jueves, 16 de enero de 2014
Encuesta.
¿Cuál
es el título y a qué autor pertenece el cuento que comienza…? “Mañana sería
Navidad, y aun mientras viajaban los tres hacia el campo de cohetes, el padre y
la madre estaban preocupados”.
- La culpa suprema, de
Leopoldo Lugones
- El cuento de Miseria, de
Ricardo Güiraldes
- El regalo, de Ray Bradbury
Escrito
originalmente en inglés, El regalo es un cuento de ciencia ficción que se
presenta como ejemplo de la nueva forma literaria del siglo XX. El tradicional
árbol de Navidad, con sus regalos, tal vez pueda convertirse en uno más bello
gracias al progreso de la ciencia y de la técnica. Es un cuento corto en el que
se juega con el sentimiento y que posee sólo un elemento de ciencia ficción, el
viaje interplanetario.
Mañana
sería Navidad, y aun mientras viajaban los tres hacia el campo de cohetes, el
padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo por el espacio del
niño, su primer viaje en cohete, y deseaban que todo estuviese bien. Cuando en
el despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo, que excedía el peso
límite en no más de unos pocos kilos, y el arbolito con sus hermosas velas
blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el cariño. El niño los esperaba
en el cuarto terminal. Los padres fueron allá, murmurando luego de la discusión
inútil con los oficiales interplanetarios.
-¿Qué
haremos?
-Nada,
nada. ¿Qué podemos hacer?
-¡Qué
reglamentos absurdos!
-¡Y
tanto que deseaba el árbol!
La
sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el padre
fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y silencioso.
El regalo, Ray Bradbury
(fragmento)
martes, 14 de enero de 2014
A la hora de escribir los maestros opinan…
En muchas ocasiones la lectura de
un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida.
Ralph Waldo Emerson
viernes, 10 de enero de 2014
Micro relato de Max Aub
Hablaba y hablaba...
Max Aub
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y
hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de
mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar.
Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de
cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que
pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo.
Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí
la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar:
se le reventaron las palabras por dentro.
martes, 7 de enero de 2014
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