La lápida bajo la cual descansaba eternamente su llorado esposo Don Manuel, se situaba justo en el centro de la laberíntica sucesión de calles que formaban un cementerio, repleto de antiguas fosas que mostraban inquietantes imágenes de santos, arcángeles y demás imágenes religiosas. Que proyectaban sinuosas sombras al cambio de la luz durante el transcurso del día.
Como cada domingo, una sucesión de vecinos se acercaban a velar el recuerdo de los seres queridos que habían establecido allí, su última morada. Y Doña Petra pasaba entre el gentío que nutría el cementerio, sin prestarles la más mínima atención, sumida en la tristeza del recuerdo de su Manolo, con la vista clavada sobre el ramo de flores que protegía sobre su regazo.
Durante la semana, Doña Petra era una mujer resuelta en palabras de porte sereno y amistoso, a la que le gustaba departir con cualquiera que quisiera compartir unos minutos con tan amistosa viuda.
Pero todo eso cambiaba cuando cada domingo visitaba el cementerio para colocar unas flores sobre la tumba de su esposo, y rogar unas oraciones por su descanso eterno. Entonces, y según cruzaba el umbral de la puerta de acero forjado que precedía a las calles del camposanto, se transformaba en una maraña de lágrimas y lamentos, que parecía obviar todo lo que la rodaba, para sumergirse en un duelo sin más compañía que el recuerdo de su fallecido esposo.
Después de avanzar hasta donde se unían todas las calles que formaban las lápidas en el centro del cementerio, viró hacia la derecha encaminándose hacia la zona donde estaban ubicadas las tumbas más recientes. Por lo tanto esa también era la parte más concurrida, y Doña Petra cruzaba entre el gentío chocando con algunos de los allí congregados sin siquiera dedicarles una mirada, o unas palabras de disculpa después de hacerlo. Las personas con las que se topaba le dedicaban en un principio miradas réprobas, que se tornaban piadosas cuando escuchaban como la evidente viuda rezaba en voz baja, casi murmurando, oraciones en las que pedía a Dios por el bienestar del alma de su marido.
Paulatinamente fue aminorando la velocidad de su ya de por sí lento paso, hasta detenerse junto a una tumba de bello granito de colores claros, ubicada junto a un ciprés de reciente plantación, cuyas pequeñas ramas secas caían sobre las lápidas adyacentes enturbiando la belleza de su piedra.
Retiró las pequeñas ramas con la mano, y alguna de sus lágrimas se estrelló contra el granito mientras aumentaba el volumen de sus rezos, llamando la atención de quienes permanecían en las tumbas cercanas, o pasaban a su lado.
Se arrodilló frente a la lápida que mostraba el nombre del difunto, las fechas de nacimiento y fallecimiento, y la imagen del rostro de Jesucristo con la corona de espinas arrancándole dolorosas gotas de sangre que descendían por un rostro marcado por la angustia.
Depositó con suavidad el ramo de flores junto a otro cuyos pétalos ya comenzaban a mostrar sus bordes secos.
- ¿Por qué me has dejado, amor mío? ¿Por qué me has dejado? –preguntaba casi gritando.
El volumen de su voz ya llamaba la atención de todos los presentes en esa parte del cementerio. Que desde que ella había llegado ya únicamente se centraban en la secuencia que Doña Petra escenificaba con tanta angustia.
- ¿Por qué no me llevas contigo mi amor? Haz que el sufrimiento de un día a día sin tu presencia, acabe de una vez. Solo quiero volver a encontrarme contigo, y unirme a ti eternamente. Respóndeme mi amor –suplicaba mirando al cielo, como si esperara que desde las nubes que moteaban el azul celeste, fuera a aparecer el rostro de Manuel para hablar con ella.
Una mujer joven, de unos treinta años, que unos segundos antes limpiaba la lápida de su padre fallecido tan solo unos meses antes. Se acercó a ella, y posó su mano sobre el hombro de la desconsolada viuda en claro gesto afectivo.
- Tranquilícese señora –pronunció la joven tratando de calmarla mientras varias personas más se unían al grupo que miraba lo que ocurría.
- Pero es tan duro –respondió la anciana. Dedicándole una mirada nublada por las lágrimas.
- Lo sé –respondió de nuevo la joven.
Ambas se fundieron en un afectuoso abrazo mientras la viuda no dejaba de gimotear, y el grupo de esporádicos espectadores se dispersaba dejándoles un momento de intimidad a ambas desconocidas entre ellas.
