Avelina Chinchilla Rodríguez*
Llegamos al cine a la hora prevista, nos acomodamos en nuestras butacas que, por aquel entonces, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, no solían ser numeradas y nos dispusimos a disfrutar de la película. Apenas se apagaron las luces observamos con estupor cómo una pareja con un bebé de unos dos meses escasos se sentó a nuestro lado. Nosotros éramos padres experimentados y sabíamos perfectamente que aquello sólo tenía un nombre: catástrofe. En efecto, conforme empezaron a salir los rótulos de la película el bebé comenzó a llorar con gran desconsuelo y al ver que el niño no se callaba de ninguna manera, les sugerimos a sus padres, de la forma más educada que pudimos, porque los nervios también comenzaban a hacer mella en nosotros, que abandonaran la sala hasta que el bebé se calmase, pero ellos hicieron caso omiso. Tampoco pareció importarle mucho el tema al acomodador, al cual también nos quejamos, cometiendo lo que yo llamaría una dejación de funciones, porque además de alumbrar los asientos con sus linternitas, se supone que están para evitar incidentes de todo tipo, incluido este que era un tanto surrealista. Al final optamos por lo más sensato y lo único que estaba en nuestra mano, alejarnos de la criatura llorona y sus desaprensivos padres todo cuanto pudimos. Con el cine a oscuras, fuimos a tientas hasta encontrar dos butacas libres y nos sentamos, yo en la que daba al pasillo y mi marido, en la otra. Por fin respiramos aliviados al dejar atrás tan molesta compañía.
Vimos el resto de la película sin más contratiempos y disfrutamos de ella, porque todo lo que nos contaron previamente acerca de los efectos especiales era cierto. Además, sin dejar de ser una de esas películas que llevan el sello indiscutible de su polémico protagonista, la trama era muy entretenida y planteaba una serie de dudas existenciales interesantes, algo poco habitual dentro del género de la ciencia-ficción.
Se acabó la película, encendieron las luces y, de repente, oigo una voz familiar que le espeta a mi marido, con cierto tono de sorna y desconcierto al mismo tiempo:
- Pero, ¿vosotros qué hacéis aquí?
Se trataba de nuestra amiga Julia. Ambos estuvieron sentados codo con codo toda le película. Lo cierto es que no recuerdo la explicación que nos dieron, si acaso hubo alguna, para que ellos también cambiaran el día de su salida. Nosotros les contamos la visita por sorpresa de mi hermana y de con qué rapidez aprovechamos la ocasión para hacer nuestra pequeña escapada, una oportunidad que no se presentaba con mucha frecuencia. Creo que, de no haber sido por la llantina que pilló el bebé, nunca nos hubiéramos encontrado porque el cine era bastante grande y la afluencia de público fue enorme aquella noche en particular. Luego nos fuimos los cuatro a tomar una copa, charlamos durante un buen rato y nos reímos un montón de la pequeña anécdota que nos acababa de ocurrir.
* Avelina Chinchilla Rodríguez, alumna por Internet - San Juan (Alicante - España).
4 comentarios:
Buena anécdota... Y no creo que abusaras de tu hermana dejándola de canguro.
Me ha gustado la forma de contar los hechos, era como una conversación en persona.
Un besito..., Isa.
Hola Avelina, bienvenida al grupo. Los que tenemos hijos sabemos bien
lo que es escaparse alguna vez como críos, para ver una buena peli. Y cómo se agradece que te den ese pequeño respiro, yo tuve muy pocos. A mi no se me ocurre con las anécdotas contar nada de mucho tiempo, y de esas sí que tengo muchas, pero me empeño en algo que pase, si es posible, ese mismo día. Y claro está que no todos los días ocurren
cosas interesantes, pero mira por dónde tu me has dado ideas. Buen
comienzo. Besitos. Pepi.
En realidad mis hijos hace ya bastante tiempo que no necesitan canguro, así que no se puede decir que haya abusado mucho de ella.
Un saludo
Muy interesante, Lina:
¡Qué cosas pasan..., de película!
Besos.
Berta
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