También sorprende la actualidad del tema y la manera de tratarlo la escritora: es como si nos estuviera poniendo ante los ojos un suceso verídico y de, insisto, una apabullante actualidad. Puede decirse que se trata, más que de un relato, de una crónica, de un artículo casi periodístico con un estilo narrativo que lo acerca al cuento, a la fábula moral.
Utiliza un narrador en tercera persona que relata la historia de un clérigo muy piadoso y de su hermana (ambos me recuerdan al clérigo llamado Rústico, y a la joven Alibech, protagonistas de la obra de Boccaccio “Meter el diablo en el infierno”, que es una de las que forman parte del Decamerón) y del embarazo milagroso de ella. En este caso ni el clérigo ni la hermana tienen nombre. Se les cita como “el cura”, “el clérigo”, “el hermano”, “la hermana”, “Ella”, “una muchacha”...
Tal vez Margarita de Navarra oculta sus identidades de forma predeterminada porque, como digo más arriba, quizá se tratara de un hecho real, por tanto la autora los presenta como seres anónimos para que ambos protagonistas no sean descubiertos y sus nombres traídos y llevados por las malas lenguas. Puede ser que la autora considerara que bastante tienen con el castigo que se les impone a su pecado como para echar más leña al fuego. Este narrador que, al comenzar el texto, dice: “El conde Carlos de Angulema, padre del rey Francisco, primero de este nombre, príncipe fiel y temeroso de Dios, estaba en Cognac cuando alguien le contó que en una aldea cercana, llamada Chevres, vivía una muchacha…”. Utiliza la técnica del cuento de hadas en el que el narrador se desenvuelve a la hora de contar con frases como “érase una vez”, “en un lejano lugar”, “según cuentan las ancianas”… Pero, más adelante, el informador hace un “guiño” al lector, es como si se diera la vuelta para recordarnos: “…tanto creció el rumor que las noticias (como os dije) llegaron a oídos del Conde,”. Con ese “(como os dije)”, hace cómplice al lector, le involucra en la historia, casi parece estar señalándole con un dedo, como si los lectores también estuviéramos llamados a tomar parte, a tener voz y voto en tan grave suceso. Es como ni necesitara un mayor asentimiento a todo lo acaecido, como si no estuviera segura de la moraleja de la historia, ni de la manera de hacer justicia, tampoco de la relación entre los hermanos (aun a pesar del título de la obra).
Texto corto cuya protagonista es “la muchacha” y en el que pululan muchos personajes, algunos históricos como: “El conde Carlos de Angulema”, “el rey Francisco, primero”; las figuras sagradas de: “Jesús, la virgen María, el Espíritu Santo”; ese “alguien que cuenta”; “el cura”, “un oidor”, “el limosnero”, “el hijo” y luego una serie de personajes que son los encargados de dar sensación de cantidad como: “todo el mundo”, “el pueblo”, “los feligreses”, “los asistentes a la misa” “estos señores”…
Me ha gustado el ritmo de la historia, es como si se fuera precipitando hacia el final, un final, para mi gusto, excesivo. Indudablemente, se trata de un fin en el que se percibe la advertencia moral de lo que no debe de hacerse y el castigo tan, para mi gusto, desproporcionado que conlleva el ir contra el orden establecido. Considero que matar a la muchacha y dejar al niño huérfano es demasiado cruel. Lo que me lleva a pensar: ¿no se trataría del hijo bastardo de un noble? Noble que, por supuesto, supo del embarazo de la joven y dejó a esta al cuidado del hermano (práctica muy habitual hasta fechas recientes: joven embarazada fuera del matrimonio, enviada a un convento a dar a luz y, después de unos meses, regresa a casa como si hubiera estado de “vacaciones” y, por supuesto, sin bebé). Y, por supuesto también, al tratarse de un noble les obliga a decir lo que declaran ambos hermanos para auto-inculparse. Este párrafo es el que me hace “sospechar”:
“El oidor y el limosnero se fueron muy confusos, creyendo que con tales juramentos no podía haber lugar a engaño, y dieron cuenta al Conde, queriendo persuadirlo para que creyera lo mismo que ellos. Pero éste, que era muy sabio, tras pensarlo bien, les hizo repetir de nuevo las palabras del juramento, y habiéndolas sopesado bien, les respondió:
- Os ha dicho que nunca la tocó otro hombre que no fuera su hermano, y yo pienso que en verdad ha sido su hermano quien le ha hecho el hijo y quiere encubrir su maldad con este gran fraude; y nosotros, que creemos que Jesucristo ya ha venido, no debemos esperar otro. Así que id allá y poned al cura en prisión; estoy seguro de que confesará la verdad.” ¿Qué verdad? ¿Una impuesta o decir lo que sucede en la realidad? ¿Cómo le hicieron confesar? ¿Por qué considera que el hijo que está en camino será un nuevo Jesucristo y no desea otro?...
Lo cierto es que se trata de un relato que puede tener muchas lecturas, como todos, y variadas interpretaciones o, por el contrario, quedarnos con la anécdota sin más y no cuestionarnos algunas de sus frases que parecen (a mi modo de ver) esconder datos de verdadero interés pero que no se profundiza en ellos bien por desconocimiento del narrador que, al tratarse de alguien que cuenta "algo que le contaron", no puede ser más explícito, bien por el interés de los personajes de la historia, como dije, actuales en aquel momento y con una reputación y unos apellidos que ocultar, bien por desconocimiento de la totalidad de lo sucedido.
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