EL RELOJ DE CUERDA
Javier MOLINA PALOMINO
(Madrid-ESPAÑA)
“Ya sé lo que le diré”.- Pensó mientras se abrían las puertas del tren.
El día había despertado algo gris pero no amenazaba lluvia. El viento frío se coló como un latigazo entre sus ropas cuando el tren se alejaba hacia Madrid. Se acordó entonces de que su garganta era especialmente vulnerable en días de viento, así que subió la cremallera del abrigo y aligeró el paso.
“Eso es: el problema es que tengo un despertador, al que hay que dar cuerda cada día..., y ayer se me olvidó. Puede ser una buena excusa”, se consoló sin convicción.
Habían dado las doce del mediodía mientras cruzaba el parque de Aluche y dejó de marchar presuroso, al ser consciente de que ya no llegaría a tiempo. Él procuraba ser puntual a las citas y se sentía culpable cuando no podía cumplir con el horario, especialmente si la cita era en la escuela de literatura “Pluma y Tintero”, a la que asistía desde el mes anterior.
“Otra vez llegaré tarde, ¿qué pensarán de mí? Tendré que inventarme una historia creíble con el reloj de cuerda”, se torturaba.
Entonces recordó lo que había escuchado de un escritor famoso en una acalorada tertulia literaria: “...Las palabras ya están inventadas. Sólo hay que combinar las palabras para inventar historias...” Y en ese empeño volvió a edificar en su mente la historia del reloj de cuerda.
Cruzó la avenida a la carrera para acortar el camino. Al llegar de nuevo a la acera, se encontró frente a las puertas de un centro comercial, que por ser la mañana del sábado se hallaba en actividad frenética. Cuando ya creía haber dejado atrás el bullicio de la gente, alguien llamó su atención:
- ¡Psst! ¡Hola Javi! ¿Te acuerdas de mí?
Al volverse, vio a una muchacha vestida de payaso que sostenía en una de sus manos un ramillete de globos de colores. ¡Claro que se acordaba de Cecilia! Recordaba su mirada risueña, su nariz ligeramente chata, y adivinaba, a pesar del excesivo maquillaje, el grosor de unos labios que sonreían generosos y revivían la imagen de aquella chica que había conocido en el instituto diez años atrás.
- ¡Pero Cecilia, vaya sorpresa! ¿Qué haces así?.- Preguntó incrédulo.
Ante sí tenía a una persona que guardaba recuerdos imborrables de su juventud, reminiscencias de un amor no correspondido por no haber sido declarado a tiempo. Él siempre se había caracterizado por una falta de decisión a la hora de entablar conversaciones con chicas de su edad, lo que le llevaba a imaginárselas en un nivel superior e inalcanzables para él. Y temía ahora que su torpeza acabase de derribar el castillo de naipes que su corazón había edificado y apuntalado durante tanto tiempo. Quería mantener de ella la imagen viva de su recuerdo, un recuerdo de hace diez años. A pesar de ello, se vio obligado a saber de su vida:
- Yo voy ahora a una escuela literaria... y por cierto, ya llego tarde. Pero no importa. Cuéntame qué es de ti. Hace mucho que no nos vemos.
- La verdad, no sé por dónde empezar. Mi vida ha sido muy agitada, demasiado diría yo. Estábamos en el instituto el último año que estudiamos juntos, ¿no?.- Javi asintió.- Bueno, pues al terminar me matriculé en bellas artes. Siempre me ha gustado estudiar una carrera diferente a las demás; ya sabes que casi todo el mundo se decidió a estudiar medicina, derecho, magisterio, ingeniería...- Con esa última palabra, Javi sintió cómo los dos naipes que formaban el tejado de su edificio imaginario caían irremisiblemente a sus pies.- ... Yo siempre quise ser original. La verdad es que me gustaba. Estudiando bellas artes me sentía libre porque notaba que era una manera de rebelarme contra una sociedad a la que no le interesa que los jóvenes cultiven sus emociones, no sé cómo decirlo. Me entiendes, ¿verdad?
Él la miró de arriba abajo, apocado por su insignificancia. “Tiene razón, carajo: ¡a quién se le ocurre estudiar ingeniería!”, se recriminó. Comprendió entonces que no le llegaba a la altura de su zapatón de payaso.
