uno de sus compañeros.
En ese momento hizo acto de aparición una atractiva señorita que empujaba un carrito con los regalos. El homenajeado mostró autentico entusiasmo, más quizá por los dos besos de la sonriente joven que por el regalo en sí.
- El segundo es una medalla a la fidelidad demostrada por usted para con la compañía.
El presidente le colgó de la solapa del chaqueta la mencionada medalla.
- Y por último, esta escultura, que como ve, tiene los brazos abiertos en señal del cariño y afecto que le profesamos. No lo olvide D. Víctor, esta empresa, es su hogar.
- Gracias señor presidente, gracias a todos. Esto es más de lo que merezco. Muchísimas gracias.
D. Víctor bajó del estrado y fue recibido por las decenas de personas que se acercaron hasta él. Le estrecharon la mano, le abrazaron, le besaron y todo el mundo le felicitó. Fue una hermosa despedida, un bonito colofón a 35 años de duro trabajo.
Al día siguiente Víctor se levantó de la cama, se puso su ajada rebeca verde, sus zapatillas de felpa, y se arrastró hasta la cocina. Allí empezó a prepararse un café puro. Mientras lo hacía vio el libro de firmas sobre el microondas. Lo hojeó, y después lo tiró a la basura. Coló el café en su taza y fue al salón para disfrutar de su primer día de jubilación.
Se sentó, estiró los pies, abrió un paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. Hacía diez años que había dejado de fumar. Daba largas caladas, saboreando cada una de ellas, dejando que el humo llenase sus pulmones, para después soltarlo sobre el café. Le gustaba, era algo que hacía de joven y lo añoraba.
Se quedó mirando el techo. Tenía goteras. No lo había apreciado hasta ahora. Bueno, podría llamar a los del seguro y que se lo pintasen, podría hacerlo hoy, mañana o pasado, no había prisa.
Miró el reloj que colgaba de la pared, lo compró en un viaje de negocios. Hacía diez años de aquello, quizá quince. Marcaba las 7 a.m.
Una pequeña sombra se le acercó cojeando desde el pasillo. Era Yako, un viejo cocker medio cojo y medio ciego. Víctor le acarició y le subió sobre sus rodillas. Sobre la mesa estaban la medalla de la fidelidad y la estatua de los brazos abiertos. Cogió la medalla y se la colgó a Yako del collar. El animal agradeció el detalle con un quebrado ladrido.
Dejó al perro nuevamente en el suelo y se incorporó de la silla.
La casa estaba hecha un desastre, debería contratar una asistenta, o quizá debería limpiar él, al fin y al cabo, ahora tenía todo el tiempo que siempre había querido tener.
Se dirigió a la cocina y se preparó otro café. Abrió la nevera y encontró lo que estaba buscando, un pequeño melón. Lo cogió, y junto con el café, se lo llevó todo al salón. Yako lo acompañaba a sus pies, haciendo sonar el premio que llevaba al cuello.
Víctor cogió sonriente un rotulador negro y pintó dos ojos y una sonrisa al melón. Después lo clavó sobre la estatua y la puso en la mesa frente a él. Se sentó y encendió otro cigarrillo. El reloj marcaba las 7:05 a.m. Víctor soltó una bocanada de humo sobre la estatua-melón y le preguntó:
-Bien, ¿y ahora qué?
3 comentarios:
Hermosa y, a la vez, triste realidad la de los jubilados. Ese llegar a un punto en el que se puede hacer todo cuanto se quiera, todo lo que se desee, pero de repente nos encontramos al borde del vacío, sin saber cuál será el paso siguiente.
GRACIAS por tu participación en el concurso, que esperamos no sea la última. ¡Nos encantaría tenerte con nosotros en el Taller, como alumno, compañero y amigo! O, al menos, que de vez en cuando compartas con todos nosotros algún nuevo trabajo.
Un saludo, Juana Castillo.
Me ha gustado mucho tu historia, que es la de tantos jubilados, pero me encanta lo que hace el protagonista con los tres regalos. Y esa pregunta que queda en el aire, espero que te veamos colaborar con este blog, será un placer leerte de nuevo. Un saludo. Pepi.
Hola,
gracias por los comentarios. Me alegro sinceramente que os haya gustado el texto. De paso quiero felicitar a los organizadore del concurso, por esta excelente inicitaiva. Espero volver a participar el año próximo.
Un saludo
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