Cuando la viuda pareció dejar de sollozar, las mujeres se separaron, y la más joven se puso en pie.
- ¿Está mejor? –le preguntó amablemente.
La viuda asintió con la cabeza.
La joven le dedicó una sonrisa cariñosa, para después girar sobre si misma y perderse entre las lápidas que cruzaban al final de la calle en la que ellas estaban, con otra que conducía hasta la zona donde se ubicaban los panteones de las familias con mayor poder adquisitivo.
Tan solo una mujer quedaba en las cercanías de Doña Petra, y una vez la joven se hubo alejado, se acercó hasta ella con un extraño gesto en el rostro.
- Disculpe.
Doña Petra alzó la mirada hasta cruzarla con la de la mujer que se acababa de acercarse a ella.
- Esta es la tumba de mi esposo –anunció la mujer sin que Doña Petra mostrara una sola mueca de sorpresa.
Ambas miraron el nombre y la fecha que anunciaba el centro de la lápida:
ANTONIO MARTÍNEZ CASADO
13.02.1950/28.04.2006
La viuda recogió de nuevo el ramo de flores, y sin encorvarse tanto como lo había hecho hasta llegar a la tumba de aquel desconocido, fue alejándose lentamente hacia la zona de los fallecidos en los años sesenta y setenta.
- Entonces, ¿por qué velaba a su esposo en una tumba que no es la suya? –preguntó sumamente intrigada.
Doña Petra giró para responder a su pregunta, mostrándole un rostro sonriente sobre el que las lágrimas derramadas comenzaban a secarse.
- Porque donde está enterrado mi marido casi no hay gente –le espetó.
Volvió a girar, y se encaminó hacia donde realmente estaba enterrado su Manuel. Dejaría el ramo de flores, y abandonaría el cementerio inmediatamente. A fin de cuentas por mucho que llorara sobre la tumba de su esposo, nadie podría observar su duelo.
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Nota biobibliográfica.- Ernesto Tubía Landeras, nacido en Haro, La Rioja, el 13-II-1975 ha obtenido los siguientes galardones:
- Ganador en siete ocasiones del Concurso de Críticas Cinematográficas a nivel nacional de la revista “Acción”.
- Finalista en el “Primer Concurso de historias Cepsa”, 2006.
- Primer premio en el “Primer Certamen de Cuentos San Felices de Bilibio”, 2006.
- Seleccionado para la antología de relatos cortos “Te lo cuento” del Primer Certamen Internacional de Relatos Cortos Editorial Ábaco.
- Finalista del certamen literario “La encerrona”, 2006.
- Primer accésit del IV Certamen Literario “Nosotras y ellos” en Ledesma (Salamanca).
- Primer premio en el “II Certamen de Cuentos San Felices de Bilibio”, 2007.
- Primer premio en el XVIII Certamen Literario “Esteban Manuel de Villegas” de Nájera (La Rioja), 2007.
- Tercer premio en el X Concurso Literario “Mujer y sexualidad” de Laguardia (Álava), 2007.
- Segundo premio en el IX Concurso Literario “Villa Peñaranda de Duero” (Burgos), 2007.
- Primer premio en el VII Certamen Literario “Cristo de la Nave” de Manzanares el Real (Madrid), 2007.
- Segundo premio en el XV Certamen Literario por la Igualdad entre Hombres y Mujeres de Miranda de Ebro (Burgos), 2007.
Guionista de los cortometrajes rodados en súper V.
- (1998) Adversario.
- (2000) Víctima del atrapón.
- (2002) Amistad, amor, y demás mentiras.
3 comentarios:
Gracias, Ernesto, por este momento agradable de lectura, por tu participación en el concurso y mis felicitaciones por tu premio y por el relato.
Igual que al resto de tus compañeros, te invito a que continúes escribiendo y, si es tu deseo, nos envíes algún que otro cuentecillo para ser disfrutado por todos en el blog.
Un abrazo y hasta cuando quieras, Juana Castillo.
Enhorabuena Ernesto, me gusta mucho tu relato, por mí te hubieras llevado el primer premio. El humor negro es uno de mis preferidos.
Un abrazo, SUSANA SIMÓN
Me ha encantado, tiene un final sorprendente. Espero que disfrutemos de otros relatos tuyos. Enhorabuena. Un abrazo. Pepi Núñez.
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