martes, 28 de mayo de 2013
Comentario al relato "El miedo" - Elda López
EL
MIEDO
ELDA
LÓPEZ MARTÍNEZ
El texto de Valle Inclán, a
través de un lenguaje bello, describe una aldea
de Galicia del siglo XIX en la que la tradición militar y religiosa es
predominante.
En este texto no sobra ninguna
palabra, cada una de ellas está colocada con una precisión milimétrica, y los
adjetivos son precisos y nunca excesivos, como los que describen la capilla “la
capilla era húmeda, tenebrosa, resonante”, sitúa al lector en el entorno en el
que tendrá lugar la historia, y le hace comprender con facilidad el
sobrecogimiento que ese ambiente produce en el protagonista. También destacaría
la imagen con la que describe la luz de lámpara que alumbra el sepulcro “la luz
de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero
como si se afanase por volar hacia el santo”.
También recoge palabras
bonitas, que se han relegado a textos cultos o que simplemente han caído en
desuso: bozo, joyel, columbré, faz. En cualquier caso, como está tan bien
escrito, el texto se lee con facilidad y nunca resulta barroco.
El relato escrito en primera
persona, muestra al protagonista como el mayorazgo de una familia de militares,
y que para seguir con la tradición ha de ingresar en el cuerpo de granaderos
del Rey, y también cumplir con la tradición religiosa de que su madre le diera
la bendición y se confesara con el padre prior. La historia en sí misma se
desarrolla en la capilla de la familia que a su vez es el panteón de uno de los
antepasados de la familia.
En esa capilla lúgubre y fría,
el protagonista describe con minucioso detalle el sepulcro y las estatuas que
lo rodean. La madre y las hermanas niñas se han distribuido por el recinto para
orar, y a él le llegan, en medio del silencio, las voces ahogadas de los rezos,
más precisas las de sus hermanas. Ya ha anochecido, sopla el viento, y en el
cielo ve “la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su
altar en los bosques y en los lagos”.
En esa atmósfera que envuelve
al protagonista, la imaginación ya está presta para recibir cualquier hecho
como sobrenatural. El Caballero Cadete se sobresalta al oír el grito de las
mujeres y corre tras ellas, pero se queda paralizado de terror al llegar a la
altura de sepulcro y escuchar los huesos del esqueleto que entrechocaban entre
sí. Algo del más allá se manifestaba.
Es el prior quien pondrá un
poco de cordura en la historia. Él es un sacerdote pero que en su juventud
había sido militar, y eso parece aportarle algo de realismo, y sin ningún
remilgo va directamente a abrir el sepulcro, y ante tanta decisión el
protagonista se ve impelido también colaborar para levantar la losa a pesar de
su miedo.
Y en efecto se impone el
realismo del prior, al sacar la calavera, ésta contiene un nido de culebras
causantes de los movimientos del esqueleto. Pero el joven cadete no puede
evitar el horror que le causa la visión de los ofidios. Ante esta situación el
prior da mayor relevancia a su condición de militar que de religioso, pues no
absuelve al protagonista por considerarlo un cobarde, algo inadmisible en un
militar. La resolución enérgica y contundente del prior queda descrita en la
siguiente frase: “Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos
hábitos talares”. Al protagonista las palabras del prior le sirvieron para
“sonreír” a la muerte en el futuro.
Lo cierto es que la realidad
siempre se impone a la imaginación, aunque a veces el miedo nos lleve a ver
cosas que nunca existieron. Pero siempre la sugestión está ahí, y a nadie le es
fácil sustraerse a ella.
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