- La vida da muchas vueltas –continuó diciendo- Desgraciadamente sólo pude estudiar dos años, porque al morir mi padre tuve que ponerme a trabajar. ¡Adiós a mis sueños! Me presenté a muchas oposiciones mientras trabajaba de dependienta en una perfumería. Obtuve plaza como soldado profesional, precisamente en el año en que las mujeres podíamos incorporarnos ya al ejército. Estuve un año destinada en un cuartel, donde pasaba el tiempo sin hacer nada. Pero yo quería actividad y emociones fuertes, por eso solicité irme voluntaria a Bosnia. Tuve entonces la oportunidad de conocer a mucha gente, otra cultura, otro país. Allí me enamoré de Impthur, uno de los cascos azules que la India había desplazado a Sarajevo para pacificar la región. En él creí encontrar la horma de mi zapato. Soy una romántica empedernida, e Impthur captó enseguida que mi deseo era estar con él a miles de kilómetros de donde estábamos. Así que una noche, aprovechando que estábamos de guardia, tomamos un avión y nos fugamos a la India. Sí, sí, aquí donde me ves, soy una desertora, aún me andan buscando.- Sonrió maliciosa- Pero créeme que la felicidad dura muy poco. Al llegar allí comenzó a tratarme como si fuera su esclava, así que decidí huir de la India cuando apenas llevábamos juntos un mes. Y menos mal que conseguí pasar inadvertida entre un grupo de arqueólogos alemanes, que regresaban a su país después de realizar excavaciones en el Himalaya. Así logré dar esquinazo a Impthur, que había salido en mi persecución para matarme. Los arqueólogos comprendieron que mi situación era desesperada, y me acogieron para trabajar con ellos. Han sido los mejores años de mi vida, he aprendido un montón y he visitado más de treinta países. En el último viaje fuimos a un yacimiento en las faldas del monte Sinaí, para descifrar antiguas leyes hebraicas talladas en piedra, que habíamos encontrado cerca de una cueva. Pero después de tanto tiempo, y cuando ya creía haber olvidado a Impthur, reconocí su mirada ausente, su forma de andar y su gesto lleno de odio, en uno de los muchos turistas que visitaban a diario las excavaciones: ¡fíjate, todavía me buscaba! Así que con gran dolor y sin despedirme de mis amigos alemanes, me colé una noche, en el puerto de Haifa, en un barco mercante de bandera chipriota como polizón, y sin saber que tenía como destino el puerto de Cartagena. Llegué hace un año, después de dos meses de viaje por el Mediterráneo. Desde entonces hago trabajillos aquí y allá, casi siempre disfrazada de algo. ¿Sabes?, esto me permite ver el mundo desde otra perspectiva. Ahora soy más observadora que antes, y ya no me preocupa tanto mi propia felicidad, porque creo que estoy muy cerca de conseguirla... ¡Uy, creo que me he enrollado demasiado! Vas a llegar tarde a tus charlas literarias. Espero que te vaya bien, me alegro mucho de haberte visto. ¡Chao!
El beso grotesco de labios rojos que recibió en la mejilla derecha, colocó de nuevo los dos naipes caídos en el tejado de su edificio imaginario. Sólo se atrevió a despedirse de ella con un movimiento de la mano, pues quería que sólo fuese su silencio el que terminase de apuntalar los cimientos de un amor que, después de muchos años, había conseguido desempolvar y resucitar de su memoria.
Miró el reloj: pasaban diez minutos de las doce. ¡Diez minutos! ¿Qué pondría como excusa cuando llegara? Barajó las posibilidades de su coartada. Podría contar la verdad: que se había encontrado con una antigua amiga, que vendía globos disfrazada de payaso en la puerta de un centro comercial. Le podría contar también la rocambolesca historia que había escuchado de Cecilia, pero desechó enseguida la posibilidad por parecerle demasiado forzada, a pesar de ajustarse a la verdad. Seguro que le tomarían por un embustero. Así que cobró fuerza la historia del reloj de cuerda.
Era más creíble.
Al abrir la puerta del aula encontró a la profesora con gesto aburrido y liando, parsimoniosa, un cigarrillo de tabaco en hebra fina.
- Ha sido por el reloj, el reloj de cuerda.- Se excusó Javi sin que nadie le pidiera explicación.- Resulta que tengo un despertador al que hay que dar cuerda cada día... y anoche se me olvidó.- Terminó diciendo como un autómata.
Y se sintió satisfecho porque aquélla era su historia, la historia que había imaginado y madurado en su mente durante horas.
La profesora se volvió:
- No te preocupes, yo también acabo de llegar. Esta mañana ha habido una avería en el metro.- Dijo con una sonrisa, mostrando orgullosa la marca de unos labios rojos en su mejilla derecha.
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BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA DEL AUTOR.- Nací en Granada en 1972 y resido en Torrejón de Ardoz. Soy ingeniero técnico de telecomunicación, aunque siempre me he sentido escritor por vocación. Quizá por eso, trabajo ahora como vigilante de seguridad.
Y es que Poe y Stevenson inocularon en mí el veneno de la literatura, y atrapado por su influjo pretendo seguir ahora los pasos de otros escritores españoles a los que admiro, desde Galdós hasta el gran Miguel Delibes, pasando por Muñoz Molina, Rosa Montero, Ana María Matute o De Prada. Pero es verdad que para recoger, primero hay que sembrar. Por eso suelo participar en certámenes literarios. He conseguido premios en numerosos certámenes de relato corto: “Carmen Ormaechea”, “Ciudad de Mula”, “Biblioteca de Babel”, “Ciudad del Gallo”, “M.P. Express”, “Cártama Creativa”, “Cristo de la Nave”, “Villa de Torres de la Alameda”, “Villa de Valdemera”… Y además he sido finalista en otra docena de concursos: “Ciudad de Elda”, “El Fungible”, “Gran Café” de Cáceres, “Art Nalón”, “Hipálage Microrrelatos”….
Soy autor del libro de cuentos “Secretos y mentiras” (XXIX Premio “Carta Puebla” de narrativa). Otro volumen de cuentos, “Las identidades veladas” acaba de recibir el IX Premio “Rafael González Castell”.
Actualmente estoy preparando una novela, con la que espero disfrutar al menos la mitad de lo que he disfrutado escribiendo los relatos.